Francisco I afronta una "dubia" visceral para resolver el mayor debate de la Iglesia: si acepta el matrimonio gay o no

  • En 2018 se abrió una puerta para cambiar ("desarrollar") muchas de las ideas que han definido la presencia pública de la Iglesia. Entre ellas, las uniones homosexuales.

  • Hay una lucha encarnizada entre los que quieren usarla y los que quieren impedir que nadie la use

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Las cosas de la Iglesia Católica no son nunca lo que parecen. La última polémica vaticana (que incluye cinco viejecitos vestidos de rojo, "golpes de estado" de guante blanco, matrimonios homosexuales, mujeres sacerdotes y otras muchas cosas), tampoco.

Sobre todo, porque este rifirrafe no es más que una escaramuza de una batalla mucho mayor. Pero vayamos por partes.

Una 'inocente' dubia. Hace unos meses, un pequeño grupo de cardenales hizo cinco preguntas teológicas (una 'dubia' en jerga vaticana) al papa Francisco de cara a la que quizás sea la reunión más importante de su pontificado, el sínodo de la sinodalidad. La carta tocaba muchos temas: desde los límites de reinterpretación de la Revelación divina, la bendición de uniones homosexuales, la ordenación de mujeres, el concepto mismo de sinodalidad o el papel del perdón en la iglesia actual.

No eran temas escogidos al azar: son cuestiones muy polémicas en el seno de la Iglesia. Por citar el ejemplo más claro, el tema de la bendición de uniones homosexuales lleva años siendo un problema de primer orden en las relaciones entre los obispos alemanes, el resto de la Iglesia y el Vaticano. 

Son cuestiones, además, cuidadosamente seleccionadas para obligar al Santo Padre a retratarse en esos temas (y no han hecho ningún esfuerzo en ocultarlo). Es decir, sin poner en cuestión las intenciones de los cardenales (que, por lo que veremos, tienen motivos para estar preocupados), la dubia es más que un puñado preguntas.

¿Un golpe de estado? Es lo que han dicho varios medios, pero parece excesivo e injustificado. Si hay algo que puede reconocérsele a la Iglesia Católica es que, tras una larguísima historia de cismas y peleas, ha conseguido un diseño institucional casi a prueba de bombas. Es una maquinaria con una inercia organizativa tan enorme que es muy difícil de asaltar.

En honor a la verdad, tampoco es razonable pensar que fuera esa la intención de los cardenales. No creo, ni siquiera, que esperaran respuesta. En 2016, dos de ellos (junto con otros ya fallecidos) enviaron otra dubia que, durante años, ha sido objeto de debate. Y en todo estos años, el Vaticano no ha hecho absolutamente nada por contestarles.

La sorpresa, en este caso, es que el Papa sí les ha contestado.

Lo que hay detrás de la dubia. Porque, aunque lo que dice la respuesta del Papa es muy interesante (y, como veremos, abre muchas puertas), lo realmente importante es un proceso de fondo que está ya en marcha y que amenaza con cambiar muchas cosas dentro de la iglesia en poco tiempo. Eso es lo que los cardenales tratan de frenar con los escasos medios disponibles; de eso va realmente la polémica de la dubia.

La cuestión de la pena de muerte. Parece que estoy dando un rodeo, pero en el cambio de posición de la Iglesia en torno a la pena de muerte se puede ver con claridad el proceso del que hablo. En 2018, Francisco cambió el párrafo del Catecismo donde se hablaba de la pena de muerte.

Donde anteriormente, se decía que, aunque "la enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye [...] el  recurso a la pena de muerte, si esta fuera el único camino posible", "si los medios incruentos bastan [...], la autoridad se limitará a esos medios"; ahora se podía leer que "la pena de  muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona», y se compromete con determinación a su abolición en todo el mundo”.

Parece un cambio menor. Al fin y al cabo, los últimos Papas (independientemente de su supuesta ideología) han sido grandes activistas contra la pena capital. Sin embargo,  Francisco estaba dando la vuelta a dos milenios de teología católica: estaba desarrollando la enseñanza moral de la Iglesia hasta el punto de cambiarla de forma significativa.

Esa es la clave: el desarrollo. Como explicaba Brian A. Graebe, “la cuestión de la pena de muerte es muy importante porque sirve como posible modelo para cualquier cambio doctrinal que uno pueda desear".

"'Durante mucho tiempo creímos en X, pero ahora entendemos mejor Y, por lo que hemos llegado a creer NO en X'...", continuaba Graebe. Y no, no es una paranoia de los movimientos más conservadores. "Cuando se le preguntó sobre la posibilidad de cambiar la enseñanza de la Iglesia sobre la anticoncepción, el propio Papa Francisco invocó la idea de desarrollo y citó la pena de muerte como un ejemplo de cómo la enseñanza moral puede y debe desarrollarse”. Ahí está todo.

No es gratuito que la idea de desarrollo la invoque el Papa hablando de anticoncepción (al fin y al cabo, 'Humanae vitae' sigue siendo una de las encíclicas que más problemas han causado a la Iglesia en los últimos siglos), pero hay muchos más temas sobre la mesa.

Y eso es lo que preocupa a los cardenales de la dubia. Porque el problema real de la Iglesia Católica es que quiere sorber y soplar a la vez. Por un lado, se dice "depositaria de la fe de los Apóstoles" y deja bien claro que la revelación es inmutable. Por el otro, lleva 2.000 años haciendo contorsionismos recurrentes para adaptarse (mejor o peor) a la realidad del momento. Esas dos almas llevan siglo en lucha y, por ello, los cardenales se preguntan... ¿qué viene detrás de la pena de muerte?

¿Será el 'tema gay'? ¿El sacerdocio femenino? Sin lugar a dudas, la obstinación de los obispos alemanes a bendecir uniones homosexuales viene a poner encima de la mesa que, salvo contadísimas excepciones (me atrevería a decir experimentos) la verdad es que la Iglesia no tiene una propuesta coherente para personas homosexuales.

El feminismo católico, por otro lado, lleva décadas empujando a la Iglesia para que siga los pasos de la Iglesia Anglicana y ordene a mujeres. O, en todo caso, se tome en serio lo que decía Juan Pablo II (que cuando hablamos de la potestad sacerdotal "nos encontramos en el ámbito de la función, no de la dignidad ni de la santidad") se traduzca en algo sustantivo y se acabe de considerar a las mujeres miembros de segunda categoría en la Iglesia.

En un tercer lado, cierto tradicionalismo católico lleva años reivindicando una vuelta a muchas prácticas eclesiales (la misa en latín, la principal) que desbordan los consensos posconciliares, pero para los que la jerarquía tampoco tiene respuestas claras.

Cómo seguir siendo católicos. Son problemas enormes que no tiene solución sencilla, ni a nivel institucional, ni a nivel pastoral, ni a nivel teológico. Y esa es la gran batalla de la Iglesia: cómo seguir siendo católica (es decir, universal) en un mundo cada vez más diverso.

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Imagen | Nacho Arteaga

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