Gibrán Jalil es considerado como un fenómeno extraño dentro de las letras del siglo XX. Su obra de 1923, El Profeta, le ha convertido en el tercer poeta más vendido de todos los tiempos, solamente detrás de Shakespeare y del poeta chino Laozi.
Este pequeño volumen de 26 poemas en prosa ha sido traducido a más de 50 idiomas y solamente su edición en Estados Unidos ha vendido más de 9 millones de copias. Su primera edición se agotó en un mes y durante los años 60 llegó a vender hasta 5.000 copias semanales.
Parece que la obra ha sabido llegar a varias generaciones: desde los que vivieron la Gran Depresión hasta el movimiento contracultural de los 60, llegando hasta el siglo XXI donde todavía continúa vendiéndose bien.
Lo más fascinante del fenómeno literario Gibrán/El Profeta es la gran cantidad de críticas que la obra tiene en el mundo occidental. Fuera de los países angloparlantes, el poeta nacido en el Líbano tiene muchos menos detractores y el profesor Juan Cole de la Universidad de Michigan afirma que la prosa de Gibrán tiene un estilo muy sofisticado en la lengua árabe.
Una figura clave del New Age
El Profeta es una obra interesante por varias razones y no solamente por ser un éxito de ventas. La obra está redactada en un estilo arcaico que recuerda a algunas traducciones de la Biblia (Gibrán conocía en profundidad tanto la versión árabe como la del rey Jacobo) con una calidad aforística que hace que el libro sea muy accesible y que suela ser citado en bodas, funerales y cortejos. Existen por lo menos dos escuelas que llevan el nombre del autor y la obra fue citada en una honra fúnebre durante el funeral de Nelson Mandela.
El Profeta no indica ningún tipo de afiliación religiosa, aunque es cierto que opera en un registro casi espiritual o inspiracional. Son muchos los que incluso lo clasificarían dentro de la categoría literaria conocida como "textos filosóficos".
A Gibrán se le atribuye haber sido una figura clave en el movimiento New Age por la importancia que tuvo El Profeta a la hora de introducir a muchas personas a la espiritualidad y la terapia personal más allá de la religión organizada y de los textos sagrados. El Profeta parece abarcar todas o cualquier tradición espiritual (o por lo menos no excluye a ninguna de forma explícita) y su ambigüedad y receptividad (dependiendo del lector) puede ser parte de su atractivo generalizado.
El libro, que presenta consejos en un gran número de aspectos primordiales sobre el significado de la existencia humana (como puede ser el amor, los hijos, la amistad, el bien y el mal, etc.) emplea un estilo narrativo bastante simple.
Un hombre en el exilio, Almustafa, lleva viviendo 12 años en el extranjero y observa cómo se va acercando el barco que le llevará de vuelta a "la isla donde nació". Apenados ante su inminente partida, la gente del pueblo se reúne para suplicarle que les conceda palabras de sabiduría para aliviar su tristeza:
En tu soledad has velado durante nuestros días y en tu vigilia has sido el llanto y la risa de nuestro sueño. Descúbrenos ahora ante nosotros mismos y dinos todo lo que existe entre el nacimiento y la muerte, como te ha sido mostrado.
El propio Gibrán había vivido en Estados Unidos durante 12 años cuando escribió la obra y se podría decir que se encontraba en una especie de exilio del Líbano, su propio país de origen.
Entre otros muchos temas, El Profeta reflexiona también sobre el matrimonio:
Y estad juntos, pero no demasiado juntos. Porque los pilares del templo están aparte. Y, ni el roble crece bajo la sombra del ciprés ni el ciprés bajo la del roble.
Sobre los niños:
Podéis darles vuestro amor, pero no vuestros pensamientos. Porque ellos tienen sus propios pensamientos. Podéis albergar sus cuerpos, pero no sus almas. Porque sus almas habitan en la casa del mañana que vosotros no podéis visitar, ni siquiera en sueños.
Y sobre el dolor:
Así como la semilla de la fruta debe romperse para que su corazón se muestre al sol, así debéis vosotros conocer el dolor.
La mujer detrás del poeta
Sus biógrafos han enfatizado la tendencia de Gibrán a la pretensión, a los delirios de grandeza y a convertir en ficción tanto su propia historia como sus relaciones con las mujeres como la que tenía con su hermana Marianna (quien le ayudaba con las tareas menores) y especialmente con su patrona y confidente, Mary Haskell.
Haskell permaneció fiel a su lado toda su vida y también financió gran parte de su estilo de vida, permitiéndole llevar a cabo sus proyectos artísticos más allá de su éxito con El Profeta. Haskell tenía vocación por ayudar a los menos afortunados (aunque ella no era una persona adinerada) y Gibrán no fue su primer proyecto personal de este tipo.
Siguió editando sus obras de forma discreta incluso cuando se casó, algo que ha negado cuando su compromiso se estancó. A Gibrán le gustaba rodearse de mujeres mayores de las que poder aprovecharse, tal y como escribía Joan Acocella en su detallado artículo para la revista New Yorker.
