A Betelgeuse la tenemos muy observada y sabemos que algo le pasa. La estrella de la constelación de Orión es un punto rojo en el cielo que cada vez brilla menos y los científicos, ante una supuesta exposición, han simulado cómo veríamos la supernova Betelgeuse desde la Tierra.
El pasado 14 de febrero el Observatorio ESO hizo público un comunicado en el que explicaban que la estrella ha perdido gran parte de su brillo habitual y que actualmente tiene alrededor del 36% del mismo. Betelgeuse muestra signos de estar en su última fase de existencia, y aunque no lo calculan para algo inmediato los investigadores han querido ya imaginar cómo veremos su muerte desde nuestro planeta.
Una explosión visible durante años incluso de día
A modo de recordatorio, Betelgeuse es una estrella supergigante roja perteneciente a la la constelación de Orión. Supergigante porque tiene un radio aproximadamente 900 veces superior al del Sol y su masa es en torno a 20 veces la de nuestro Astro Rey, y la tenemos a unos 724 años luz de distancia.
Decíamos que la teníamos bien observada en parte porque pudimos hacerle la mejor fotografía hasta la fecha en 2017, acercándonos su aspecto y pudiendo ver lo supergigante que es. Sobre todo, lo que también se vio es su irregularidad, con una superficie con variaciones de temperatura que son similares a las que ocurren en el Sol, aunque sean estrellas bastante distintas.
Es una estrella observada durante siglos y en cierto modo, pensar que su próxima parada es el estado de supernova es algo "emocionante" para los científicos. Probablemente, esa idea de que en los cielos de la Tierra se vea una supernova haya influido en la motivación para llevar a cabo simulaciones de qué veremos cuando explote.
Basándose en todos los datos y cálculos sobre la posible explosión, Jared Foldberg y Evan Bauer (estudiantes de la Universidad Santa Barbara en California) llevaron a cabo esta representación de los últimos días de Betelgeuse. Una tarea que les puso su profesor Andy Howell, según cuentan en Discover Magazine.
Los astrónomos implicados han usado un software llamado MESA+STELLA para calcular qué es lo que veríamos de presenciar el acontecimiento, recogiendo además lo observado durante la Supernova 1987A, la explosión de una estrella más cercana que hemos "visto" desde que hay registros. Lo muestran en un gráfico en el que indican qué se vería, explicando que según los cálculos no habría peligro para la Tierra (tendría que estar a unos 12 años luz) y que veríamos un brillo similar al de la Luna en cuarto menguante o creciente, aunque nueve veces más tenue que la luna llena.
Según Howell, "todo el brillo se concentraría en un punto" y sería visible tanto de noche como de día. Y ojo, según calculan podría verse durante casi un año de día, observándose de noche a ojo desnudo durante años a medida que la supernova va desapareciendo.
La supernova además no podría observarse desde los telescopios espaciales que tenemos en la Tierra e incluso desde algunos de los que están en el propio espacio, dada la intensidad del brillo. Según explica Howell, habría que hacer modificaciones para que capturasen menos luz.
Nada de daños, pero sí algo de mareo
La curiosidad a veces motiva este tipo de estudios, que aunque en cierto modo agorero es bastante curioso. Cuando Betelgeuse desaparezca, Orión se quedará sin su hombro izquierdo, como bromeaba Sarafina Nance, estudiante de la Universidad de California en Berkeley que ha publicado varios estudios sobre esta estrella.
Por la distancia a la Tierra estiman que no sufriríamos daño directo, pero que quizás habría especies de animales que podrían confundirse a la hora de orientarse al recurrir habitualmente a la Luna y ver dos y no un punto brillante en el cielo. La especie humana también podría tener dificultades en sus observaciones al cielo, matiza Howell, argumentando que ya son complicadas cuando hay Luna llena, como ya hemos comentado antes.
Pero no hemos de esperarlo en los próximos años, ni siquiera que sea algo que vean nuestros tataranietos. Se espera que la explosión ocurra en unos 100.000 años, así que lo único a lo que aspiramos por ahora es a estas simulaciones.
Imagen | ESO/M. Montargès et al.
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