La humanidad se encamina de forma inexorable hacia la robotización del trabajo: un proceso lento, brumoso y certero en el que miles de puestos laborales se verán sustituidos para siempre por máquinas. En el camino, como ya sucediera hace dos siglos, surgirán los conflictos, y para muchos el robot quizá pase a representar el nuevo enemigo del ser humano, en una espiral de caos, violencia y perenne hostilidad mutua.
O no necesariamente. A tan oscuros augurios, alimentados durante décadas por nuestra imaginación gracias a supuestos teóricos como Skynet, podemos contraponer vídeos como el de esta pequeña llamada Rayna, cuyo prístino corazón ajeno a la maldad y los horrores del planeta le empuja de forma irremediable a abrazar a un falso robot. Y decimos falso, porque es una fuente estropeada. Cosa que a la niña le da igual.
Ella es el ejemplo de la conciliación del robot y del humano: de un futuro donde caminaremos en paz y de la mano.
La escena es tan tierna ("Hi, wobot", pronuncia en su primitivo inglés) que acumula casi medio millón de visionados en YouTube en apenas un puñado de horas, y ha flotado como un magma efervescente en todas las redes sociales. Tal es el breve fenómeno o el hype depositado en ella que Know Your Meme ha abierto de forma obligatoria una página para ella. Tanto por sus implicaciones tiernas como por su esperanzador mensaje.
Al fin y al cabo los humanos tendemos a preocuparnos por los robots. El de Rayna es el ejemplo último y adorable de la antropormofización de las cosas, o más concretamente de las máquinas: dado que esos trastos en el futuro van a fabricarnos las casas y a tendernos la colada, qué mejor que dotarles de aspecto humano y qué idea más brillante que establecer vínculos emocionales (adiós, Philae) por ellos sólo porque se parecen a nosotros.
Detrás de esto, por cierto, se esconde el no-tan-cómico movimiento contra el maltrato de los robots, un grupo humorístico que surgió después de las imágenes de agresiones físicas por parte de humanos a robots experimentales (Boston Dynamics tuvo la culpa). Aquellos perretes de acero y aquellos humanos con ruedas en forma de máquina nos resultaban cercanos y amigables, y nos daban pena. Empatizábamos con ellos.
A Rayna le sucede tres cuartas partes de lo mismo: ve una fuente con dos robots gigantes y la ama como si se tratara de Cortocircuito, cerrando su cariño en un maravilloso abrazo antes de pasar a otros menesteres más importantes como, err, jugar con una alcantarilla que tiene al lado.
Pero más allá de todo ello, Rayna esconde una valiosa lección: en un futuro de posible enfrentamiento y de conflicto por culpa de los robots que nosotros mismos hemos creado, la convivencia aún puede ser pacífica. Terminator no es una opción determinista. La convivencia en paz, adorable y positiva entre los "wobots" y nosotros, los humanos, es posible. Un rayo de luz, otro más, en tiempos de eterna zozobra.