Bienvenido a los "santuarios" de la noche, los lugares más oscuros del planeta Tierra

Arcoiris
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Cielos despejados, temperaturas suaves, una abundante cantidad de tiempo libre. El verano es una estación ideal para dejar atrás la ciudad y explorar las infinitas posibilidades del campo. Un camino hacia lo salvaje que puede culminarse noche a noche con las espectaculares vistas del espacio exterior. Allí donde la contaminación lumínica impide atisbar cualquier estrella, como sucede en la totalidad de las aglomeraciones urbanas, los entornos rurales se descubren como una ventana abierta hacia el universo, una posición avanzada para adentrarse en los confines de la galaxia.

Ahora bien, ¿dónde hacerlo? La humanidad se encamina paso a paso hacia un mundo más urbano. Todos los países desarrollados son hoy un hervidero de asfalto, hormigón y vidrio, y aquellos incipientes están observando cómo sus poblaciones se agolpan en las megalópolis del futuro (con todos sus problemas asociados). Observar el cielo estrellado en nuestra rutina diaria se ha convertido en poco menos que una quimera. Pero el proceso de urbanización ofrece una ventaja añadida: espacios vaciados, zonas rurales donde la presencia humana, y por tanto la luz, escasea.

Para la mayoría, la forma más sencilla de observar las estrellas es salir un puñado de kilómetros de la ciudad. Pero aquellos particularmente apasionados por la materia disponen de una fabulosa herramienta a su servicio: el inventario de sitios recopilado por la International Dark-Sky Association, lugares de especial oscuridad donde los astros celestes se aprecian en su plena magnitud. Un mapa virtual de centenares de rincones de la Tierra ajenos a la contaminación lumínica, destinados a apreciar la realidad que rodea a nuestro planeta.

Fundada a finales de los años ochenta, la IDA tiene dos objetivos: promover el conocimiento y la divulgación de los puntos terrestres donde la oscuridad predomina; y proteger mediante la legislación nacional e internacional las "reservas" de especial interés en materia de cielos nocturnos. Desde su creación, ha funcionado como una suerte de curator de la oscuridad, identificando, catalogando y difundiendo los lugares de la Tierra más aptos para la observación de los cielos nocturnos. 

El listado es aún breve, y no todos los puntos son igual de valiosos.

montañas (Cam Adams/Unsplash)

La IDA designa cinto tipos de rincones oscuros. Por un lado las "comunidades", ciudades o aglomeraciones urbanas que adoptan medidas para limitar la contaminación lumínica que generan. Por otro, los "parques", territorios públicos o privados que han obtenido un reconocimiento y protección a nivel estatal y que, por sus condiciones y por su estatus preservado, ofrecen una iluminación natural más que competente (pensemos en Valle de la Muerte, en sí mismo un vivero de cielos espectaculares gracias a su localización y estatus como Parque Nacional).

Los dos más importantes y especiales, sin embargo, son las "reservas" y los "santuarios". Las primeras son las más comunes y las más recomendadas en guías de viaje de toda condición. Representan espacios muy específicos, que pueden formar parte de otras áreas protegidas o no, y que por unas circunstancias u otras han logrado esquivar el halo de la contaminación lumínica. A menudo accesibles desde puntos urbanos de relativa cercanía, las reservas ya cuentan con legislación específica que protege no tanto el entorno en sí, sino su calidad como punto de observación nocturna.

¿Ejemplos? Uno de los más reconocidos en el hemisferio norte: la reserva internacional Kerry, en la punta sudoeste de Irlanda, una región escasamente habitada de más de 700 kilómetros cuadrados desde la que se puede contemplar en su plenitud la Vía Láctea. Se trata de un punto relativamente remoto dentro de Europa (un continente muy habitado), que por sus peculiaridades históricas (insular, en una de las esquinas más hostiles a los asentamientos humanos por clima y recursos) ha alcanzado la categoría "oro" para la IDA.

Otras reservas se encuentran en Nueva Zelanda, en los confines de Namibia o en diversos puntos de Canadá y Estados Unidos. También en la Europa continental. El Midi de Bigorre, en los Pirineos y muy cerca de la frontera con España, fue reconocido como una reserva internacional por la IDA en diciembre de 2013. Se trata de un pico enorme y muy prominente, alejado de cualquier punto masivamente habitado (las ciudades grandes más cercanas son Pau en el lado francés y Jaca en el lado español, con poco más de 13.000 habitantes) y óptimo para contemplar la noche a cielo abierto.

monument Monument Valley, cerca del Rainbow Bridge, en Utah. (Patrick Hendry/Unsplash)

Durante los últimos años, no obstante, la IDA ha promovido otra categoría aún más específica y asombrosa: los "santuarios". Lugares tan privilegiados para la observación nocturna y tan perdidos de la mano de Dios que merecen una denominación (y una legislación y plan de conservación) especial. Se trata de los rincones más oscuros de la Tierra, allí donde la mano del hombre aún no alcanza a iluminar con su intensa producción eléctrica. Iglesias cósmicas de peculiar interés cultural y medioambiental.

