Tres amigos, un año complicado y la posibilidad de viajar en una época del año diferente. Desde hacía muchos años había soñado recorrer los Estados Unidos, cruzar el país de costa a costa conociendo a sus gentes, sus paisajes, sus costumbres y empapándome de una cultura que me encanta.
Recorrer la Ruta 66 fue la excusa perfecta para ello. Por delante casi 5.000 kilómetros de carretera infinita y paisajes impresionantes. Eso sí, con el deseo de que fuese una aventura real decidimos llegar al país del McDonalds sólo con una reserva de hotel en Chicago. Iríamos buscando alojamiento día tras día en hoteles, moteles de carretera o en última instancia dormiríamos en el mismo coche. Si te vas de aventura a cruzar Estados Unidos por la vieja Ruta 66 hazlo bien y sigue esta máxima, sabes dónde empiezas pero nunca dónde vas a acabar.
Conozcamos un poco la Ruta
La Ruta 66, la calle principal de América o como a los americanos les gusta llamarla, The Mother Road (la carretera madre). Un recorrido que nació hace casi 100 años y que durante mucho tiempo representó el esfuerzo y la valentía de los emigrantes que veían en el oeste una oportunidad para prosperar y empezar una nueva vida. Desde Chicago hasta Los Ángeles y a través de Misuri, Kansas, Oklahoma, Texas, Nuevo México, Arizona y California.
Esa era la antigua Ruta 66 y digo antigua ya que oficialmente no existe a día de hoy, dejó de ser considerada útil en 1985 y pasó a ser sustituida por un conjunto de autopistas interestatales mucho más rápido y con un trazado más recto (los que hayáis conducido por Estados Unidos sabéis que las carreteras son mortalmente rectas y aburridas).
Pero ojo, el mito sigue vivito y coleando gracias al esfuerzo de muchos "ruteros" que consiguieron hacerla volver como trazado histórico, Historic Route 66, y así es como figura en los mapas actuales. Así que con todo esto claro, mapas, y las ganas de conocer un país que nos fascina, tres amigos nos dispusimos a vivir la aventura de nuestras vidas durante un mes. Sería inolvidable.
Viniendo de Barcelona y tras un vuelo terriblemente largo llegamos a Chicago. Sabíamos que haría frío y que justo en esos días, a mediados de febrero, estaba pasando el temporal mas fuerte que había azotado Estados Unidos en muchos años. Una ola de frío monumental con nevadas bestiales, lluvias torrenciales y destrozos por doquier. A nosotros eso nos daba igual, claro. Pero no teníamos claro si al avión también le importaría poco al aterrizar.
Por fortuna y gracias a la pericia del comandante, el aterrizaje acabó bien. Eso sí, aterrizar en medio de una nevada monumental y con unas turbulencias del carajo impresiona. Por suerte faltaría casi un mes para volver a coger el avión de vuelta, tiempo suficiente para olvidar el mal trago.
Chicago y el comienzo del viaje: ¿alquilar o comprar?
Chicago es una ciudad preciosa y en esa época del año, con todo nevado y estando San Valentín de por medio, todavía más. La nieve se amontonaba en las aceras, el parque del Milenio (hogar de la famosa haba) presentaba un aspecto precioso por la nieve, los edificios altísimos, el río…
Decidimos alojarnos en el downtown, cerquita del Loop (ese metro elevado que hemos visto en tantas películas) y desde allí ir caminando hasta los diversos puntos de interés. Por cierto, si alquiláis coche comprobaréis cómo el precio por la hora de parking en zona azul es mucho más económico que en Barcelona o Madrid.
Respecto al coche, hay un mito que dice que es mejor comprar un coche que alquilarlo si piensas hacer la Ruta. No es del todo cierto: pensad que vas a cruzar la distancia equivalente que hay desde Barcelona hasta Moscú. Vas a ir por desiertos, zonas nevadas, lluvia intensa, zonas áridas, parques frondosos, carreteras heladas… necesitas un coche capaz de aguantar toda esa marcha en el cuerpo.
Comprar uno de segunda mano es caro, muy caro. Permisos, asegurarte de que puede aguantar, etc… Lo mejor sin duda es alquilarlo, pero aquí viene el problema.
Muy pocas casas de alquiler de coches te permiten alquilar un coche en Chicago y devolverlo, por ejemplo, en San Francisco. Es lo que decía antes, imagínate alquilar un coche en Barcelona y decir que lo devuelves en Moscú. Eso aquí es imposible, pero allí algunas casas lo hacen.
Pagas un plus por cruzar estados y demás, pero te puedes pillar un todoterreno a la última con pocos kilómetros, cómodo, grande, con aire acondicionado (para cuando pases desiertos), con calefacción (para cuando pases zonas heladas). Así que chicos… alquiler.
