Sharice Davids es una política especial en muchos sentidos. El primero apela a sus orígenes. Nacida en el seno de una familia Ho-Chunk, comunidad nativa de América del Norte reducida hoy a los 7.000 miembros, Davids ha alcanzado un hito histórico: convertirse en la primera mujer nativa en acceder al Congreso de los Estados Unidos. Lo ha hecho, además, desde un estado conservador (y mayoritariamente blanco): Kansas.
El segundo trata sobre su orientación sexual. Davids es lesbiana y una reconocida portavoz de la comunidad LGBT en la muy cristiana y tradicionalista Kansas. En muchos sentidos, es el ejemplo paradigmático de la progresiva apertura ideológica de numerosos votantes en la América profunda: jamás en la historia de la política estadounidense una mujer nativa y lesbiana había obtenido un puesto en la cámara de representantes.
Al lado de su singular biografía, un hecho tan estrambótico como su antigua dedicación al pressing catch resulta irrelevante. Davids apuesta por mantener los impuestos a las clases altas, frente a la política de su rival y antaño depositario del puesto en el Congreso, Kevin Yoder, desea apuntalar Obamacare (esencial para poblaciones vulnerables), y pregona con firmeza las virtudes de la energía eólica en el interior seco, plano y ventoso de Kansas.
¿Es el futuro de Estados Unidos? En muchos sentidos, Davids es un producto de su tiempo. Su victoria llega en el distrito urbano de Kansas City, caracterizado históricamente por un voto fiel al Partido Republicano. Los tiempos están cambiando, no obstante. Si en 2008 y en 2012 apostó por los candidatos presidenciales republicanos, en 2016 se decantó por Hillary Clinton. Ahora ha aupado a Davids nueve puntos por encima de Yoder.
Los motivos son variados. Como se apunta aquí, los fuertes recortes implementados por la administración republicana en Kansas no han favorecido los intereses del congresista Yoder. El Partido Demócrata se había fijado en el distrito de Davids como uno de los antiguos bastiones republicanos capaces de cambiar el sentido de su voto. Hay factores demográficos que también importan: el voto de las minorías y los intereses divergentes de los entornos urbanos (más demócratas) y rurales le han favorecido.
Su historia encaja a la perfección con el relato que parte de Estados Unidos quiere contarse en el futuro: un país más abierto y tolerante capaz de neutralizar las desigualdades históricas contra las mujeres, las minorías étnicas y el colectivo LGBT. Davids cumple punto por punto la mirada progresista y transformadora de las políticas de identidad, apuesta por un modelo de gobierno más intervencionista y redistribuidor y adorna su discurso con pinceladas verdes.
Representa, sin embargo, la mitad de la historia.
La otra cara (republicana) de la moneda
A Brian Kemp le gustan las armas, los impuestos reducidos, las camionetas y los valores tradicionales. Lo expresa con rotundidad, pronunciando un nítido acento sureño, en sus múltiples y en ocasiones hilarantes anuncios electorales. En uno de ellos aparece escopeta en mano junto al novio de una de sus hijas, en posición amenazadora, interpretando al padre severo y ordenado que todo suegro debería temer en su futuro.
Noche en vela sólo para ver si este hombre se convierte en el gobernador de Georgia. pic.twitter.com/UpOQ842AqT
— Capitán Spainball (@Espball) 6 de noviembre de 2018
En otro, siempre con el rifle en la mano, explota un pequeño explosivo a distancia. La metáfora sirve para el gobierno federal y el gasto a su juicio superfluo de la administración pública. Su programa está repleto de guiños al simpatizante de Trump: realiza una apología explícita de la posesión de armas, rechaza de forma frontal la burocracia del gobierno federal y clama contra los inmigrantes ilegales, a los que amenaza con llevar de vuelta a la frontera en su camioneta.
Kemp representa el otro extremo de la balanza estadounidense. Durante años secretario de estado de Georgia, uno de los estados más conservadores y pobres del Sur de Estados Unidos, tomará el testigo de su antecesor gracias a una ajustadísima victoria electoral aún no reconocida por su opositora demócrata, Stacey Abrams. El puesto de gobernador de Georgia ha sido uno de los más disputados y polémicos de las últimas midterms.
