Los fans de Juego de Tronos estaban tan absorbidos por la serie que se creían que eran los personajes

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Creadores de todas las artes han defendido de siempre que quien consume libros o películas de forma habitual vive no una, sino mil vidas. Pero una cosa es lo que dice el saber popular y otra confirmar que esto sea cierto. Bien, pues ese ha sido el último trabajo de un grupo de doctores de ciencia social cognitiva de la Universidad Estatal de Ohio.

Winter is coming: en ensayo tuvo en consideración a 19 fanáticos de Juego de Tronos de los que también se había evaluado que, escáneres mediante, daban altas respuestas en su corteza prefrontal ventral medial (CPVM), la región del cerebro más activa cuando hacemos introspección sobre nosotros mismos pero también cuando pensamos en amigos y allegados. Todos los participantes afirmaron que tenían una inclinación natural a dejarse absorber por las ficciones, y cada cual se identificó más o menos con tal o cual personaje de la saga fantástica.

Pelear tú mismo contra los caminantes blancos desde tu sofá: los resultados de los evaluadores confirmaron que los candidatos mostraban “una mayor superposición neuronal en la CPVM" entre su yo y los personajes que cuando se les hablaba de esos amigos y allegados. Lo que es más, la superposición era más intensa cuando se les hablaba de aquel personaje con el que más se identificaban a nivel personal. Todo ello sugiere que la identificación con personajes arrastra que nosotros mismos incorporemos a esos personajes a nuestro autoconcepto. Si te gusta Jon Nieve y tú crees que eres melancólico, te lleva a ver más fácilmente esos rasgos en Jon Nieve y viceversa. “[Los sujetos] hacen coincidir sus pensamientos con los del personaje, piensan lo que piensa el personaje, sienten lo que siente el personaje. [Mientras recrean ese mundo] están ocupando el rol de ese personaje".

De qué hablamos cuando hablamos de vivir otras vidas: todo esto, por supuesto, son hallazgos que parecen cerciorar la relevancia de la fantasía, que no podríamos tomarla como simples cuentos sin repercusión en nosotros mismos. En 2012 la American Psychological Association publicó otro análisis con varios estudios prácticos con los que se creía confirmar que los humanos adquirimos experiencia vital a través de la ficción. Esta es, una vez más, una de las hipotéticas funciones básicas del ocio narrativo: el modelado del comportamiento social. Para eso existen las fábulas con moraleja y los mitos, para que extraigamos valiosas lecciones que aplicar en nuestro día a día. Los comisarios de la agenda de la literatura a lo largo de los siglos, que ha ido variando según pueblos y épocas, poseían así un poder intangible cuya influencia es difícil de precisar.

Cómo y cuándo nos reconocemos a nosotros mismos en la ficción. La criba metodológica del ensayo de Ohio, que dejó fuera a sujetos que no se “dejaban llevar” tan fácilmente por la ficción, ya da pie a pensar que unas personas son más propensas que otras a extraer experiencias vitales de entes imaginarios. La cercanía y la distancia con la que tomamos una referencia importa.

El mentado artículo de 2012, que estaba centrado en la literatura escrita, manifestaba que, según sus ensayos, aquellos textos escritos en primera persona tenían mayor capacidad transformadora que los que lo hacían en una voz omnisciente o una tercera persona. El punto de vista hace mucho. También los investigadores comprobaron que, si se revelaba que el personaje era homosexual o afroamericano en los primeros compases de la obra, el sujeto mostraba, de media, niveles más bajos de adquisición de experiencias, se inhibían de la historia. Pero si esos datos quedaban camuflados hasta el final, subía esa adquisición de experiencias y los evaluados mostraban luego un menor nivel de prejuicios estereotipados.

Cuando nosotros somos el padre: al biólogo Antonio José Osuna Mascaró todo esto le ha recordado a otro estudio acerca de la ficción, uno que analizaba nuestro lado oscuro. De Voldemort a Darth Vader, y al contrario de lo que los científicos esperaban inicialmente, los sujetos prefieren en las películas a los villanos que más nos recuerdan a nosotros mismos. ¿Hipótesis? Que hasta para los malos buscamos en la pantalla un reflejo de nosotros mismos. Ver a alguien con maneras y motivaciones perversas que se asemejen a las tuyas puede funcionar como liberación catárquica para saber cuáles serían las consecuencias verosímiles si nos dejásemos llevar por nuestro lado maligno.

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