650.000 personas. Cada año. Eso son las muertes que, según la Organización Mundial de la Salud, mueren por enfermedades respiratorias relacionadas con la gripe estacional. Es terrible, pero (por más que lo intentamos) no podemos hacer casi nada. Llevamos casi 500 años luchando contra ella y hasta ahora nos ha ganado la partida una y otra vez. La buena noticia es que no nos rendimos
Cómo acabar con una enfermedad. Fuimos capaces de encontrar una vacuna contra el coronavirus en un tiempo récord, hemos sido capaces de erradicar, al menos, dos enfermedades ya: la viruela (1980) y la peste bovina (2011). ¿Cómo es posible que sigamos fracasando con una enfermedad que lleva más de 8.000 años con nosotros? La respuesta es simple, me temo: acabar (controlarla, incluso) con una enfermedad no solo es una cuestión de financiación y tecnología, es algo mucho más difícil de lo que podemos pensar.
En realidad, nuestra capacidad para eliminar una enfermedad depende más de la enfermedad en sí misma, que de nuestros esfuerzos. Para empezar, la principal característica que tienen todas las "candidatas a la desaparición" es que su reservorio natural es única y exclusivamente el ser humano (o, en caso de enfermedades como la peste bovina, el reservorio animal es una especie concreta fácilmente identificable).
Al menos con nuestro desarrollo tecnológico, sanitario y social, "solo podemos asumir la erradicación de enfermedades que podamos identificar, monitorizar y sobre las que podamos intervenir a una escala técnicamente asumible". Esto significa que tienen que ser enfermedades con dificultades para saltar las barreras entre especies y son fáciles de seguir en ecosistemas abiertos.
Y la gripe no está en ese club. La gripe se trata de una enfermedad con una capacidad sorprendente para saltar entre aves, caballos y cerdos. Es más, se trata de una enfermedad con una capacidad sorprendente para generar nuevos subtipos en esos animales y luego volver (llena de innovaciones) al ser humano. Es decir, es prácticamente todo lo contrario a una enfermedad erradicable.
Pero... ¿Y si hay otra vía? Eso es lo que se han preguntado en el Instituto Roslin de la Universidad de Edimburgo, el centro de investigación animal donde de la oveja Dolly. ¿Y si en lugar de atacar al virus (o esperar a que la gripe deje de 'saltar'), cambiamos nosotros a los animales?
¿Cómo? ¿Cambiar a los animales? Efectivamente. Veréis, la gripe A necesita una proteína de las células de los pollos, la ANP32A, que es clave en su replicación. Lo que ha hecho el equipo de Roslin es modificar con CRISPR el gen que está detrás de esa proteína. Es tan contraintuitivo como brillante: los pollos resultantes casi no se infectan con el virus y, por supuesto, no contagian.
Con una dosis mil veces superior a la normal, solo la mitad de ellos se infectaron.
Cuando la genética cierra una puerta, la gripe abre la ventana. Porque quizás lo más curioso es que la gripe se adaptó rápidamente a la falta de ANP32A y empezó a utilizar otras dos proteínas (ANP32B y ANP32E) para replicarse. No son tan efectivas y por eso costó tanto que los pollos se infectaran, pero nos da una buena muestra de lo endiablada que es la enfermedad.
Sin embargo, el camino está ahí. Teniendo una prueba de concepto, se confirma que el universo de aplicaciones de esta tecnología es potencialmente infinito. Sobre todo, porque permite introducir mutaciones de este tipo sin comprometer la capacidad productiva de los animales.
Ahora, no obstante, queda lo más importante: asegurarnos de que estos cambios genéticos no "provocan" una mutación del virus que lo haga más peligroso.
En Xataka | Una vacuna para acabar con todas las demás: la vacuna universal contra la gripe está un paso más cerca
Imagen | Travis Colbert
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