Antaño conocida por ser un nodo ferroviario y por una bonita cementera, la pequeña localidad de Alsasua, en la frontera vasco-navarra, se ha convertido durante los dos últimos años en el Gran Tema de Conversación sobre Euskadi, los fantasmas de ETA y el carácter discrecional de la justicia española. El juicio sobre la supuesta pelea de madrugada en la puerta de un bar alcanza estos días su punto culminante. ¿Pero quién dice qué y cómo defienden los hechos cada una de las partes?
Hay dos elementos que contribuyen a magnificar los hechos de Alsasua, acaecidos una noche del 15 de octubre de 2016. Por un lado, el carácter político de los enfrentamientos, en los que dos guardias civiles y sus parejas fueron supuestamente agredidos por una veintena de personas, algunos de ellos cercanos a organizaciones abertzales. Por otro, las elevadísimas penas solicitadas por la acusación (Fiscalía): hasta 60 años de cárcel por (tachán) la comisión de un delito de terrorismo.
Dada la maraña de versiones que se contradicen entre sí (de los agentes, de los teóricos agresores, de los policías forales que acudieron al lugar de los hechos, de los dueños del bar donde pasó todo), es complejo tener una foto fija de lo que pasó. Así que aquí va lo que opina cada parte.
Las víctimas
Cuatro personas, un sargento y un teniente de la Guardia Civil destinados en Alsasua y sus dos parejas. Según ellos, entraron en el bar Koxka de madrugada con objeto de tomar unas copas. Una vez dentro, un reducido grupo de jóvenes se encararon con ambos, les exigieron que abandonaran el lugar y comenzaron a agredirles. Ya fuera, un grupo más amplio (de hasta veinte personas) les estaba esperando para propinarles una paliza. Uno de ellos (el teniente) terminó con el tobillo roto.
Los dos agentes aseguran que en ningún momento provocaron las agresiones, y que recibieron patadas estando en el suelo. Sus parejas acusan específicamente a un instigador de los hechos (Jokin Unamuno), primer detenido por la Foral aquella misma noche. Los cuatro relatan un ambiente de rechazo pleno en el pueblo y aislamiento social, tanto antes como después de lo sucedido. Según ellos, nadie trató de ayudarles durante la paliza (al contrario, observaron pasivamente).
Se apoyan en informes forenses que validan las heridas y lesiones causadas por los golpes.
Los acusados
Niegan la versión anterior.
Según su defensa, no se trató de una agresión grupal, sino individual, algo consistente con los informes de peritos forenses presentados por sus abogados. Tampoco se trató de una agresión planificada o fruto de un ambiente hostil, como indica la acusación, sino de una "pelea de bar" a altas horas. Las lesiones revisten poca gravedad y muchas de ellas no estarían relacionadas con los hechos del 15 de octubre, sino con cuestiones de la vida laboral (como las contracturas vertebrales) o fortuitos (como el tobillo roto, causado por una caída y no por un golpe).
Los abogados niegan el carácter organizado de la trifulca: las cuatro supuestas víctimas llevaban largo rato en el local antes de que se iniciara el enfrentamiento y, según los acusados, la mayor parte de ellos [desconocían](Adur Ramírez y Aratz Urrizola) si quiera que se tratara de guardias civiles (algo que las víctimas niegan en rotundo). Exceptuando Unamuno, todos los demás niegan haber estado en el lugar de los hechos, y la totalidad de ellos afirman que en ningún momento participaron en la pelea.
Según su versión, las víctimas no podrían reconocer correctamente a sus atacantes, acusándoles a ellos, que en la mayor parte de los casos no se encontraban allí.
La Fiscalía
La acusación hace suya el relato de las víctimas y la lleva varios pasos más allá. Tanto la Audiencia Nacional como la Guardia Civil han justificado la acusación de "terrorismo" ligando los hechos de Alsasua a la estrategia de intimidación y violencia callejera de ETA. No se trata de que los acusados pertenecieran o estuvieran relacionados con la extinta banda terrorista, sino de que llevaban a cabo una estrategia de hostigamiento hacia los agentes planteada hace décadas por Alde Hemendik.