Cómo no acabar en una peli de Wes Craven
Si estás siguiendo la Ruta 66 necesitarás un plano o una guía que te recomiende los lugares míticos a visitar. A nosotros nos dieron antes el consejo y nos salvó la vida varias veces así que sed precavidos y conseguid un fucking mapa. Cafeterías asociadas a la ruta, museos, gasolineras olvidadas, paisajes increíbles, ranchos, trozos de desierto, ciudades abandonadas… necesitas toda esa información si la quieres hacer bien y si no quieres acabar perdido en la inmensidad de Texas.
Plan perfecto para el inicio en Chicago: comer en el Lou Mitchell's y dirigirnos directamente a la pista de patinaje sobre hielo del Millenium Park. Una pista abierta, bajo el precioso skyline de Chicago y decorada para la ocasión especial (San Valentín) en la que un montón de gente se divierte de forma civilizada. Podríamos definirlo como un marco precioso, pero no nos engañemos, es el picadero definitivo.
Los chicos de Chicago llevan a las chicas de Chicago para conquistar sus corazones bajo la noche estrellada y entre la nieve, el hielo, los patines y la cuidada selección musical es imposible que no lo consigan. Lo dicho, picadero definitivo, the extreme picader.
De Chicago a St. Louis: primera parada mítica
Decidimos que no podíamos abandonar Chicago sin visitar la Willis Tower, el edificio más alto de Estados Unidos, y subir hasta su última planta accesible (la planta 103). Una auténtica experiencia, no apta para cardíacos. Sobre todo si tenemos en cuenta que existen habitaciones "volantes" con techo, paredes y suelo de cristal para que de la sensación de estar suspendido en el aire a unos 262 Michael Jordans de altura. Tremendo.
Tomamos la interestatal 55 y nos dirigimos hacia Springfield (una de las muchas Springfield que tiene Estados Unidos) disfrutando del tremendo paisaje, de las carreteras nevadas y de la impresionante naturaleza que tiene este país.
Teníamos apuntada la primera parada del camino, un lugar mítico para los rateros. Cozy Dogs, un pequeño garito en medio de la Ruta 66 en el que los antiguos viajeros paraban a disfrutar del plato especial de la casa. Una especie de Frankfurt clavado en un palo de helado y rebozado de maíz crujiente. Es curioso ver que en todas las paradas oficiales de la Ruta 66 se puede comprar merchandising oficial. Lo tienen bien montado estos americanos.
Nuestro plan, como dije al principio, pasaba por no tener reserva de habitación en absolutamente ninguna ciudad o pueblo por los que pasemos. Llegamos a St. Louis y buscamos un pequeño motel de carretera en el que caernos muertos. Habíamos visto lugares peores, tampoco mucho, así que aquel infecto Comfort-Inn no nos pareció del todo mal.
De St. Louis a "un" Springfield cualquiera
Cruzar de nuevo el Missisipi, ahora a plena luz del día, es una tremenda experiencia. Es un río enorme y además puedes acceder al antiguo puente por el que lo cruzaba la vieja Ruta 66. Un puente en deshuso que a día de hoy sólo se puede cruzar en bicicleta o a pié. El paisaje es incomparable y la estructura metálica se levanta majestuosa ante nosotros. Por supuesto encontramos los viejos carteles que avisaban de que era parte de la Ruta, en su zona de Missouri.
Al entrar en St. Louis lo primero que llama la atención es el monumento más grande de Estados Unidos, un arco impresionante llamado The Gateway to the West. Verlo desde fuera impresiona, pero subir a su parte más alta es todavía mucho peor.
El interior del monumento es una especie de homenaje a BioShock, antiguo, pero muy antiguo. Bien cuidado y se vanaglorian de no haber tenido nunca un accidente, pero con un aroma a tecnología de otro siglo que tira para atrás. Eso sí, una vez arriba es realmente impresionante. ¿Lo malo? Pues que si sopla el viento la parte superior se desplaza hasta 10 centímetros y eso, amigos, a 190 metros de altura, se nota.
La penúltima parada, saliendo un poco del trazado de la Ruta, sería Memphis. Estando tan cerca de la ciudad del blues y hogar del mítico Elvis, la visita era obligada. Graceland no decepciona en absoluto y te ayuda a hacerte a la idea de lo que significó este señor y del poder adquisitivo que tuvo. Sólo os diré que tiene dos aviones aparcados en el jardín. ¿No me creéis? La foto lo demuestra y os diré algo más, todo el avión está enmoquetado por dentro. Techo y todo. Desde luego la relación de amor que esta gente tiene con las moquetas tiene mucha tela.
