Dos nombres monopolizan desde ya la cita electoral que afronta la Comunidad de Madrid en dos meses: Isabel Díaz Ayuso y Pablo Iglesias. La primera ha planteado los comicios como un plebiscito sobre su gestión de la epidemia, en un relato general de "libertad vs. socialismo" que presenta a su gobierno como el último bastión de resistencia frente a Pedro Sánchez; el segundo ha abandonado la vicepresidencia para cuadrar un golpe de efecto entre el electorado de izquierdas. Las elecciones, desde hoy mismo, van sobre ellos dos.
Sobre ellos dos y sobre nadie más.
Resulta llamativo que Madrid, y por ende España, se vea abocada a una confrontación radical entre dos proyectos políticos antagónicos y entre dos figuras de marcado ego cuya imagen personal es tan relevante como su arco ideológico. Llamativo por la peculiar historia que hay entre ambos. Mucho antes de que el sistema de partidos español saltara por los aires y de que una profunda renovación permitiera la entrada de nuevas voces en el Partido Popular, Iglesias y Ayuso se conocían. Compartían programa, en concreto el de Iglesias. Y tenían muy buena sintonía personal.
Recapitulemos. Durante sus primeros años de exposición mediática, el hasta ayer mismo vicepresidente del gobierno dirigía un ya clásico programa de debate llamado La Tuerka. Emitido primero en Tele K y más tarde en Canal 33, dos oscuros canales de la TDT madrileña, La Tuerka permitió a Iglesias proyectarse en los círculos activistas y underground de la izquierda. Aquel era un Iglesias joven (34 años) y bastante más radical en sus ideas y propuestas que el actual. Pero también uno abierto a cierto pluralismo político que acogía bajo su brazo a personajes de lo más variopinto.
Lo ilustra un vídeo que ha circulado durante los últimos meses por las redes sociales. Es 2012 e Iglesias, conductor del programa, charla con sus invitados sobre la huelga general del 14 de noviembre. Por allí aparecen algunos sospechosos habituales de la nueva izquierda (un Íñigo Errejón de 29 años, una Tania Sánchez por aquel entonces aún diputada en la Asamblea de Madrid)... E Isabel Díaz Ayuso, actual presidenta de la Comunidad de Madrid.
Por aquel entonces Ayuso era una mera diputada del Partido Popular en la Asamblea. Había obtenido su escaño tras la renuncia de Engracia Hidalgo y daba sus primeros pasos como representante pública, manteniendo aún un perfil político muy discreto, muy alejado del gran teatro mediático. No sería la última vez que acudiría al programa. El tono es amigable. En un momento, Iglesias habla sobre la supuesta agresión de uno de sus compañeros periodistas y se dirige a Ayuso: "Estuvimos tomando cañas con él la semana pasada. ¿Tú esto te lo crees?".
Nueve años es mucho tiempo.
— Jota (@svqcity) June 1, 2020
A las pocas semanas, Iglesias y Ayuso mantenían otro intercambio de elogios y buenas palabras en Twitter. "Nos vemos a la próxima, muchas gracias", auguraba la hoy presidenta. "Está claro que @IdiazAYuso no se resiste a los encantos de @AlejandroDis para venir a La Tuerka, @yolanda_diaz... Hay que ver". Sí: la misma Yolanda Díaz que hoy ejerce de ministra de Trabajo, que ha accedido a la vicepresidencia nacional tras la renuncia de Iglesias y que se postula a sucederle al frente de Podemos. Díaz Ayuso cerraba la conversación así: "Me tiene embelesada".
La política es un lugar muy pequeño.
Hoy tamaña complicidad entre tres figuras tan poderosas resulta extraterrestre. Ayuso se ha convertido de un tiempo a esta parte en la cara más visible de la oposición del Partido Popular al gobierno de Pedro Sánchez, por encima de Casado. E Iglesias sigue representando la versión más maximalista de la alianza "socialcomunista" que ha tomado La Moncloa. Hay una distancia enorme entre las confidencias de entonces y el dramático tono, extremadamente polarizado, que ha adoptado la política española.
Nada que deba sorprendernos, por otro lado. Es normal que los políticos teatralicen de cara a los medios de comunicación. Los discursos se extreman, los gestos se magnifican, las palabras se diseñan en gabinetes de comunicación para fijar posturas y afianzar a una parte del electorado. De puertas hacia adentro, como vimos en su momento a cuenta del "gilipollas" que Rivera dedicó a Iglesias, el tono es menos melodramático.
Muy en especial entre diputados o líderes de perfil bajo, como lo eran Iglesias o Ayuso en 2012. O como lo eran Ayuso y Santiago Abascal en 2015, cuando ambos, aún relativamente anónimos, acudieron a En Clave Tuerka, la continuación de La Tuerka ya en Público TV y bajo la batuta de Juan Carlos Monedero. Abascal llega a decir lo siguiente: "Debemos mucho a las pequeñas rendijas de libertad e independencia que ha habido en algunos medios de comunicación y que han sorteado el intento del poder político de condicionarles".
Ni que decir tiene que hoy esas palabras serían inimaginables. Hace algunos meses, el líder de Vox decía lo siguiente sobre Monedero: "Juan Carlos Monedero ha llamado hemofílicos y cayetanos a los manifestantes. Antes de hablar de democracia tendrían que limpiarse la boca y los restos que han dejado en Internet apoyando a etarras y a las narcodictadura". O sobre Iglesias: "Se ha instalado en el matonismo. No vamos a olvidar sus palabras. Si no le gusta ser vicepresidente, no mande a sus lacayos a nuestras casas, venga usted mismo",
Abascal representa el extremo contrario a Podemos, y sus enfrentamientos dialécticos se cuentan entre los más duros del hemiciclo. Es una máxima aplicable hoy a las elecciones madrileñas y a Isabel Díaz Ayuso. Ni ella ni Iglesias podrían permitirse un tono de sincero intercambio ideológico de cara a sus votantes. Necesitan interpretar roles opuestos, una vez la campaña electoral se ha convertido en una suerte de egos grandilocuentes en competencia por el poder. Es una consecuencia natural del proceso político. Pero quizá también de la progresiva polarización en la que España se ha ido arrinconando poco a poco.