¿Un mundo feliz?

¿Un mundo feliz?
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No lo es. No lo está siendo. Aquel trágico 11 de septiembre de 2001 marcó el inicio de un discurso que hemos estado escuchando una y otra y otra vez en los últimos años. El de que para ofrecernos seguridad es necesario que prescindamos de buena parte de nuestra privacidad.

Todo es monitorizado, registrado y analizado. Unos hablan de cómo no tiene sentido confrontar libertad con seguridad, cuando lo que están haciendo los gobiernos en casi todo el mundo es comprometer lo primero en aras de afianzar lo segundo. La pregunta, claro está, es si eso está funcionando. Si nos sentimos más seguros. Si somos más felices. Y yo diría que la respuesta a ambas preguntas es contundente. No.

Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos

Edward Snowden nos despertaba de nuestro letargo en junio de 2013, cuando se desvelaban los primeros datos sobre los programas de espionaje y monitorización masiva de la NSA. La agencia de inteligencia estadounidense -trabajando en ocasiones junto a otras agencias como el GCHQ del Reino Unido- había tejido una impresionante red durante años, y la dimensión de aquellos programas sigue creciendo a medida que se van filtrando más y más documentos.

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Aquellos programas demostraban que nuestra privacidad estaba aún más en compromiso de lo que creíamos. Los debates sobre lo que Google sabía o dejaba de saber de nosotros al utilizar sus servicios se quedaban pequeños al lado de unos programas que trataban de recolectar todo tipo de datos sobre todo tipo de personas. La presunción de inocencia aparentemente desaparecía del mapa, porque la actividad de la NSA se basaba precisamente en lo contrario: que todos tenemos algo que esconder. O no. No hay que volverse paranoicos, señores.

Especialmente asombrosa para el que suscribe fue la reacción del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, ante la filtración de esos programas. No solo no los condenó, sino que defendió y apoyó la puesta en marcha y uso de programas como PRISM, argumentando que esos programas eran necesarios para garantizar nuestra seguridad. Su intención de modificar el alcance de esos programas parecía más un movimiento mediático que otra cosa.

¿Más control = más seguridad?

Porque se supone que nuestra seguridad aumenta cuando estos organismos están a la escucha de nuestras conversaciones telefónicas fijas y móviles. Porque pueden grabarlas y escucharlas luego en diferido si les place. O cuando pinchan las comunicaciones móviles a través de las antenas de las operadoras (que sí, que esa torre de telefonía no provoca cáncer, pero te está espiando). O cuando registran nuestra ubicación en cada momento. Insisto, en cada momento. O cuando espían nuestro uso de los servicios de Microsoft (sí, Sr. Nadella). O de Google. O de Yahoo!.

También cuando se monitoriza buena parte del tráfico que circula por Internet. Incluso si estas comunicaciones están teóricamente cifradas. Incluso si utilizamos redes teóricamente aisladas. O cuando nuestros smartphones, estén basados en iOS, Android o Blackberry OS pueden estar pinchados sin que nos enteremos. O cuando se monitoriza a quién y cómo realizamos pagos electrónicos. O cuando se estudian nuestras conexiones a las redes sociales. O cuando se recolectan nuestros contactos y sus direcciones de correo electrónico. O cuando se espía a los líderes mundiales. Que por supuesto, están que trinan. ¿Ellos están que trinan? Nosotros sí que estamos que trinamos.

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Qué parrafazo de enlaces, ¿eh? Pero no importa, tenemos que aguantar y poner buena cara. La otra mejilla, o, en este caso, la otra dirección de correo electrónico. Para alguien que como yo ha ido siguiendo todas esas filtraciones y escribiendo sobre el tema, hay dos conclusiones claras que saco después de todos estos meses:

  1. A la gente no le importa su privacidad. O al menos, no demasiado. Ya no hablo de utilizar servicios de forma gratuita y asumir que nuestro uso de los mismos está siendo registrado para, por ejemplo, enviarnos publicidad de todo tipo. A mi personalmente me encanta que Amazon me muestre productos relacionados con mis últimas búsquedas y no me recomiende comprar una muñeca pepona. Asumo que Google se lee mis correos (al menos, en diagonal) para mostrar publicidad relacionada con esos mensajes o incluso para adelantarse a mis necesidades o deseos. Me da un poco de miedito, sí (¿sabe más Google de mi que yo mismo?), pero hay una contraprestación visible que conozco y que puedo o no aprovechar. Como digo, no hablo del famoso (y falso) "si no pagas por el producto, tú eres el producto". No. Hablo de que el descubrimiento de los programas de la NSA ha provocado una reacción mínima entre gobiernos y ciudadanos, que parecen mucho más preocupados por el fútbol o el modelito de la famosa de turno en la gala de ídem.
  2. No me siento más seguro. Que la NSA y otras agencias de inteligencia recolecten todos esos datos no parece servir de mucho. No ha logrado evitar atentados graves, no ha servido para localizar aviones perdidos, y desde luego no parece que sirva de mucho ante ciberataques en los que los responsables parecen ir siempre muy por delante de las empresas y organismos de seguridad que los sufren.

Así que no acabo de entender que esa monitorización masiva y ese refuerzo de la seguridad esté sirviendo para algo o tenga que implicar que perdemos buena parte de nuestra libertad y privacidad. El debate es inevitable, y aun cuando obviamente uno de los principales deberes de un gobierno sea el de garantizar la seguridad de sus ciudadanos, esa obligación confronta con otra igualmente importante: la de garantizar también sus libertades. Como comentaba hace unas horas Julio Alonso en Twitter, "la seguridad absoluta no se puede garantizar. A partir de ahí, ¿qué pérdida de libertades por qué aumento seguridad?. Exacto.

La excusa también funciona en España

Y mientras tanto, el debate sigue ahí: nuestro ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, aseguraba que el Gobierno renunciaría a las escuchas sin orden judicial si hay "la más mínima duda constitucional". Rafael Catalá, ministro de Justicia, indicaba que el Gobierno estaba "dispuesto a negociar" con las fuerzas políticas respecto a la propuesta de ampliar los delitos en los que los cuerpos de seguridad del estado podrían intervenir las comunicaciones sin intervención judicial.

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Los últimos sucesos en París han activado la reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, que seguiría el mismo camino que otros movimientos de gobiernos como el estadounidense. La excusa de proteger nuestra seguridad haría que una vez más nuestras libertades y privacidad se viesen reducidas. El Consejo General del Poder Judicial había mostrado objecciones a la ampliación de esas escuchas, y Fernández Díaz confirmaba esas dudas, pero de momento nada está aclarado en una reforma que una vez más acotaría nuestras libertades.

Y todo con la misma excusa de siempre. Que estemos más seguros, o que en su defecto nos sintamos más seguros. Hasta más felices. Entiendo que a muchos ciudadanos el argumento les pueda convencer. A mi, desde luego, no lo hace.

Imagen | Wikipedia (Cubierta de la primera edición de Brave New World, de Aldous Huxley)
En Xataka | NSA: un compendio del escándalo

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