El scrolling se ha convertido en parte de nuestra rutina a medida que las redes sociales se han ido asentando en nuestra cotidianidad. Se ha vuelto un automatismo tal que incluso hemos inventado un segundo término para cuando pasamos horas absortos ojeando entre publicación y publicación, “doomscrolling”.
La misma expresión ya es indicativa del problema: el término doom suele hacer referencia a una condena, a un destino fatídico. Vagar abstraídos entre publicación y publicación suele generar a menudo una sensación de malestar causado por el tiempo perdido, de condena.
Pero, ¿qué pasa concretamente en nuestra cabeza y en nuestro cerebro cuando scrolleamos? Muy a menudo oímos que las aplicaciones están diseñadas para generar adicción y que pasemos más horas navegando entre sus contenidos por lo que debe haber alguna ciencia al respecto.
Todo podría comenzar con una predisposición evolutiva.
Según explicaba a la cadena BBC Ariane Ling, de la Universidad de Nueva York Langone, como humanos mostramos curiosidad por saber lo que ocurre en nuestro entorno. Esto se materializa de distintas formas, desde nuestro interés por las noticias a la atención que prestamos a los accidentes viales con los que nos topamos, señala. Todo forma parte de nuestras estrategias de supervivencia. Los móviles nos conectan a esta información, es más, nos ofrecen un flujo inabarcable de estímulos informativos.
En otro artículo también de la BBC, Pamela Rutledge, directora del Media Psychology Research Center, añadía una vinculación entre el doomscrolling y el miedo que a menudo asociamos este tipo de estímulos informativos. Para Rutledge el acto de abstraernos en el móvil “realmente describe la necesidad compulsiva de tratar de lograr respuestas cuando tenemos miedo.”
Hay factores que modulan cómo nos enganchamos en cada ocasión. En 2021, dos investigadoras de las universidades de la Cornell University y del Wharton School publicaron los resultados de una serie de estudios realizados con más de 6.000 participantes.
Uno de los experimentos consistía en poner un número de vídeos musicales a los participantes y preguntarles después si preferían ver otro vídeo o comenzar a realizar una tarea determinada. Observaron que los que habían visto un solo vídeo se mostraban más predispuestos a realizar la tarea que aquellos que habían sido expuestos a cinco vídeos. No solo no se cansaban de ver vídeos: cuantos más veían más querían.
El segundo de los estudios estaba relacionado con la homogeneidad de los vídeos. Esta vez todos vieron los mismos, pero el equipo cambió el etiquetado de estos vídeos. Esta vez, quienes habían visto vídeos más “homogéneos” (aunque no lo fueran en realidad) eran quienes mostraban más predisposición a ver más.
El tercero de los estudios tenía que ver con la intensidad. Esta vez un grupo de participantes intercalaba tareas con vídeos mientras que el otro veía los vídeos de forma seguida y completaba las tareas también en un bloque. En este caso eran quienes veían los vídeos de forma ininterrumpida quienes mostraban más predisposición a seguir.
¿Y nuestro cerebro?
Pero si queremos atender a lo que ocurre en nuestro cerebro cuando estamos pegados al móvil tenemos que indagar en los centros neuronales donde se procesan las sensaciones de placer. En este sentido, el scrolling no es muy distinto de una droga u otras adicciones.
La forma en la que nuestro cerebro nos “guía” hacia la búsqueda de información es a través de su sistema de recompensas. Una de las piezas clave de este sistema es la dopamina. Esta hormona también es liberada por nuestras neuronas cuando estamos frente a nuestros teléfonos, dotándonos de esta recompensa.
Nuestro cerebro no es capaz de distinguir cuando estamos recabando información útil sobre nuestro entorno de cuando estamos viendo fotos de animales o leyendo alguna noticia alarmante sobre el estado del mundo. En todos esos casos el proceso de liberación del neurotransmisor es el mismo y el resultado es idéntico: queremos más.
Pero este estímulo fácil no nos sale gratis. El doomscrollig se ha asociado con perjuicios a nuestra salud mental. Existen distintos mecanismos por los que puede producirse este daño. Desde el punto de vista bioquímico, una hipótesis señala cuando se secreta más dopamina de la que nuestro cerebro puede reabsorber este pierde su capacidad de “reiniciarse”, lo que puede dar pie a problemas de ansiedad o depresión.
Otro problema surge por la falta de sueño. El uso de pantallas durante la noche puede interferir con nuestros patrones de sueño, por lo que perder la noción del tiempo mientras miramos el móvil antes de acostarnos puede causarnos problemas para dormir.
Finalmente, determinados contenidos, como las noticias pesimistas, pueden generarnos también ansiedad. Otros contenidos que pueden causarnos confusión son los relatos contradictorios que recibimos de distintas fuentes pueden “volvernos locos”, señalaba la psicóloga Susan Albers de la Clínica Cleveland.
¿Cuáles son los consejos para evitar el doomscrolling? Podemos en primer lugar tratar de identificar el problema. Para ello podemos cortar por lo sano, por ejemplo alejando el móvil, dejándolo en otra habitación mientras trabajamos o tratamos de conciliar el sueño. Una estrategia que requiere más habilidad es el hacernos conscientes del momento en el que estamos pasando a vagar de forma automática por los contenidos.
La introspección es necesaria. Otra recomendación habitual es la de tomar consciencia también de nuestros sentimientos, buscar síntomas de fatiga mental o cansancio.
Otras estrategias que podemos encontrar incluyen la de redirigir nuestra curiosidad a otros lugares; o enfocarnos “en el ahora”. También evitar darle demasiadas vueltas a las noticias, es decir, intentar no caer en catastrofismos, buscando activamente las noticias positivas incluso.
Imagen | Eddy Billard
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