Cada año, entre mediados y finales de mayo, la ciudad de Cannes se convierte en el centro de todas las miradas. Alfombras rojas y glamour a espuertas se conjugan con proyecciones de cine de autor (o, bueno, al menos sus creadores más conocidos), en una cita donde los grandes cineastas presentan sus últimos trabajos compitiendo por la Palma de Oro.
Es considerado por muchos el festival de cine más importante del mundo, las aproximadamente 80 películas que el festival acoge cada edición acabarán ocupando la atención de los cinéfilos en sus respectivos países en los siguientes meses, incluso años, y en cada edición se exhiben un puñado de esas joyas que recordaremos con los años. Es el certamen que premió Viridiana, La dolce vita, de Paris, Texas o de La vida de Adele. Lo que no se refleja en esos días en los medios internacionales es que allí, al tiempo, también se han exhibido Sharknado 4, Kung Fu Yoga o una película de animación de maletas parlanchinas.
Porque sí, pese a que el espectáculo de la Competición Oficial es el que ocupa todos los focos, pese a que nuestros medios se hacen eco del escandaloso modelo de Charlize Theron o los comentarios de Spielberg, es mucho más lo que esconde la Riviera francesa en esos días. Hablamos del Marché du Film, el continente del planeta Cannes en el que la gente se asemeja más a fieros agentes de bolsa que a relamidos críticos juzgando cerebrales películas.
El archiconocido festival galo es solo apto para profesionales, y a los 4000 periodistas acreditados para más de 90 países se suma otra mayoría menos popular, la de los 11.700 profesionales del mercado que se acercan esos días a Francia para llegar a acuerdos desde todas las facetas que puede requerir una película: desde la búsqueda de financiación a la captura de agentes de distribución en cada uno de los países pasando por el pillaje de obras que se programarán en diversos festivales y mucho más.
Toda esa gente trabajará alrededor de las 3420 películas (datos de 2016): 1600 títulos europeos, 830 estadounidenses, 540 documentales y mucho más. De ellos, hasta 1500 se proyectarán en el Palais y alrededores, y muchas de ellas pueden verse promocionadas desde los stands acondicionados para cada mercado por parte de agencias de cine, normalmente marcadas por su zona geográfica. Así, aunque la prensa no podamos acudir a todos esos pases, sí podemos pasearnos esos días por cientos de pabellones lituanos, suecos o chinos donde se muestran posters y fichas técnicas de cantidad de películas increíbles. Y ahí es donde se despliega la magia.
Son muchas ideas las que nos asaltan nada más llegar a esta zona oculta del festival. La primera, que el mundo del cine es muchísimo más grande de lo que podríamos pensar normalmente. Que si ya nos abruma la cantidad de películas que llegan cada año a nuestras carteleras, el volumen de largometrajes que se producen es aún mayor. Que el cine se mide en kilos.
La segunda, que el cine es también un mercado internacional, que cada país tiene su propia y gran industria (es decir, si hay un panel del cine de EXTREMADURA, qué no habrá de remotas regiones de Singapur) que muchas veces queda deslumbrada por el peso de la producción norteamericana y nacional.
Y la tercera, que por cada película de viaje de Renfe hay miles, tal vez decenas de miles de mercados ahí afuera en todas partes del globo, viajeros, espectadores casuales a los que hay que hacer llegar muchos productos no del todo satisfactorios.
Cuando la idea de que el cine es una industria te golpea en la cara
O eso queremos pensar porque, todo sea dicho, no hemos podido ver el último plagio de Cars o Sharknado 4. Estamos prejuzgando. Una postura parecida nos trasmitieron unos mercantes de cine rumbo al festival en el aeropuerto de Madrid y que prefieren mantenerse en el anonimato. Tenían la suerte de ser unos agentes con una película debajo del brazo que podría exhibirse en una pantalla esos días. Eran agentes experimentados, y como nos contaron, es muy normal que los compradores vayan a los pases de este tipo de películas sin prestar demasiada atención a lo que están viendo.