A esta hora, Kemp disfruta de apenas 70.000 votos por encima de Abrams. La reluctancia demócrata a aceptar los resultados (no al menos hasta que se cuente hasta el último voto de Georgia) proviene de las políticas de "disenfranchisement" aplicadas por el Partido Republicano, en control de la maquinaria electoral de las elecciones estatales.
Como hemos visto aquí, "disenfranchisement" hace referencia a la pérdida del derecho a voto. Cuestión inexistente en otras democracias electorales, es uno de los principales campos de batalla partidistas en Estados Unidos. Durante las últimas décadas el Partido Republicano ha dejado fuera del sistema a amplias bolsas de población, mayoritariamente latinas o negras. Dado que en Estados Unidos el registro para votar es obligatorio, las condiciones para validar los registros cada vez son más duras y exigentes.
El proceso deja de lado a numerosas comunidades más vulnerables que, por definición, participan menos en el juego electoral. Entre otras medidas, Kemp ha congelado la solicitud de registro de no menos de 50.000 votantes. Lo ha hecho sobre la base de una ausencia de "coincidencia exacta" entre los formularios de registro y los datos controlados por la administración de Georgia. Elementos tan simples como un guión ausente o una errata paralizan el registro.
El 70% de los votos congelados son de ciudadanos negros, cuyo voto es generalmente demócrata. Kemp también ha desregistrado a muchos votantes que no acudieron a las urnas en las dos elecciones anteriores. Otros estados han aplicado medidas similares durante los últimos años: desde privar del voto a los ex-convictos hasta la eliminación de casi 1.000 puntos de voto en todo el Sur (el 8% en Georgia, la abrumadora mayoría en barrios negros), la privación del derecho a voto ha alcanzado su punto extremo en estas midterms.
De ahí que numerosos medios de comunicación liberales acusen a Kemp de "robar" las elecciones. Lo ajustado de su victoria, sin duda, aviva el fuego de una polémica que se suma a prácticas como el gerrymandering (el dibujo de distritos electorales a medida). Estados Unidos es una democracia disfuncional en muchos sentidos.
Un país dividido en dos
A los votantes de Kemp, sin embargo, el "disenfranchisement" (que en lugares como Nuevo México impedía el voto a las poblaciones nativas tan tarde como 1946) les preocupa menos. Kemp representa a la América blanca, rural, heterosexual, evangélica y proteccionista. Los Estados Unidos que observan en figuras como las de Sharice Davids no un futuro ideal, sino a combatir, en tanto que lo perciben como una amenaza para su modo de vida.
Kemp y Davids son ante todo el reflejo de un país cada vez más dividido. Cada nuevo ciclo electoral ilustra las mismas brechas: entre las minorías raciales y los blancos; entre los asentamientos urbanos y rurales; entre las comunidades liberales y cosmopolitas y las tradicionalistas y nativistas. La ruptura de un país polarizado en torno a una figura (la del presidente Trump) y en torno a un juego de identidades y agravios reales o imaginados.
Mientras la congresista demócrata apuesta por energías verde, subsidios a los desfavorecidos y un papel más relevante del gobierno federal, Kemp habla de impulsar al pequeño negocio, de eliminar trabas burocráticas, impuestos y controlar con mano dura la inmigración ilegal. Sus puntos discursivos básicos incluyen una mímesis del "America First" de Trump, colocando a Georgia "primero" y combatiendo con firmeza el crimen. Sus anuncios resaltan sus valores familiares y su pasión por las armas.
Es el reverso conservador de Davids, casi una proyección perfecta e invertida de su programa político. Sólo en este proceso el éxito de dos figuras tan antagónicos como Kemp y Davids es comprensible. Ambos participaron en el mismo proceso electoral. Ambos provienen de la América profunda. Y ambos han sido aupados por circunstancias y motivos muy diferentes. Es una misma comunidad política, pero está más partida que nunca.