La taquilla de lo último del creador de 'Mad Max' ha sido catastrófica, pero 'Tres mil años esperándote' es una joya del fantástico

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Las noticias de que 'Tres mil años esperándote', la última película de George Miller, director de todas las entregas de 'Mad Max' (desde la icónica primera entrega protagonizada por Mel Gibson a la última y demoledora 'Furia en la carretera') había sido un sonoro fracaso en la taquilla estadounidense me resultaron descorazonadoras. Incluso antes de ver la película, solo a partir del trepidante trailer, estaba claro que la propuesta de Miller, como mínimo, sería personal, rotunda y dueña de una imaginería única.

Por supuesto, las películas nunca son como en el trailer: 'Tres mil años esperándote' es una película mucho más reflexiva y menos apabullante de lo que sugieren los avances, pero la desbordante creatividad de cada uno de sus planos, su maravilloso mensaje sobre nuestra necesidad de contar historias merecía más. Su debut con 2,87 millones de dólares en 2436 pantallas va acorde con un fin de semana, el último de agosto, flojísimo en recaudaciones en general. Y aún así, el desastre ha sido mayúsculo.

Lo que propone George Miller es una película que se distancia del cine de alto presupuesto que vemos en las salas. Tiene un par de grandes estrellas encabezando el reparto, casi no hay planos sin efectos especiales y cuenta una historia que coquetea con la fantasía, el drama ligero y hasta el terror. Y sin embargo, y pese a ser una película absolutamente actual, la sensación de que estamos ante un arrollador despliegue de libertad creativa es apabullante.

Esa percepción posiblemente se debe a la singular estructura de la película, que encaja con el mensaje que quiere contar: una historia dentro de otra historia dentro de otra historia, y así en una espiral de narraciones que se encabalgan unas con otras. A veces las vemos a modo de flashbacks, otras se liquidan con una serie de frases certeras y evocadoras. 'Tres mil años esperándote' es un auténtico bofetón a los guiones académicos (como lo era 'Mad Max: Furia en la carretera' y su héroe, mudo y dócil): los dos protagonistas son de carne y hueso, pero están compuestos solo de las historias que cuentan.

Las mil y una noches en una habitación de hotel

'Tres mil años esperándote' cuenta (entre decenas de otras cosas) el encuentro entre una narratóloga madura y solitaria (Tilda Swinton) y un djinn que, al ser liberado le concede los paradigmáticos tres deseos (Idris Elba). La mujer, consciente de que tiene una pata de mono potencial entre sus manos (es decir, la posibilidad de que los deseos se vuelvan contra ella para enseñarle una lección) se muestra reticente. Pero el genio le suplica que pida sus deseos para liberarle, y para ello le cuenta su vida, un complejo engranaje de historias dentro de historias con el fin de que ella se compadezca de su suerte.

Las historias del djinn se remontan, obviamente, a la fantasía de tipo oriental, pero con un preciosismo que recuerda a películas como la grandiosa 'The Fall', siempre a medio camino entre el videoclip y la narración con imágenes abstractas, y ensimismada a la vez con el cine clásico de aventuras (un poco al estilo, pero en clave menos acartonada e irónica, de 'Las aventuras del Barón Munchausen' de Terry Gilliam). Todo ello se da cita en una amalgama donde todo tiene una representación altamente sensorial y, a la vez, parece que se vaya a desvanecer como un castillo de arena (los estudiadísimos efectos especiales y el diseño de producción dialogan de forma maravillosa).

Y por encima de todo la película brinda un mensaje acerca no solo de cómo las historias nos dan forma con más precisión que nuestras costumbres, nuestras tradiciones o nuestras biografías puntuales, sino que nos configuran como parte de algo más grande. También lanza ideas acerca de cómo la cultura del impacto breve, inmediato y fugaz, está aniquilando el placer por las narraciones estimulantes, misteriosas y necesariamente incompletas como son las del djinn.

Significativamente, es ese mainstream que se está adocenando a base de historias que han desaprendido cómo narrar con imágenes (un arte del que Miller es uno de sus últimos maestros) el que ha reventado en taquilla a una película insólita y fuera de toda clasificación. Mientras discutimos en interminables hilos de Twitter sobre si una superproducción millonaria adapta con más o menos precisión matemática una obra previa, un hallazgo como éste, aislado y sin depender de franquicias, pasa desapercibido en las salas. Y para esa pérdida no hay tres deseos que nos recuperen.

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