Es un detalle minúsculo, casi imperceptible, en una escena a mitad de película, pero suficiente para obrar el milagro. Mientras la familia Kim cena en el suntuoso salón de la familia Park, un cilindro metálico familiar sobresale por debajo de la mesa. Se trata del bote de las patatas Bonilla, una pequeña fábrica gallega reconocida en toda España que, de la noche a la mañana, vive un frenesí de pedidos.
La culpable, Parásitos, película surcoreana galardonada con cinco Oscar hace algunos días.
Origen. El idilio entre Corea del Sur y Bonilla a la Vista se remonta a 2016, cuando un proveedor asiático peinó el mercado europeo en busca de unas patatas fritas acordes a sus exigencias. Las encontró en A Coruña, en una empresa local fundada por César Bonilla en 1932. Destinadas a una feria patrocinada por Hyundai, fueron un éxito inmediato.
Los 3.600 botes del primer envío se agotaron en un abrir y cerrar de ojos.
Hasta la película. Mitad fenómeno popular mitad estrategia de márketing, las patatas Bonilla se convirtieron en un fenómeno viral entre los surcoreanos. A las numerosas publicaciones dedicadas por las celebridades e influencers locales en Instagram hubo que sumar hace un año su aparición en unas fotos promocionales de Stray Kids, banda de K-Pop con millones de seguidores, en un reportaje de Dazed.
Resultado: antes siquiera del estreno de Parásitos la fábrica de Arteixo exportaba 37.000 kilos de patatas a Corea del Sur cada mes. El 10% de su producción anual termina en el país asiático.
Locura. Sucede que el Oscar ha disparado la popularidad de Parásitos, y con ella la de patatas gallegas. La demanda se ha disparado de tal modo que la fábrica ha tenido que doblar turnos y contratar a ocho trabajadores más. Las ventas online, en parte espoleadas por la atención nacional e internacional sobre la marca (como atestigua este reportaje de The Guardian), han crecido un 150% cuando antes eran marginales.
En palabras del propio César Bonilla en La Voz de Galicia:
Se contabilizaron miles de entradas en redes sociales. Lo del Oscar disparó la venta online, de 8 a 80, una barbaridad. En Barcelona se agotaron las latas y me llamó una persona para que le guardásemos una a una amiga que venía de China... Una locura.
Sobre el frenesí productivo de la fábrica, responsables de la empresa explican lo siguiente, también en La Voz:
Los turnos se refuerzan en primavera y verano, cuando hay más consumo sobre todo en hostelería. Lo habitual a esta altura del año es tener solo turno de mañana, pero hemos tenido que ampliar el horario de fritura hasta la tarde (...) Tenemos una producción estable de más o menos 540 toneladas al año de patatas, pero desde enero se desató esta locura.
Efecto Oscar. ¿Es normal? Hasta cierto punto sí. Los Oscar, con todos sus defectos, son una máquina de atraer miradas. Películas como American Sniper o Zero Dark Thirty obtuvieron más del 90% de su recaudación en salas tras obtener la nominación. Hay tantos espectadores observando que se han convertido en un espacio de incalculable valor para las marcas. Un anuncio de 30 segundos en plena ceremonia cuesta $2.6 millones.
Un ejemplo de su impacto. Cuando en 2014 Ellen DeGeneres presentó la gala, encargó diez pizzas a una cadena local llamada Big Mama's and Papa's. Brad Pitt, Jared Leto y otros actores las devoraron frente a las cámaras. Al día siguiente sus ventas crecían un 500%, duplicando sus seguidores en Facebook y saturando sus cocinas. El impacto estimado de la escena, gratuita para la marca, fue de $10 millones.