Era un hombre joven apuesto y de rasgos orientales. Habiendo crecido desde los 12 años en los guetos al sur de Boston, sobrevivió escalando entre círculos más privilegiados gracias a su apariencia, a su talento (sabía pintar y escribir) y a su toque "misterioso" gracias a ser un "otro".
Por decirlo de otra manera, para los angloamericanos se trataba de un accesorio que mostrar en sociedad. Fue "descubierto" por Fred Holland Day, un profesor interesado por los mundos de Blavatsky y el ocultismo que estaba de moda en la época, alguien a que le gustaba fotografiar a hombres jóvenes, ya fuera con vestimentas exóticas o sin ellas.
En el caso de Gibrán, puesto que las pruebas sugieren que evitó tener una relación sexual con Haskell, por lo menos no la dejó con la carga económica de tener hijos (algo bastante normal en sus días). Finalizó sus días con la compañía cercana de la única hermana que le quedaba, Marianna, y de su secretaria y posterior biógrafa, Barbara Young.
Debido al gran número de correcciones que Haskell realizó en la mayoría de las obras de Gibrán a lo largo de su carrera (incluyendo su primera publicación, un poema corto), podemos afirmar que su obra (al igual que muchos otros logros artísticos) se podría denominar más bien hasta cierto punto como una colaboración. La típica convención de firmar obras con un solo nombre ha eclipsado a lo largo de la historia los esfuerzos de contribuidores cruciales para las mismas, en muchos casos mujeres.
Muerte y dualismo
A pesar de la indiferencia de los críticos occidentales hacia la obra de Gibrán, el autor no tenía malas referencias: se trataba de un artista con una buena formación (había estudiado en la Académie Julian) que había expuesto por primera vez con 21 años y que produjo más de 700 obras a lo largo de su vida, incluyendo retratos de Yeats, Jung y Rodin.
Gibrán murió a una edad temprana, 48 años, de cirrosis hepática debido a su predisposición a beber grandes cantidades de arak que le daba su hermana Marianna. Uno se pregunta si Gibrán fue capaz de encontrar consuelo en sus propias palabras durante la fragilidad de sus últimos días.
En El Profeta escribía (probablemente con la ayuda de Haskell):
Confiad en los sueños, porque en ellos el camino a la eternidad está escondido ... Porque, ¿qué es morir sino erguirse desnudo? Y, ¿qué es dejar de respirar, sino el liberar el aliento de sus inquietos vaivenes para que pueda elevarse y expandirse y, ya sin trabas, buscar a Dios? Sólo cuando bebáis el río del silencio cantaréis de verdad.
Gibrán ha sido criticado por tener un estilo de escritura confuso pero reconfortante basándose en opuestos, algo que para algunos hace que esté abierto a cualquier interpretación. Sin embargo, también hay que tener en cuenta que este tipo de dicotomías inquietantes es normal en muchos textos filosóficos como el Tao Te Ching, así como en textos del sufismo y de otras tradiciones del saber.
Además, para ser hijo de inmigrantes sin recursos que saltó a la fama gracias a su belleza, a su talento y a una convicción ciega sobre su propia singularidad (algo que alimentó junto con su pequeña obsesión por Jesucristo algo que se refleja en sus obras tardías y posiblemente mejores), puede que la vida no le hubiera dejado de demostrar sus propias dicotomías: rechazo/aclamación; pobreza/riqueza; indiferencia/deseos; desdén/popularidad; exotismo/racismo.
Un respiro momentáneo
Para ser una persona que sin duda "lo logró" (según los estándares occidentales modernos), puede que Gibrán tuviera algo más que una pizca de sabiduría y pericia para aquellos que intentan sobrevivir en un mundo despiadado y caprichoso. Lo cierto es que son millones de personas las que han encontrado un respiro momentáneo en sus itinerantes y evocativas palabras.
En un siglo donde las figuras de autoridad (ya sea a nivel político o representantes de tradiciones espirituales) parece que no solamente fallaron a sus multitudes, sino que incluso las engañaron de forma activa, puede que los consejos vagos y poéticos de Gibrán hayan llegado para llenar un vacío de integridad y liderazgo. No es necesario criticar a aquellos que han leído sus obras (entre los que se incluyen figuras de la talla de John Lennon y David Bowie) y que pueden que les hayan servido para expresar su amor, escribir canciones de dolor o apaciguar sus temores existenciales.
El Profeta ha funcionado como un bálsamo generalizado tan efectivo como puede ser cualquier cosa efímera y concisa. Es más barato que muchas de las pastillas de las grandes farmacéuticas y no incita al odio, ni a la violencia, ni provoca tensiones entre las diferentes religiones.
La obra nos cuenta el tipo de cosas que a veces nos gustaría que una persona de confianza nos dijera para calmarnos. En los tiempos tan locos que corren, quizás deberíamos apreciar sus bondades y dejar que sea el éxito de ventas que es.
Imágenes: del Museo Gibran.
Autora: Antonia Pont, Profesora titular de la Universidad de Deakin.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.