La serie de 'Willow' en Disney+ deja claro que la nostalgia tiene un límite. Y nos estamos acercando

Willow
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La nueva versión de 'Willow' era un producto que estaba prácticamente cantado, con Disney rascando el fondo del barril de las producciones cuyos derechos le llegaron como extra al comprar Marvel, Fox y LucasArts. Y aunque todavía puede apurar más (¿es 'Howard el pato' el choque de trenes definitivo entre Marvel y la antigua casa de George Lucas?), no estaba del todo claro que un producto como 'Willow', un simpático refrito de Tolkien pasado por las exploits de Conan de los ochenta pudiera dar mucho de sí, pasado el momento muy específico en el que se estrenó.

Muchos de los temores se confirman, ya que el esquemático argumento de la película se convierte aquí en los primeros compases de la serie en una alargadísima presentación de los personajes que acompañarán a Willow en su búsqueda inicial, la de un príncipe que ha sido raptado por los nuevos villanos de la historia. Y es cierto que necesitamos conocer el trasfondo de los acompañantes de Willow en su viaje, pero quizás sean demasiados y, también, quizás sean demasiado humanos.

Y demasiado jóvenes, quizás. La serie tiene a veces un tono young adult (y su consiguiente carga de personalidades en formación, romances juveniles, humor descarado y demás) que contrasta con los personajes de la película original, todos adultos. Aquí el Willow (que por cierto, no aparece hasta los planos finales del primer episodio, eso sí, acompañado de un sosías que proporciona unos momentos hilarantes) es el adulto experimentado del séquito, lo que proporciona un curioso giro a las relaciones de grupo.

Sin embargo, el principal problema al que se enfrenta esta nueva 'Willow' (insistimos: en estos dos primeros capítulos) es al del ritmo mucho más moroso en comparación con la película, que prácticamente era una persecución constante. Hay secuencias de acción, por supuesto, pero la abundancia de personajes lleva a diálogos que se multiplican y a una acción muy atomizada, sin nada que ver con los concisos y violentos escenarios de acción terrorífica de la película (por ejemplo, la aparición en el castillo abandonado de los trolls y el Eborsisk), que se veían reducida casi a la abstracción gracias a la escasez de personajes.

Un ritmo menos frenético para un producto muy digno

La serie no es un mal producto Disney. Hay un humor descreído que sobrevuela estos dos primeros capítulos y que le sienta estupendamente: desde el tronchante 'What?' que cierra el primer capítulo al personaje de Boorman (Amaer Chadha-Patel), un delincuente que se ve metido en esta misión a la fuerza y que tiene toda la energía descreída y pícara de Madmartigan, el humano al que daba vida Val Kilmer en la película.

También los escenarios naturales son muy notables y aunque no llegan a los lujosos extremos de 'Los Anillos de Poder', son una satisfactoria alternativa ante tantas series rodadas frente a un pantallón verde. Pero 'Willow', en general, no ofrece nada que no hayamos visto antes, y hasta las sorpresas parecen haber sido diseñadas con escuadra y cartabón, por mucho que todo funcione de forma más o menos eficiente.

Sin embargo, y pese a sus indudables virtudes, la pregunta de si queda algo en los ochenta que rescatar y regurgitar es inevitable. 'Willow' fue un éxito -moderado, sin duda- y Disney hace muy bien en recuperarla como parte de las propiedades por las que pagó una sustanciosa cantidad al comprar LucasFilm, ¿pero hasta qué punto es un gancho que justifica una serie? Las mecánicas de la nostalgia empiezan a agotarse, porque ni el público original de 'Willow' va a encontrar en esta serie una réplica que iguale el modelo ni el público joven al que podría interesarle conoce la película de los ochenta.

Se trata de un problema endémico, no de un pecado de esta serie y de esta plataforma. La imposibilidad de vender al público y a las productoras una producción que no tenga el respaldo de una película previa, de un best-seller en internet, de una serie que tuvo éxito hace treinta años no deja de ser una esclavitud creativa. Cuando al final del primer episodio de 'Willow' el protagonista relata el asombroso y peligrosísimo viaje que tienen que emprender, eso debería ser suficiente para cosquillear la imaginación del espectador, no el recuerdo de una (buena) película.

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