El número de alumnos que son suspendidos o expulsados en las escuelas de Australia actualmente está "por las nubes" según los medios de comunicación, donde se habla de un aumento del 10% en las expulsiones de más de dos años de duración en escuelas primarias del estado de Nueva Gales del Sur y de cómo los alumnos de la zona suroeste de Sídney suelen ser expulsados cuatro veces más a menudo que los estudiantes de otras partes de la ciudad.
La suspensión y la expulsión son métodos muy utilizados en los sistemas educativos de Australia, el Reino Unido y los Estados Unidos como respuesta a una mala conducta de los alumnos. Sin embargo, se ha demostrado que estos métodos no son efectivos a la hora de corregir el comportamiento de un estudiante y que pueden producir problemas a largo plazo en su bienestar. Los alumnos más afectados tienden a ser aquellos con mayores y más complejas necesidades, como pueden ser los alumnos con discapacidades y con problemas de salud mental.
En vez de castigar a los jóvenes, se debería animar a los padres a que colaboren con los centros educativos para mejorar el comportamiento de sus hijos y las autoridades deberían crear programas para combatir el estrés que sufren los profesores. En el caso de algunos colegios, esto podría significar examinar con sinceridad la calidad del profesorado y de la capacidad de liderazgo, así como la actitud de los profesores hacia los alumnos con discapacidades.
No es la mejor estrategia
La suspensión se produce cuando el centro educativo decide expulsar durante unos días a un alumno tras un incidente grave (como puede ser la agresión a un profesor) mientras se valora cómo proceder. En cambio, la expulsión puede ser temporal o permanente y se suele producir tras la decisión de la dirección del centro de que el alumno no puede asistir al colegio como resultado de su comportamiento.
El gobierno tiene como obligación legal proporcionar educación a todos los niños y la decisión de expulsar a un alumno significa que será transferido a otro centro educativo o que pasará a ser educado por sus tutores legales (en países como Australia o Estados Unidos), dependiendo de las circunstancias familiares y del consenso de los profesionales que se encarguen del caso (normalmente el equipo de dirección del centro).
En un informe del Defensor del Pueblo en Australia del año 2017 se observaba que la expulsión en las aulas era un problema educativo en auge y que muchos centros no contaban con los recursos, la información y la asistencia necesarios para apoyar a los alumnos con mayores necesidades.
La investigación ha demostrado que los estudiantes que son expulsados tienen un mayor riesgo en el futuro de manifestar comportamientos criminales y antisociales o de consumir drogas. Los jóvenes con antecedentes de expulsión en el colegio también tienen menos probabilidades de tener una vida adulta estable, feliz y productiva.
Las suspensiones y las exclusiones también plantean varios problemas éticos serios sobre la manera en la que el sistema educativo trata a los estudiantes más desfavorecidos. Los alumnos vulnerables (o "en riesgo"), como pueden ser aquellos con discapacidades o con dificultades de salud mental, están representados de manera desproporcionada en las suspensiones y expulsiones escolares.
Según un informe reciente publicado en Australia, se recomendaba de forma explícita a los colegios que evitaran utilizar las expulsiones o las suspensiones como estrategia de control de comportamiento por defecto para aquellos alumnos con discapacidades o con conductas difíciles.
Existen muchas estrategias basadas en pruebas para mejorar el comportamiento de los alumnos (y de los profesores) en las aulas. Dichas estrategias pueden ser muy efectivas si los profesores saben cómo utilizarlas y si tienen la suficiente seguridad para hacerlo. Los niños con necesidades conductuales puede que necesiten una intervención más especializada que se centre en desarrollar las capacidades comunicativas y sociales adecuadas, así como una regulación emocional.
También se puede ayudar a los profesores a la hora de recopilar y clasificar los datos sobre cuándo y dónde ocurren los problemas de conducta para después utilizarlos para valorar qué es lo que puede estar detrás de dichos comportamientos.
Qué se puede hacer
Por ejemplo, Jorge necesita ayuda porque la tarea que ha puesto el profesor es demasiado difícil para él y su comportamiento perturbador es una forma de pedir ayuda. Cuando Carla molesta a la profesora y acaba siendo expulsada de clase, lo que consigue es librarse de hacer los tediosos problemas de matemáticas. Andrés está irritable y suele tener un comportamiento agresivo los lunes por la mañana porque los domingos se queda a dormir en casa de su padre que le desestabiliza a nivel emocional y hace que recuerde una y otra vez la separación de sus padres.
Con todo estos datos los profesores pueden ayudar a los alumnos a aprender a modificar su comportamiento, por ejemplo enseñándoles buenas formas de conducta con las que reemplazar los comportamientos negativos.
En algunos casos, al igual que los estudiantes, los profesores y los colegios necesitan un cambio de actitud. Varios estudios australianos han indicado que si los profesores, los padres y los directores de las escuelas tienen una actitud negativa hacia los alumnos "de riesgo" (aquellos alumnos con discapacidades, problemas de salud mental o procedentes de entornos desfavorecidos) pueden incitar a que se produzcan comportamientos que lleven a la expulsión o a la autoexpulsión.
Mi propia investigación muestra que reducir las expulsiones en la educación es una oportunidad para cambiar la actitud hacia la discapacidad y la salud mental en las escuelas. Es fundamental cambiar la forma en la que los profesores se dirigen a los niños en riesgo si queremos que los profesores cambien su comportamiento a favor de la integración.
Muchas personas consideran que la enseñanza es una profesión muy estresante. Aunque las razones son muy complejas, varios estudios sugieren que el mal comportamiento en las aulas es uno de los principales motivos. Los nuevos datos sobre la relación entre el estrés de los profesores y el comportamiento de los alumnos sugieren que es algo bidireccional: el agotamiento de los profesores puede llevarles a utilizar métodos de castigo represivos e ineficientes que pueden escalar rápidamente y hacer que el profesor se sienta cada vez más impotente.
Otra investigación sugiere que los profesores estresados están mas desconectados de sus alumnos y que a menudo les cuesta ver cuáles son sus necesidades, lo que puede llevar a un mal comportamiento por parte de algunos alumnos. También son muchas las escuelas y los profesores los que no tienen las capacidades o los conocimientos necesarios para adaptarse a las necesidades de aprendizaje y de comportamiento específicas de los alumnos con discapacidades.
Por eso es probable que las futuras iniciativas a nivel nacional para reducir el estrés de los profesores reduzcan el número de suspensiones y expulsiones innecesarias. Los beneficios de este tipo de iniciativas pueden ser considerables tanto para los alumnos más vulnerables como para todos esos profesores que se esfuerzan en su trabajo.
Autor: David Armstrong, Flinders University.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.
Traducido por Silvestre Urbón.