“En muchas ocasiones llegan y se quedan el tiempo justo para saber si les interesa comprar o vender. 10 minutos, tal vez 20. Otros miran la pantalla de vez en cuando mientras por la otra línea están a su Smartphone. Esta no es exactamente la misma forma de acercarse al cine que como lo hacen los periodistas en el Lumiére, allí arriba”. Así que sí, si hay algún giro de guión increíble en el minuto 50 de Lipstick under my burka, si la peli pasa de pronto pasa de ser una ligera comedia india a cine postapocalíptico con tintes ochenteros, los compradores es posible que se lo pierdan. Que la hayan comprado (o no) igual.
La misma visión del Marché tiene un programador de un festival español al que hemos entrevistado y que prefiere mantenerse en el anonimato. "Al principio es difícil adaptarse a tener que salir de una película a los 5 minutos cuando ademas ha estado presentándola su director, pero es la dura ley de estos días. Hay que ir a toda prisa y no podemos tener piedad". Para este programador, cinco minutos de visionado pueden ser más que suficientes, porque dependiendo de lo que vayas a exhibir, cuentas con qué tipo de producto necesitas y cuál no, si ese largometraje te encaja en tu empresa. "En muchos casos, si te ha interesado, les pides un screening y prometes verla en tu casa después. Piensa que alguien con tareas de scouting, en el ritmo de Cannes, puede entrar al día a 25 o 30 películas".
Las del mercado son salas mucho más pequeñas de las que estamos acostumbrados a ver en nuestros cines. Para las más esperadas, pongamos, algo que se está exhibiendo ahora mismo en la Sección Oficial o la que ganó el premio del Público en Berlín, hay locales de algo más de 100 butacas, pero la mayoría de espacios que ofrecen a los de industria, en el Palais, en Lérins o Riviera, son salas de unas 60-80 plazas, "normalmente el aforo se cubre a la mitad, antes de la espantada. Pero también es frecuente que entre la gente antes o después del inicio de la proyección. Algunos incluso con el portátil, haciendo ruido tecleando, en vez de con una tablet o el móvil, como si fuese gente del pleistoceno", asevera el programador.
"En esencia, la jungla de estos días es la parte menos romántica del cine, y sí que te hace perder un poco la ilusión. Es pura compraventa, y a veces es hasta incómodo que un director que ha hecho una peli malísima, todo pagado de sí mismo, te mande 5 correos en una semana intentando que cueles su película en tu festival. Y eso que con los programadores son mucho más comedidos, con los compradores esto es mucho peor".
Antes de seguir, veamos algunas de estas joyas, en un año que, aunque no se refleje en lo aquí expuesto (tendréis que confiar en mi palabra) estaba marcado por la temática de los payasos (veteranos del paseo por el Marché du film nos avisan de que en años anteriores estuvieron muy fuertes los tiburones y los perros, a veces consecutivamente). Pura fábrica de sueños.
Atención: tráiler aquí.
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Películas que nunca veremos en el concurso de @Festival_Cannes (8) Hoy, cine religioso... con ¡Kevin Sorbo! pic.twitter.com/DEN88dSL8D
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Sí, a nosotros también nos habría gustado estar en los briefings de las propuestas de algunas de estas películas, en el departamento de márketing encargado en poner esos taglines, en el hogar de esa vieja gloria del cine de acción que, con resignación, ve el guión de The asian connection y dice, “todo el mundo tiene que comer”. Uno podría pensar que muchas de estas películas son una broma hecha por un aficionado a la parodia del cine de serie B o Z, pero búsquedas rápidas de los títulos nos dan como resultado fichas reales en IMDB. Al parecer, a Gerard Depardieu sí que le pareció buena idea hacer de Stalin en algún momento de 2015.
Como es natural, valoramos mucho las propuestas de cineastas tan reconocidos como el viejo militante anti-thatcherista Ken Loach o el filipino Brillante Mendoza, pero de alguna manera también a los espectadores nos gustaría ver, al menos paladear una pequeña parte, de todo ese cine infantil de saldo, de ese cine polaco que imita fórmulas estadounidenses con un poco de Guión de McKey y after effects, de la última macarrada del The Asylum napolitano. Si nos guiamos por los comentarios de los entrevistados por Indiewire, los agentes de compras que se acercan cada año al Marché encuentran una oferta más saturada, más clónica e impersonal. A nosotros siempre nos quedará Sitges.