Toca seguir la ruta y llegar de nuevo a otra ciudad llamada Springfield, otra más. Ya os había dicho que tienen muchas. Para llegar a ella tuvimos que atravesar el Parque Nacional Mark Twain durante casi cinco horas. Un paisaje que merece la pena y que poco a poco te lleva a cruzar Arkansas.
Una parada en el 1984 Arcade
La primera parada, obligatoria para nosotros pero imagino que prescindible para el resto de los mortales, fue el 1984 Arcade. Un salón recreativo enorme en el que se dan cita cientos de máquinas recreativas de todas las épocas a las que puedes jugar de manera indefinida por sólo cinco dólares.
El camino hacia Kansas, en donde está la parte más bonita de la Ruta 66, se presenta largo pero divertido. Praderas de trigo amarillo, prados verdes, vacas, caballos, granjas, pajares, establos, molinos de viento y pueblos fantasma son nuestros compañeros de viaje hasta llegar a la mítica gasolinera.
Abandonada, en medio de la ruta, pero en un estado impecable y a las afueras de un pueblo fantasma. En ella encontramos al viejo coche que sirvió de inspiración para crear a uno de los personajes de la película CARS. Y un poco más adelante algo mucho más bestia y que no esperábamos.
Un auténtico museo militar en medio de la carretera con tanques, helicópteros, torretas y demás armamento. Ahí, en medio, expuesto y decorado con infinidad de banderas americanas. En este país las cosas son así amigos. Vas buscando una gasolinera y te encuentras un tanque.
Llegamos a Oklahoma City después de ver uno de esos monumentos extraños que pueblan este país, las manos que rezan más grandes del mundo. ¿Qué lleva a unos tíos a construir unas manos que rezan de casi 20 metros de alto? Pues no lo se pero la gracia es que el concepto de "manos que rezan" se repite constantemente. A lo largo de la ruta pudimos ver hasta tres estatuas de manos que rezan.
De Oklahoma a Amarillo: en medio de la nada
Seguir el trazado de la interestatal 40 es la opción fácil y nosotros no hemos venido a eso. Empezamos a seguir antiguos trazados de la Ruta 66 y al poco nos damos cuenta de que estamos en medio de la nada. La cosa pinta bien y el destino final es Elk City. Imaginad un pueblo enorme, al estilo salvaje oeste. Con su ayuntamiento, barbería, bar, máquina de tren, granjas, tractores de la época… se trata de una recreación bestial de lo que podía haber sido un pueblo de colonos en medio de una pradera. Con su lago y todo. Elk City también sirve de museo oficial de la Ruta 66 y por lo tanto podemos encontrar un montón de merchandising.
¿Puedes comerte un filete de 2Kg y todo su acompañamiento?
Decidimos volver a la I-40 cuando ya no es posible seguir el viejo trazado y llegamos a Groom para ver La Cruz más grande de Estados Unidos. Estos tíos saben de marketing, todos los monumentos o tiendas son "El más grande, el mejor, el número uno…".
Llegamos a Amarillo con la intención de cenar en el mítico Big Texan Ranch. Un restaurante en plan texano que ofrece un reto a los más valientes, el "Man vs. Food". ¿Puedes comerte un filete de 2Kg y todo su acompañamiento? Si lo consigues no lo pagas. Por supuesto nosotros ni lo intentamos. Morir de indigestión en un motel de Amarillo no entraba en nuestros planes… por el momento.
De Amarillo a Albuquerque: los cadillacs del amor
Antes de abandonar Amarillo debíamos pasar por uno de los monumentos más extraños de todo el viaje, el Rancho Cadillac. Una idea poquísima que consiste en una serie de viejos Cadillacs enterrados parcialmente sobre los que se puede pintar con spray. Allí los texanos aprovechan para dejarse mensajes de amor y dedicatorias varias.
Es curioso ya que los sprays están por allí mismo, sólo tienes que buscar uno que tenga tinta y ponerte a dibujar lo que quieras sobre los coches. Eso sí, un montón de carteles (con dibujitos de pistolas) te recuerdan que como se te ocurra pintar fuera de los Cadillacs vendrá un Sheriff y te comerá.
De camino a Albuquerque el cuerpo nos pedía parar en el pueblo de Adrian, que marca justo la mitad de la ruta al encontrarse a 1139 millas de Los Ángeles y de Chicago. Es increíble pero en este momento llevábamos hechos más de 2.500 kilómetros contando los diversos desvíos y viajes alternativos.
El desierto hasta Flagstaff
Por primera vez en el viaje abandonamos los prados y los campos para llegar al puro desierto. Un paisaje árido, plano, con el sol cayendo a plomo y un terreno infinito a nuestro alrededor.
