Cada año durante las vacaciones de Navidad aumentan tanto el consumo de [alcohol][1] como [las preocupaciones sobre sus efectos nocivos][2]. El consumo abusivo de alcohol no es ninguna broma, ¿pero acaso es pecado beber y celebrar bebiendo, de forma moderada y responsable, durante las fiestas religiosas o en cualquier otro momento?
Como [teólogo histórico][3] me he [documentado][4] sobre el papel de los cristianos piadosos en el desarrollo y la producción de alcohol y lo que he descubierto ha sido una historia sorprendente.
El vino se inventó [6.000 años][5] antes de que naciera Cristo, pero fueron los monjes los que conservaron en su gran mayoría la viticultura en Europa. Órdenes religiosas como los benedictinos y los jesuitas se convirtieron en expertos bodegueros y solamente cesaron sus actividades cuando sus tierras fueron confiscadas en los siglos XVIII y XIX por gobiernos anti-clericales como la [Asamblea Constituyente][6] de la Revolución Francesa y el [Segundo Reich][7] alemán.
Para poder celebrar la eucaristía, que requiere el uso de pan y vino, los misionarios católicos llevaron sus conocimientos enólogos al Nuevo Mundo. Las vides se introdujeron por primera vez en Alta California en el año 1779 por Fray Junípero Serra y sus feligreses franciscanos, lo que sentaría las bases de la [industria del vino en California][8]. Algo similar se produjo en [Argentina][9], [Chile][10] y [Australia][11].
Pero los hombres piadosos no se encargaban simplemente de preservar y promulgar la enología (el estudio de los vinos), sino que también realizaron avances en el campo. Uno de los pioneros en el "méthode champenoise" o el "[método tradicional][14]" para la producción de vino espumoso fue un monje benedictino cuyo nombre ahora es sinónimo de uno de los champanes más finos del mundo: Dom Pérignon. Según una leyenda posterior, cuando probó su primera partida de champán en 1715, Pérignon [exclamó a sus hermanos][15]:
Hermanos, venid, deprisa: ¡Estoy bebiendo estrellas!
Los monjes y los curas también descubrieron nuevos usos para la uvas. A los jesuítas se les atribuye la perfección del proceso de la elaboración de [grappa][16] en Italia y [pisco][17] en América del Sur, ambas bebidas aguardientes de vino.
Cerveza, licores y aguardiantes
Aunque la cerveza puede que fuera inventada por los antiguos babilonios, fue perfeccionada en los [monasterios medievales][18] donde se confeccionó la elaboración de la cerveza que conocemos hoy en día. Los planos más antiguos de una cervecería moderna son del Monasterio de San Galo en Suiza. Estos dibujos, que se remontan al año 820 DC, muestran tres fábricas de cervezas (una para los invitados del monasterio, una para los peregrinos y los pobres, y otra para los propios [monjes][19]).
Incluso se le atribuye a un santo del siglo XI, Arnulfo de Soissons, la invención del proceso de [filtrado][20]. A día de hoy y a pesar de la proliferación de micro fábricas de cerveza de calidad, para muchos la mejor cerveza del mundo se sigue haciendo en claustros, particularmente en el claustro de un [monasterio trapense][21].
La contribución de la religión a las bebidas alcohólicas destiladas es igual de impresionante. El whiskey fue inventado por [monjes irlandeses][22] medievales que probablemente compartieron sus conocimientos con los escoceses durante una de sus misiones.
[Chartreuse][25] es para muchos el [mejor licor del mundo][26] por su extraordinaria gama de diferentes sabores e incluso beneficios medicinales. Perfeccionado por la orden cartuja hace casi 300 años, la receta solamente la pueden conocer [dos monjes][25] al mismo tiempo. Se dice que el licor de hierbas Bénédictine D.O.M. fue inventado en 1510 por un benedictino italiano llamado Dom Bernardo Vincelli para reanimar y dar fuerzas a los monjes en estado débil. El licor de cerezas Maraska fue inventado por boticarios dominicanos a principios del siglo XVI.
Pero el ingenio del alcohol no estaba solamente reservado a los hombres: las hermanas carmelitas llegaron a producir un extracto conocido como "[agua carmelitana][27]" y que se utilizaba como tónico de hierbas. Las monjas ya no producen este elixir, pero otro brebaje del convento sobrevivió y pasó a convertirse en uno de los licores de México más populares en fiestas: el rompope.
Hecho a base de vainilla, leche y huevos, el rompope fue inventado por las monjas clarisas en la ciudad colonial española de Puebla, al sureste de Ciudad de México. Según una leyenda, las monjas utilizaban las claras de huevo para darle al [arte sacro][28] de su capilla una capa protectora. Como no querían desperdiciar las yemas de huevo, desarrollaron la receta para este refresco festivo.
Salud y comunidad
¿A qué se debe tanta creatividad alcohólica entre los religiosos? En mi opinión existen dos causas subyacentes.
La primera se debe a que las condiciones eran favorables: las comunidades monásticas y otras órdenes religiosas similares poseían todas las [cualidades][18] necesarias para producir brebajes alcohólicos de calidad. Tenían grandes extensiones de terreno para el cultivo de la vid o de cebada, una larga memoria institucional capaz de transmitir y perfeccionar conocimientos, una facilidad para el trabajo en equipo y un compromiso para la excelencia incluso en las tareas más sencillas como forma de glorificar al señor.
Segundo, es fácil olvidar en los tiempos que corren que durante gran parte de la historia de los humanos el alcohol era una herramienta de promoción de [la salud][31]. Las fuentes de agua solían portar patógenos peligrosos, de ahí que se mezclaran pequeñas cantidades de alcohol con el agua para matar los posibles gérmenes.
A los soldados romanos, por ejemplo, se les daba una [paga en vino][32] diaria, no para que se emborracharan, sino para que purificaran cualquier tipo de agua que se encontraran en campaña. Y a dos obispos, [San Arnulfo de Metz][33] y [San Arnulfo de Soissons][34], se les atribuye haber salvado a cientos de personas de una plaga al recomendar a la multitud beber cerveza en vez de agua. El [whiskey][22], los licores de hierbas e incluso el bíter también fueron creados con fines medicinales.
Y si la cerveza puede salvar nuestras almas de la pestilencia, no es de extrañar que la Iglesia tenga un bendición especial para la misma que [empieza así][35]:
Bendice, oh, Señor, esta cerveza, que te has dignado producir de la grasa de grano, para que sea un remedio saludable para el género humano.
Autor: Michael Foley, Universidad de Baylor.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.
Traducido por Silvestre Urbón.