Cada trilogía de Star Wars tiene sus particulares bichos adorables a los que desearías tener de mascota. La primera se enamoró perdidamente de los ewoks, pequeño osos con gorro que colaboran con la Resistencia para vencer a las fuerzas imperiales en Endor. Las precuelas lo intentaron con Jar Jar Binks, y cuando fallaron optaron por los droides. Y en las terceras tenemos a los porgs.
Los porgs fueron reconocibles y motivo de un minísculo hype cuando aparecieron por primera vez en el tráiler de Los últimos Jedi. En pleno clímax narrativo, una bola de peluche de ojos saltones compartía con Chewbacca una aparente misión suicida en la cabina de mando de El Halcón Milenario. El gritito al vacío del bicho y su redondez natural lo convirtieron en un adorable objeto de deseo y en un detestable ardid comercial, otro más, de Star Wars.
No es que la franquicia necesita de demasiado merchandising para afianzar su posición económica. Los últimos Jedi ha sido el segundo mejor estreno de la historia del cine estadounidense, con una recaudación absolutamente estratosférica. Pero si algo sabe hacer Disney es exprimir la gallina de los huevos de oro hasta sus últimas consecuencias. De modo que prepárate para regalar a tu sobrino favorito un porg de peluche estas Navidades: a priori parece su sino, dado su irrelevante rol en la película.
Ahora bien, hay un motivo más prosaico y menos capitalista para que Los últimos Jedi haya incluido a sus particulares peluches animalescos como reclamo visual. Y tiene poco que ver con el márketing.
Los porg: frailecillos con cara de bulldog
En apariencia, los porgs son bichos alados no voladores que pasan sus días en la inhósìta isla de Ahch-To, el planeta al que Luke Skywalker decide retirarse tras cumplir con los servicios prestados a la Galaxia. Allí comen, se reproducen y hacen compañía a otras especies locales, como los elefantes-morsas-vacas de las que se alimenta ya célebremente el jedi o las cuidadoras que comparten vivienda con él. Son los más cuquis, e interactúan con Chewbacca y Rey con gracejo en cuando pisan la isla.
En realidad, Ahch-To es la isla de Sceilig Mhichíl, un peñón frente a la costa sur de Irlanda. Cuando el equipo de Star Wars eligió la localización y comenzó a grabar, cayó en la cuenta de un pequeño y molesto error: el lugar estaba atestado de frailecillos, simpáticas aves marinas de graciosa mirada cuya presencia en Sceilig Mhichíl era permanente, inevitable. Casi todas las escenas grabadas allí por Rian Johnson involucraban a algún frailecillo occidental.
Cuando el dilema aterrizó en el departamento de post-producción, barajaron diversas opciones. Lo cuenta aquí Jake Lunt Davies, miembro del equipo de diseño. El instinto natural de Johnson y compañía fue simple: eliminarlos y sustituir sus siluetas con porciones de la isla diseñadas con CGI. Pero la tarea era demasiado compleja y hubiera requerido de demasiado tiempo para, en el fondo, no aportar nada nuevo a la película. ¿Alternativa? Inventarse los porg.
A cada frailecillo accidental le sustituyó un bichín galáctico, ahorrando tiempo en el laborioso laboratorio de post-producción y dotando a Los últimos Jedi del otro bicho peludo y adorable que anhelaba la volcánica trama.
De ahí que los porg tengan un aspecto tan similar en sus colores al de los frailecillos. Al igual que estos, sus colores intercalan un bonito contraste de blanco y negro, sumado a pequeños detalles naranja que los convierten en seres muy identificables. Su morfología está a mitad de camino entre la forma rolliza de una morsa y la expresión asustada, tierna pero no achuchable, de un bull dog francés. Sumado todo ello al carácter alado del frailecillo, voilà: un porg.
Como de costumbre, el bicho ha estado rodeado de una agria polémica entre los fans. Hay quienes los detestan al representar de forma lateral todo lo que ya odian de una película, a su juicio, traidora, y hay quien los ama con locura porque, bueno, son peluches abrazables. Lo cierto es que su carácter accidental se manifiesta en que, al contrario que los zorros helados de Crait, no tienen ninguna interacción sustancial con la trama. Bueno, Chewbacca se intenta comer uno (no le culpes: tú también lo harías).
De forma paralela, claro, todo estos servirá a Disney para inundarnos de porgs haciendo cosas y convirtiéndose en cosas (peluches, marquesinas, botellas de agua, latas de Coca-Cola, anuncios de televisión, etcétera). El merchandising quizá sirva a la empresa para comprar lo que le falte de la industria cinematográfica. Pero la esencia seguirá siendo la misma: frailecillos.