En este sentido, acusan a varios de los supuestos agresores de pertenecer a organizaciones afines a la izquierda abertzale como Ospa, un movimiento que lucha por la expulsión de la Guardia Civil de Euskadi y Navarra. Según la acusación, la pelea habría culminado el aislamiento social y el clima de enfrentamiento desplegado por el movimiento abertzale en Alsasua. Por ahí justifica la Fiscalía el "terrorismo", muy discutido: no fue una "pelea de bar" sino la consecuencia de una estrategia.
Los testigos
Un aspecto crucial, dada la disparidad de versiones. Dos de los principales son los trabajadores del bar Koxka, Naira Navarro y Josu Muñoa. Ambos han afirmado que no se produjo "paliza" alguna dentro de su bar, y que sólo se encontraron al teniente de la Guardia Civil en el suelo cuando salieron a la calle y la situación se hubo despejado. Nigan la versión de las víctimas, que identifican en el interior del local las primeras agresiones. "En ningún momento percibimos que pasara nada".
Versión contraria ofrecen los agentes de la Policía Foral que acudieron al bar al poco de producirse la pelea. Uno de ellos describió al teniente "semiinconsciente" en el suelo, con la boca ensangrentada y rodeado por unas 40 personas. "Fue claramente una paliza", manifestó durante su comparecencia, y explicó que el clima era muy tenso, tanto contra las víctimas como contra los propios agentes de la Foral. Según su versión, existió agresión y una actitud hostil por parte de los acusados.
Las (escasas) pruebas
El veredicto final surgirá de la reconstrucción de los hechos que hagan los jueces y de su interpretación posterior. Hay pocas pruebas. Pero las que hay están muy disputadas. Tanto acusación como defensa han presentado informes forenses que o vinculan o desvinculan las heridas presentadas por las víctimas a una supuesta paliza. La acusación, por su parte, ha añadido la camisa blanca que llevaba el sargento como prueba de las patadas propinadas por los agresores.
La defensa ha mostrado un vídeo grabado por uno de los agresores (Iñaki Abad) en el que, según su opinión, se desmonta la versión de la camisa. En él aparece el sargento erguido y con la camisa en apariencia intacta, inequívocamente íntegro y sin rasguños o magulladuras que indicaran algún tipo de agresión agravada, en opinión de los abogados. Las imágenes le mostrarían en teórico estado de embriaguez y capaz de entablar conversaciones con algunos de los testigos presenciales.
Los testigos también hicieron mención a la camisa. La camarera del bar se apresuró a explicar que la encontró intacta y blanca, sin marcas; los policías forales declararon que había huellas y rastros de pisadas repartidas por el torso del sargento. El vídeo (cuya calidad de imagen es baja) no las muestra.
¿Pelea de bar o terrorismo?
La cuestión que se dirime en el juicio a Alsasua ha trascendido a la opinión pública por el complejo, maleable contexto de marginal violencia en el País Vasco. Quienes se colocan al lado de las víctimas lo hacen argumentando lo mismo que la acusación: que los agentes de la Guardia Civil viven un clima hostil en determinadas localidades vascas o navarras, y que la estrategia de hostigamiento, manifestada en Alsasua, bebe de la "kale borroka" y de las formas clásicas de la izquierda abertzale.
En plena lucha por el relato sobre el fin de ETA, es una cuestión importante.
Quienes manifiestan su apoyo a los supuestos agresores lo hacen, fundamentalmente, partiendo de un supuesto: sucediera lo que sucediera en Alsasua aquella noche no puede ser considerado "terrorismo", como pretende la Fiscalía. De este modo, el papel de la Audiencia Nacional sería uno más en su largo listado de excesos amparada en un Código Penal que abre demasiado la mano para incluir delitos menores en el rango de terrorismo, manifestando su arbitrariedad política.
Imagen | Álvaro Barrientos/AP