Ah, Norwich, joya del medievo tardío, potosí de reliquias románicas, museo viviente de la historia de Inglaterra, centro neurálgico de la cultura anglosajona... Y ahora también hogar de la primera catedral cristiana que instala un tobogán gigante en su interior. Ha sucedido este mes, entre grandes aspavientos del estamento eclesiástico anglicano y gran expectación mediática. Una enorme atracción de feria decora ahora la nave central de la majestuosa construcción, y aspira a atraer a los fieles allá donde los sermones, la constricción moral y Dios mismo están fracasando.
La atracción. Se trata de un precioso tobogán de 16 metros de altura inaugurado la semana pasada por el decano de la catedral. Funciona a un tiempo como reclamo infantil y adulto, dado que ofrece vistas inéditas del techado de la nave central, una joya del gótico anglonormando. Y su objetivo es muy explícito: "Permitir a la gente experimentar la catedral de un modo completamente nuevo, y abrir conversaciones sobre su fe". Es decir, pasarlo bien, pero también redescubrir la conexión perdida con el Señor, en un contexto de progresiva secularización.
La campaña. El decano ha bautizado tan heterodoxa idea como "Seeing It Differently" ("viéndolo diferente"), y busca alentar el tránsito de fieles a la iglesia, recuperando su lugar en el centro de la vida social de Norwich. El tobogán quiere "colocarte frente a la palabra de Dios y contemplar la Biblia como nunca lo habías hecho"; "participar en una práctica espiritual ancestral"; y "descubrir historias inspiradoras de personas que han visto las cosas de un modo distinto". Cuesta dos libras por persona, abre todos los días en horario escolar, y ofrece unos cincuenta viajes cada media hora.
La crítica. El tobogán ha sido un éxito, glosado por los principales medios británicos. Pero no ha estado exento de críticas: figuras notables de la curia anglicana han definido el proyecto como "poco profesional", "confundiendo el valor real de la catedral", cuestionando su habilidad para convertir a turistas en creyentes, y despojando de "misterio y maravilla" a la iglesia, sustituyéndolo por "placer sensorial y distracción, envenenando la propia medicina que ofrece al alma humana". Si la Iglesia debe ofrecer recogimiento y sosiego en un tiempo de permanente estímulo, una atracción de feria ofrecería lo contrario.
Otros han atacado el proyecto desde posiciones progresistas. Si las catedrales quieren dejar de ser "excluyentes" lo que deberían hacer es abrirse a la sociedad moderna, y a las parejas homosexuales, y no poner toboganes.
La foto general. El reverendo de Norwich lo ve de otro modo: "Queremos que todo el mundo sienta que puede venir a la catedral y disfrutarla". Lo cierto es que sus preciosas vidrieras y ornamentación gótica son insuficientes. Según YouGov, un 33% de los británicos no cree en Dios, frente a un 32% que sí lo hace y a un 20% que cree en "otra clase de poder espiritual". Sólo el 22% de los jóvenes se declara "cristiano", frente a un 60% que no se adscribe a religión alguna. Las encuestas son consistentes: ya hay tantos creyentes como no creyentes.
Y los segundos ganan por goleada entre las nuevas generaciones.
Patrón. Todos los países europeos caminan hacia la secularización, acotando la hegemonía social y cultural de la Iglesia. En Islandia el cristianismo ya no existe entre los más jóvenes; República Checa lleva siendo un país ateo desde mediados de los noventa; y en España la asociación "catolicismo" e "identidad nacional", antaño tan poderosa, se ha hundido. En Dinamarca, Francia o Bélgica las cohortes más jóvenes se declaraban "ateas" por encima del 50%; en Países Bajos, por encima de 90%. Es un patrón muy claro.
Mientras el cristianismo y otras religiones crecen (y mucho) en el resto del mundo, Europa le da la espalda. Los cristianos son la próxima gran minoría del continente. Merece la pena intentar revertirlo con un tobogán.
Imagen: Norwich Cathedral