Dónde puedo encontrarlos

Lo primero que hay que tener en cuenta es que un "santuario" no lo es meramente por representar un lugar alejado de toda la civilización donde los cielos se abran a pecho descubierto al espectador ocasional. Desde ese punto de vista, ningún lugar más idóneo que el corazón del Sáhara o los confines de Siberia. La particularidad de los "santuarios" reside en una serie de normas muy estrictas, elaboradas por la propia International Dark-Sky Association, donde nada se deja al azar: desde criterios técnicos que miden la intensidad de la luz artificial en el entorno del sitio hasta programas exhaustivos de protección y preservación.

En 2018, la IDA publicó las bases para elegir a los "santuarios". Cualquier persona es libre de proponer un punto, pero para ello tiene que superar los complejos trámites burocráticos exigidos por las asociación. Hay de todo. Desde una nítida asociación al valor cultural del sitio hasta la medición exacta del territorio a designar, pasando por reglas severas sobre la calidad de la luz ambiental durante la noche y la legislación a promover por las autoridades locales y nacionales para conservar el santuario. Un panel de expertos determinado por la IDA decide en última instancia qué parajes entran en la categoría, y cuáles no.

El objetivo es desarrollar un listado exhaustivo y selectivo de santuarios, de tal modo que su exclusividad dispare su valor y atraiga el interés internacional de los turistas. La IDA busca cuadrar el círculo: conseguir que los santuarios ganen notoriedad, es decir, atractivo y visitas, para que se establezcan programas y medidas que contribuyan a preservarlos. Es un equilibrio delicado, afín a todo impulso del turismo (con todo lo que ello implica) que lo exigente de sus criterios debería neutralizar.

noche (Andrew Coelho/Unsplash)

El resultado de tan arduo proceso ha provocado, de momento, que la mayor parte de los sitios designados se encuentren en países desarrollados. Los santuarios deben estar lo suficientemente lejos de la civilización, resultar tan remotos como sea posible, sin penalizar su accesibilidad (¿de qué sirve crear un santuario para observar el cielo si nadie puede acudir a observarlo?). Así las cosas, el listado se limita a diez puntos, de los cuales cuatro están en Estados Unidos, dos en Nueva Zelanda, uno en Australia y sólo dos en países no occidentales: Chile, Sudáfrica y las Islas Pitcairn, lejanísima dependencia de la Corona Británica.

Uno de los últimos en añadirse a la colección fue Massacre Rim, en el norte de Nevada. "Un área inmensa de oscuridad", tal y como la definía una de las arqueólogas que trabajaron en su catalogación como santuario. Se trata del más grande catalogado en Estados Unidos. El núcleo urbano más cercano, en California, tan sólo aglutina a 500 personas. Con todo, no se trata del más icónico: el celebérrimo Rainbow Bridge de Utah, cerca de la frontera con Arizona, una de las regiones de mayor valor natural de Estados Unidos, fue uno de los primeros en sumarse a la lista. Su omnipresencia en todos los feed de Instagram da buena cuenta de ello.

Se trata de un puente natural formado durante la última glaciación que ofrece una vista asombrosa hacia la Vía Láctea. Al igual que Massacre Rim, tiene connotaciones históricas y culturales: la formación rocosa se encuentra dentro del gigantesco territorio navajo, y ha tenido una importancia simbólica y religiosa ancestral para los nativos americanos. Es algo valorado por la IDA, que busca dotar de una conexión primitiva y ancestral a sus santuarios. No por casualidad la elección del nombre tiene connotaciones religiosas. Son los templos de la observación nocturna.

No siempre es así. En Chile el santuario, bautizado en honor a la poeta Gabriela Mistral, tiene un amplio reconocimiento científico e internacional, que supera a su calidad turística o estética: se trata del observatorio internacional construido en el Valle Elqui, al norte del país. Las Islas Pitcairn son nada más y nada menos que la jurisdicción internacional menos habitada del planeta, tal y como explica la IDA. Un espacio en mitad de la nada oceánica donde cuatro diminutas islas se esparcen a su antojo. Su escasa habitabilidad y su remota localización las convierten en un santuario de la oscuridad por defecto.

midi El Midi Bigorre. (Tim Oun/Unsplash)

En Sudáfrica, el santuario vuelve a tener conntaciones históricas: el parque !Ae!Hai Kalahari es un espacio protegido y destinado a las comunidades Mier y Khomani San, tribus locales, desde principios de la pasada década; ubicado en el extremo norte del país, cerca de la frontera con Bostwana y Namibia, el entorno busca proteger las tradiciones y los ritos culturales de sus habitantes. A consecuencia de su condición geográfica y situación preservada, se ha convertido en un espacio donde la contaminación lumínica brilla por su ausencia.

Todos ellos forman la constelación de iglesias de la noche, catedrales cuyas claves de bóveda son las estrellas que rodean a la Tierra. Ya sea en la isla Aotea de Nueva Zelanda, en el extremo norte del archipiélago, o en el Campamento Cósmico de Nuevo México, los santuarios de la noche representan la última línea de defensa contra la luz, la trinchera definitiva en defensa de uno de los bienes más escasos de la humanidad: la oscuridad y la observación sin barreras del espacio exterior.

Imagen: Andrew Coelho/Unsplash

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