Recientemente el sector del automovilismo está acaparando mucho protagonismo en el mundo de la tecnología. Motivos no les falta ya que las transformaciones que estamos viendo en los coches son de lo más interesantes, especialmente en lo que se refiere a la comunicación con otros dispositivos.
Dentro de este gran árbol hay una rama que ya ha crecido lo suficiente para atraer el interés de los agentes encargados de la regulación vial. Estamos hablando de la comunicación entre los coches y en Estados Unidos quieren que sea obligatoria en todos los coches nuevos.
Comunicación vehículo a vehículo (V2V de ahora en adelante) se basa en un protocolo donde los automóviles en carretera se comunican entre sí para informar de lo que están haciendo: si frenan, si aceleran, si cambian de carril. El objetivo es reducir el número de accidentes y tener más información sobre lo que hacen los demás.
En Estados Unidos están bastante interesados en que todos los coches nuevos vengan con este sistema aunque un conglomerado de fabricantes que secunda esta regulación es bastante cauto: primero hay que ponerse de acuerdo y aclarar algunas cuestiones, como la frecuencia de banda que se va a utilizar.
Los sistemas V2V en principio operarían sobre la frecuencia de banda de 5,9 GHz. Un espectro que de momento la FCC ha decidido no abrir y quería destinar a las conexiones inalámbricas por WiFi. En principio dicen que no habría problemas ni interferencias pero se trata más de un supuesto que de un hecho.
¿Y la privacidad?
Contado así esto suena como un futuro brillante para el automovilismo: coches que se conectan entre sí para reducir accidentes y mejorar la circulación en carretera… Sin embargo hay un tema recurrente que es la privacidad. Parece que, en principio, no tendremos que preocuparnos.
Los impulsores de esta tecnología explican que la comunicación es segura y privada entre los vehículos: no se almacenarán datos de ningún tipo ni se compartirán con ningún organismo. Es complicado no ser escépticos, por mucho que prometan que van a respetarlo.
Vía | Wired
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