El negacionismo ha llegado a uno de los últimos rincones de la ciencia aún libres de él: las gafas de ver

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"Puede que te hayan dicho que necesitas gafas, pero en realidad es mentira". Con esa frase, dice en uno de sus vídeos de tiktok la 'holistic master coach' e 'influencer' canadiense Samantha Lotus. "Hay razones mentales, emocionales, físicas e incluso espirituales por las que no ves...", defiende.

Aunque la razón más importante, a poco que nos ponemos a escuchar lo que sostiene, debe de ser financiera: un curso de 11 dólares que comercializa y que, evidentemente, no sirve para absolutamente nada. ¿De verdad ha llegado el momento de los negacionistas de las gafas? Así estamos. 2023 está obstinado en ser un año de lo más psicotrópico.

Una epidemia que no podemos ver bien. Hablemos, por ejemplo, de la miopía, el problema de visión más común del planeta. En el último medio siglo, la miopía se ha duplicado en muchas zonas del mundo, como EEUU o Europa. En Asia, por ejemplo, la cosa va mucho más allá. Se calcula que en la China de hace unos 50 años solo había un 10-20% de personas con miopía. Ahora, el 90% de los adultos jóvenes la tienen. En Seúl, según parece, hablamos del 96,5% de los hombres de 19 años.

¿Qué está pasando? Está pasando que los globos oculares crecen excesivamente. La causa de la miopía no está en razones mentales, emocionales o espirituales... está en que el globo ocular crece más de la cuenta. Por eso surge durante la época escolar y puede empeorar mientras dura el crecimiento.

Pero, ¿por qué? Es decir, ¿cuál es el motivo que, de repente, tantos globos oculares han empezado a crecer excesivamente? Eso es lo que se han preguntado muchos investigadores. Sobre todo, porque la rapidez con la que ha emergido esta epidemia miope parece descartar un cambio genético. Como decía Seang Mei Saw, de la Universidad Nacional de Singapur, "hace falta recurrir a un facto ambiental".

"De tanto leer te vas a quedar ciego..." Durante años se pensó que la causa principal era el tiempo que los niños dedicaban a estudiar o a mirar "de cerca" cosas como libros o pantallas... Ahora se sabe que el origen es déficit de dopamina por falta de exposición a la luz solar.

Y, aparentemente, tenía sentido. Según Eva van der Berg, "los quinceañeros de Shangai dedican unas 14 horas semanales a hacer deberes, frente a las 5 que invierten los chicos británicos y 6 los estadounidenses". Pero la historia era más compleja.

Hablemos de la luz. A finales de la década de los 2000, los investigadores empezaron a hacer estudios mucho más amplios y llegaron a la conclusión de que lo que estaba detrás de todo esto era la falta de exposición al aire libre. Aunque hay cierto debate, según el consenso actual, la dopamina intraocular controla el crecimiento del globo ocular (y, de esa forma, limita su deformación). El problema es que la producción de esa dopamina necesita exposición a la luz solar para estar a niveles óptimos: según parece, unas tres horas diarias en ambientes con unos 10.000 lumens.

¿Y no se puede 'entrenar' la visión? Sea como sea, lo que está claro es que hay problemas muy complejos detrás de los ojos. De hecho, la idea de que las gafas son parte del problema no es nueva. Ya en los años 20, Bates defendió enérgicamente que se debía apostar por ejercicios correctores en lugar de usar lentes. También se ha estudiado con detalle el papel que "el cansancio, el estrés, o la tensión muscular" podían tener en este tipo de problemas oculares.

Sin embargo, ya a finales de los 90 casi todas las líneas de investigación sobre ejercicios para tratar la miopía se discontinuaron porque, aunque había resultados parciales satisfactorios, era muy pequeños y no se lograron sistematizar. Se puede entrenar la vista y, en algunos contextos, se pueden ser exitosos; pero por lo que sabemos a largo plazo no dan gran resultado.

Y hablamos de los mejores programas de entrenamiento disponibles. No de una clase de 11 dólares que invita a la gente a dejar de usar gafas para conducir. Lamentablemente, a día de hoy, solo las lentes correctoras, la cirugía y algunos tipos de tratamientos farmacológicos tienen evidencia disponible detrás. El resto es, sencillamente, pseudociencia.

El negocio de la pseudociencia. Justo antes de la pandemia, se calculaba que los falsos tratamientos para el Alzheimer y otras demencias movían unos 3.200 millones de dólares. No tenemos datos fiables sobre todo lo que mueve la pseudociencia, pero todo parece indicar que es un mercado que no ha dejado de crecer en las últimas décadas.

Eso (y los miles de millones de personas que están enganchados a Internet) hace cualquier tontería sin pies ni cabeza en un nicho de mercado. Pero, en realidad, es mucho más que eso: son pozos de confusión, de irresponsabilidad y de problemas. El problema no es que se viralice una influencer que quiere abolir las gafas, el problema es que ese tipo de mensajes calan muy profundo en más gente de la que podríamos pensar. Demasiado profundo.

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