El 11 de marzo, días antes de que los países europeos adoptaran las medidas de confinamiento más duras frente a la epidemia, Donald Trump tomó una decisión por aquel entonces sorprendente: prohibir los vuelos de Europa a Estados Unidos. El viejo continente era por aquel entonces el centro de una crisis, la del coronavirus, que obligaría a cuarentenas muy estrictas durante los próximos dos meses. Una crisis sin precedentes.
Una que Estados Unidos, a principios de aquel mes, aún esquivaba. O eso creía.
El salto. Fue una ilusión momentánea. A principios de abril el país ya contaba más de 34.000 casos diarios. En muy poco tiempo, Estados Unidos se convirtió en el país con más casos y con más fallecidos absolutos de todo el planeta. Las medidas de distancia social sugeridas por el gobierno federal, introducidas a mediados de marzo y muy laxas, se extendieron hasta mediados de abril. Trump, entonces, sugirió incluso prolongarlas hasta "el verano". Cosa que finalmente no sucedió.
A partir de mayo, la responsabilidad caería sobre los estados, no sobre la Casa Blanca. Y muchos de ellos levantaron las restricciones.
El contraste. Similar tempo al europeo. Con una diferencia: para entonces, a principios de mayo, el viejo continente cosechaba los frutos de un confinamiento muy duro pero muy efectivo. Estados Unidos, más dubitativo, menos rotundo, más ineficiente en su respuesta al virus, no. La epidemia no estaba controlada, como sí parecía estarlo en Europa. El resultado a finales de junio, a día de hoy, es el que refleja este gráfico.
Pese a que cuentan con poblaciones similares y a que partían de condiciones parecidas, el rumbo de uno y otro no podría ser más desigual.
Cifras. Hace dos días, Estados Unidos notificaba 34.720 nuevos contagios. La Unión Europea en su conjunto, 4.868. Fue uno de los días más severos en Estados Unidos desde que comenzara la epidemia. Ayer la cifra había escalado a los 38.000 casos, su récord. Mientras en Europa los contagios llevan en caída libre desde abril, en Estados Unidos cayeron levemente para volver a aumentar con rapidez a principios de junio.
Como se aprecia, el coronavirus llegó antes a Europa. Las curvas ascendentes de ambas regiones fueron calcadas (con algo más de retraso en el caso estadounidense). Su evolución posterior es la historia de dos reacciones muy desiguales. Una efectiva. Otra no.
¿Segunda ola? Es la pregunta que ronda los medios de comunicación estadounidenses durante los últimos días. ¿El repunte tan bestial de casos se debe a la ya célebre segunda ola? La respuesta más probable es que no: Estados Unidos ni siquiera ha logrado acabar con la primera. El R0 de la mayoría de sus territorios está hoy por encima o muy por encima de 1. El caso californiano es ilustrativo: tras reducirlo a 0,87 en abril, sobrepasó 1 de nuevo en mayo, y desde entonces ha crecido hasta 1,05.
Qué ha pasado. Varias cosas. Por un lado, una enorme disparidad de medidas a nivel interno: los estados demócratas, muy golpeados al inicio, tomaron medidas más duras y atajaron mejor la epidemia; los republicanos, más recelosos de cualquier confinamiento, no, y han comenzado a sufrir las consecuencias ahora. Por otro, un desinterés por parte de la Administración Trump de aplicar restricciones nacionales al nivel de las europeas.
Todo ello en un contexto cultural enardecido. Gran parte de la población estadounidense se opone a las mascarillas o a una injerencia tan drástica del estado sobre su libertad de movimientos, cuestión anatema en la memoria política del país. Más allá de los alucinantes alegatos pro-libertad que han circulado por redes sociales estos días, el resultado ha sido una epidemia nunca aplacada. Y ahora, de nuevo, en expansión.
Al otro lado. Tres meses después de aquella prohibición de vuelos provenientes de Europa, las tornas han dado la vuelta. Es ahora la Unión Europea quien se plantea cerrar el tráfico aéreo con Estados Unidos. Un desenlace en absoluto sorprendente. Lo peor de esta historia es que EEUU tenía precedentes propios para saber qué pasaría si no imponía un confinamiento a la europea. Es el caso de San Luis vs. Filadelfia, durante la gripe española. Uno confinó pronto y salvó vidas. Otro no.
Se ha repetido. Pero a escala mundial.