Si usas Tinder o Snapchat es probable que seas más abierto al uso de cirugía estética

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Un estudio realizado por investigadores de la Universidad John Hopkins y publicado en el Journal of the American Medical Association (JAMA) ha intentado analizar el vínculo entre el uso de redes sociales y apertura al uso de cirugía estética. Creen haber respondido afirmativamente a nuestras sospechas encontrado una conexión entre filtros de caras imposibles y tendencia al bisturí.

Conclusiones: las personas que pasaban más tiempo en aplicaciones como Facebook o WhatsApp tenían actitudes neutrales hacia la cirugía estética. Los que usaban Instagram y filstros como VSCO eran más reacios hacia la cirugía en general, aunque tendían a valorar positivamente el usarla para ellos mismos que otros grupos. Por último, los que preferían usar YouTube, Snapchat y Tinder tendían más a valorar positivamente la cirugía.

De entre toda la muestra (260 personas con una media de edad de 25 años), sólo el 13% de los que retocaban las fotos hacían que esos retoques fuesen para cambiar su aspecto facial y corporal (el resto usaban los filtros para cambiar la iluminación, la saturación y similares). Entre ese 13% había una enorme aceptación de la cirugía como vía para mejorarse a sí mismos. 

Es decir, que hay una correlación entre la gente que pasa más tiempo en plataformas y herramientas centradas en la apariencia física (bien gastando energías en su aspecto como valorando el de los demás) y la permisividad con la práctica quirúrgica innecesaria. Un artículo de Mashable a raíz de estos resultados se hace eco de voces dentro del mundo de la cirugía que afirman que se trata de una tendencia a vigilar.

Este estudio no está solo. Distintos grupos han investigado y encontrado vínculos entre el posteo de mayor número de selfies en redes sociales y una excesiva preocupación con el aspecto físico. El mayor visionado de selfies también correlaciona con menores índices de autoestima y satisfacción vital, lo que puede conducir a desórdenes dismórficos. Según estas investigaciones, el problema no es el hacerse fotos, sino hacérselas sólo a uno mismo: esos mismos ensayos reportaban que los jóvenes que se hacen fotos en grupo tendían a tener mejores índices de autoestima.

¿Y si no son las redes sociales sino el tipo de usuario?

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Por supuesto, por la falta de una mayor ampliación de las muestras y del tiempo dedicado a estos estudios no puede llegarse a ninguna conclusión final. No sabemos cuánto de todo esto es responsabilizable al nacimiento de las redes sociales y cuánto se puede deber a otros factores exógenos, como una sociedad cada vez más individualizada y abundante en la que las necesidades están más cubiertas o bien a una despenalización social de esta práctica, como le ocurrió a los tatuajes.

Tampoco podemos determinar si estos perfiles que le dan mayor importancia al aspecto físico se concentran en estas plataformas (mientras los demás acuden a Facebook o Twitter) o si por el contrario Instagram está haciendo aflorar estas inseguridades. No sabemos qué vino antes, si el huevo o la gallina

Hace dos años científicos de un centro médico de Boston inventaron un término que se propagó gracias a la prensa: “dismorfia de Snapchat”. Los cirujanos señalaban con preocupación cómo ahora los jóvenes (pues cada vez más gente joven menor de 25 años se apunta a estos tratamientos) llegaba con una lista de peticiones faciales ultra específicas, en lugar del genérico arreglo de nariz o el bótox en los labios del pasado. 

También contaban que, si bien era de lo más habitual que en el pasado la gente fuese con ristras de peticiones con fotos de famosos, ahora iban con sus propios selfies pasados por filtros con arreglos sobrehumanos. Lo que les escamaba es que el paciente común de sus consultas estuviese empezando a aspirar a mejoras cosméticas que van más allá del mero idealismo humano, sino en busca de estéticas irreales.

Sobre la incidencia de las operaciones estéticas, una encuesta de la American Academy of Facial Plastic and Reconstructive Surgery apuntaba a que los tratamientos han incrementado en un 115% en los últimos 17 años, mientras que el aumento de la población en ese mismo período fue sólo del 17%. 

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