Poco a poco, a medida que avanzamos y cruzamos la frontera con Arizona el desierto empieza a llenarse de nieve de manera intermitente. Nuestra primera parada es el Bosque Petrificado. Un parque natural impresionante, que en algún momento fue un bosque, y que ahora muestra troncos petrificados, como convertidos en piedra. Más de una hora en coche para atravesar el parque de punta a punta sin contar las paradas para ver el paisaje. Impresionante es poco.
Llegamos a Flagstaff que para nuestra sorpresa aparece completamente nevado y con un aspecto más propio de un pueblecito canadiense en plena navidad. Es precioso, luces de colores, la nieve y la estructura del pueblo construido en una ladera con edificios de madera ayudan a que sea lo más parecido a una postal navideña.
Llegando a Las Vegas
Cerca de este increíble pueblecito tenemos a una de las atracciones turísticas más impresionantes de todo Estados Unidos. El Gran Cañón del Colorado.
Poco puedo contar de este lugar que no sepáis. Es tal y como se ve en las fotos e incluso un poquito mejor. Nosotros, además, pudimos verlo nevado y con un aire frío y natural que limpiaba los pulmones. No voy a detenerme mucho en él, simplemente os lo resumiré con un: tenéis que verlo.
El siguiente punto en la ruta es menos romántico pero mucho más divertido. Sólo unas cuantas horas en coche nos separan de Las Vegas así que, lógicamente, decidimos ir a la ciudad del vicio y la perdición por ver sus bellos monumentos, claro. Sus casinos, sus chicas y ese aire especial que tiene la ciudad que nunca duerme.
Entrar atravesando montañas y cruzando el desierto de Nevada es impresionante, pero abrir las ventanas y recorrer la calle principal de Las Vegas al ritmo de The Who es mucho mejor.
Los días que pasamos en Las Vegas merecen otro artículo aparte y es que visitar la capital del estado de Nevada es imprescindible si pasáis por la costa Oeste y tenéis tres o cuatro días libres. Flamingo, Caesar Palace, Bellagio, MGM, Spearmint Rhino… nombres que debéis apuntar en vuestra agenda.
De Las Vegas a Los Ángeles
La ruta 66 original llega hasta Los Ángeles y aunque esa no fue nuestra última parada del viaje sí que marcó el fin de la Historic Route 66. El camino desde Las Vegas hasta la ciudad de Hollywood es largo, muy largo, sobre todo si decidís ir atravesando montañas y disfrutando del paisaje.
Lo peor que puede pasar es coger uno de esos chaparrones impresionantes que, en esta época del año, azotan esta parte de Estados Unidos. Pero claro, a nosotros nos tenía que ocurrir. Lluvia torrencial, controles de carretera y el paisaje que cambia gradualmente desde el desierto más absoluto hasta montañas pobladas de árboles.
Encontramos alojamiento cerca de Hollywood Boulevard, la mítica calle con el paseo de las estrellas y mirador estupendo para ver el cartel de Hollywood desde el Kodak Theather (lugar donde se celebran los Oscar justamente por estas fechas). Desde allí pudimos programar diversas escapadas (aunque nadie lo diría se puede aparcar con relativa facilidad) hasta la colina de Hollywood, la playa de Santa Mónica, el distrito financiero o el mítico Staples Center de los Lakers.
Pero yo os aviso, si esperáis encontrar en esa mítica calle el glamour que se le presupone a la meca del cine vais listos. Durante un buen trozo, al menos cerca de nuestro alojamiento, las tiendas del bulevar tienen más que ver con la ropa sado y los conjuntos de lencería que con estrellas del cine. Eso sí, a medida que avanzas por el paseo y te acercas al teatro en donde se entregan los Oscars la cosa cambia.
Pero LA es mucho más. Es una ciudad enorme, inabarcable y repleta de garitos nocturnos en donde disfrutar de buena música en directo. Nosotros elegimos el Viper's Room por lo mítico que es. Ya sabéis, el local que pertenece a Johnny Depp y en el que murió la estrella adolescente de los noventa River Phoenix por una sobredosis. Tremendo hito para un chaval que afirmaba ser vegetariano y contrario a todas las drogas.
Necesitaréis cuatro o cinco días en la ciudad para verla mínimamente y es que Los Ángeles es un buen colofón final a una Ruta 66 que nos ha llevado de costa a costa, desde los grandes lagos hasta el letrero de Hollywood. Atrás quedan campos de trigo, encuentros con vaqueros, fiestas en Texas, paisajes míticos, un montón de kilómetros y un país fascinante.
¡Tenéis que hacerla!