Cuando el gobierno acuñó el término "nueva normalidad", tan orwelliano, para explicar las fases de desescalada, las implicaciones eran claras. El mundo pre-coronavirus ya no existe. Pereció en enero. Debíamos aspirar a una normalidad en convivencia con el virus, una nueva normalidad que acomodara las exigencias de nuestra vida social y de la economía a una permanente batalla contra la enfermedad. Vivir como siempre.
Pero sin vivir como siempre. ¿Era plausible?
Parece que no. Todos los gobiernos se plantearon lo mismo. La economía dependía de ello. El resultado a corto plazo es, a tenor de algunas encuestas, más bien pesimista. Hay mucho de nueva en nuestras vidas post-confinamiento y muy poco de normalidad. Un ejemplo lo ofrece este sondeo de YouGov (PDF) en Reino Unido sobre el grado de confianza que tienen los británicos en las prácticas sociales de antaño, tan mundanas.
Incomodidad. Al menos el 70% de los encuestados "no se siente cómodo" yendo a un "pub", nuestro equivalente al bar. Un 60% tampoco percibe seguridad en los centros comerciales. Otro 60% tiene reparos en comer o cenar en un restaurante. Un 71% preferiría no subirse a un autobús o a un vagón de metro. Otro 70% pasa, momentáneamente, del cine. E incluso un 45% se sentiría inseguro si tuviera que ir a una peluquería.
Los porcentajes son lógicos, muy en especial cuando la curva de contagios se está disparando de nuevo en toda Europa. Pero revelan algo dramático para la economía y para nuestras vidas: actividades cotidianas y corrientes que antaño ocupaban gran parte de nuestro ocio, y por tanto de nuestros gastos, resultan hoy amenazantes. Por lo que las dejamos de lado.
Más casos. Gran parte del deterioro económico que Europa y España muy en especial afrontan durante los próximos meses se puede explicar por aquí. El hundimiento económico no se explica sólo por el confinamiento, sino por el cambio de patrones que representaban el pan de cada día de las economías. Sabemos, por ejemplo, que España ha perdido el 5% de sus bares en seis meses; y que expositoras como Cineworld están cerrando todas sus sales de cine, dejando en la calle a 45.000 personas.
¿Por qué? No queremos ir. Por el miedo al contagio, por las restricciones, porque ahora priorizamos otras actividades. Pero no vamos.
Movilidad. Nada expresa con tanta nitidez nuestro cambio de comportamiento como los datos de movilidad. En agosto el uso del transporte público se hundió un 45%. En julio, un 47%. En junio, un 63,5%. Todo ello bajo la nueva normalidad. Cogemos menos trenes (un -43% en su conjunto, un -67% para el AVE), menos autobuses (-59,7%) y menos aviones (-41,6%). El dato de agosto ilustra que la recuperación progresiva respecto a mayo se ha ralentizado (aunque el verano ha podido influir).
Y sí, es cierto, en lugar de viajar en autobús hemos cogido más el coche. Fue especialmente cierto en julio y agosto, cuando su uso aumentó respecto a los niveles del año anterior, pero en septiembre ha vuelto a caer (un -9% en relación al mismo mes de 2019). En Madrid, por ejemplo, la movilidad del vehículo privado es hoy un 35% menos que antes de la pandemia.
¿Qué hacemos? Ir a lugares privados. A casas. La encuesta de YouGov es muy significativa también en este aspecto: el 62% se sentiría cómodo visitando a un amigo en su domicilio, porcentaje que aumenta hasta el 71% si hablamos de una reunión de seis o más personas. Aquí juegan otros factores, como la posibilidad de realizarlas al aire libre, donde el porcentaje de contagios es mucho menor que en interiores. Pero sigue siendo llamativo. Las reuniones privadas son un vector de contagio.
Lo que revela la encuesta es que, en parte, medimos mal los riesgos. Ir a casa de un amigo (interior, cerrado, quizá con mala ventilación, sin mascarilla, contacto cercano) puede ser tan arriesgado como ir a un restaurante (bien ventilado, con distancia de seguridad, donde el personal lleva mascarilla y cumple con el protocolo higiénico). Pero por lógica, nuestro cerebro teme más al segundo que al primero.
La economía. La suma de restricciones, temores y contagios ha provocado que España se hunda en un profundo pesimismo sobre el devenir de la economía. Según el último CIS (PDF), el 41% ya considera que sus finanzas familiares son peores hoy que hace seis meses, siendo el factor principal el covid (22%); el 88% cree que encontrar trabajo hoy es más difícil que en febrero; y el 32% opina que tendrá más dificultad para comprarse un coche, un mueble o un ordenador.
Un ambiente propicio para que el consumo se hunda por completo.
Imagen: Emilio Morenatti/AP