El mamotreto de Añaza: el megahotel abandonado en la costa de Tenerife desde hace 40 años que nunca se terminó

  • Se proyectó en los 70 como un ambicioso complejo turístico, pero la obra acabó abandonada

  • Santa Cruz de Tenerife ha adjudicado el proyecto de redacción de derribo tras un largo y complejo proceso

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Cuando se proyectó, hace ya más de medio siglo, el hotel Añaza se concibió como uno de los grandes complejos turísticos de Santa Cruz de Tenerife, un edificio de una veintena de plantas con forma de "Y" que se alzaría en primera línea de costa, asomado casi a las aguas del Atlántico. Hoy es todo lo contrario. Una mole grisácea que emerge en el borde del litoral canario como una banderilla clavada a traición. Tan enorme, inacabado y hasta surrealista es el inmueble que, con el paso de las décadas, se ha ganado de hecho el apodo de "mamotreto de Añaza".

Y en Santa Cruz llevan años buscando la forma de borrarlo.

Una herencia de los 70. Si coges el coche y te das una vuelta por la calle Mayántigo, en Santa Cruz de Tenerife, verás recortado contra el océano un inmenso edificio en obras. Ladrillos a la vista, vallas metálicas, bloques y una estructura completamente desnuda, pelada. Tan vacío está el inmueble que desde el ángulo adecuado puede observarse el mar al otro lado de sus galerías abiertas.

Si no fuera porque en los alrededores del edificio no hay ni un solo operario, ni maquinaria o andamios podría parecer una obra aún en marcha o abandonada hace solo unos meses. La mole en cuestión es sin embargo una herencia de los años 70 y hace ya medio siglo que sus promotores se desentendieron del proyecto.

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De complejo turístico a pesadilla. Cuando se inició, durante los coletazos finales de la dictadura, el edificio se concebía como un gran complejo turístico. Así se planteaba en 1973, cuando se iniciaron las obras, impulsadas por promotores de origen alemán. La idea era levantar un gran hotel de 741 apartamentos dotados de unas vistas privilegiadas del Atlántico. Y con tal propósito sus artífices solicitaron, y lograron, una licencia que se ajustaba a la normativa entonces vigente.

Durante un tiempo las cosas le fueron bien al proyecto, sin sobresaltos. Los operarios acabaron levantando un enorme bloque con planta en forma de "Y" de 22 pisos que se alza sobre una superficie de 2.350 m2 y con una edificación que supera los 40.000 m2, según los datos desgranados en su día por el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife. El problema es que dos años después de que se iniciase la obra, en 1975, los promotores abandonaron la obra, dejándola a medias. Lo que se prometía una exclusiva torre para veraneantes acabó convertido en un gran armatoste, un ejemplo del mejor feísmo clavado en pleno litoral tinerfeño.

Fácil de levantar, difícil de borrar. El hoy conocido como mamotreto de Añaza se levantó en un par de años; eliminarlo de la costa canaria está llevando mucho, muchísimo, más. Y no porque las autoridades no lo hayan intentado o no lleven tiempo pulsando las cuerdas a su alcance para derribar el edificio. En 2018 la primera teniente de alcalde, Zaida González, explicaba que los gobiernos que se han sucedido en el consistorio durante las últimas décadas han tratado de localizar a quienes en su día construyeron y luego abandonaron el edificio, pero sin éxito.

A finales de 2020 El Día explicaba que el Ayuntamiento había enviado notificaciones a varias entidades mercantiles, pero sin resultados. Dar con los responsables actuales de la obra es un desafío porque en las escrituras del solar no figura la dirección de las empresas que lo adquirieron en su día. Las entidades estarían formadas además por cientos de ciudadanos alemanes de los que, al menos en algunos casos, no constan datos completos sobre su residencia.

"Tenemos la obligación primero de dirigirnos a los propietarios. Pero ocurrirá lo que ha pasado siempre, que no harán ningún caso. Por lo tanto, el paso siguiente es que este Consistorio pida permiso en el Juzgado para proceder a la ejecución subsidiaria también para el derribo y que redacte el proyecto de demolición", explicaba por entonces el concejal del área de Urbanismo, Carlos Tarife.

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Complejo… y caro, muy caro. El camino para derribar el hotel no es solo complicado por la necesidad de avanzar "con prudencia" al tratarse de una obra privada o las dificultades para localizar a los propietarios y exigirles que "asuman su responsabilidad". Tirar la vieja mole de los años 70 será además caro. Muy caro. Tanto que costearlo supone también un reto. En 2018 el Consistorio de Santa Cruz de Tenerife calculaba que librarse del mamotreto costaría 1,8 millones de euros, suma de las facturas de demolición y los trabajos de tratamiento de escombros.

Pese a uno y otro desafío, de las dificultades del proceso y su tremendo coste, las autoridades locales han avanzado en el camino para borrar el hotel de la costa y en septiembre, tras un complejo proceso administrativo que duró más de un lustro, el Consistorio adjudicó la redacción del proyecto de demolición a la firma Proyelim SL, a la que se dio un margen de cinco meses para cumplir con su trabajo. 

El servicio costará 123.000 euros y marca el inicio de un proceso al que aún le queda un largo camino por delante. Los planes del Consistorio pasan por iniciar el derribo entre finales de 2024 y comienzos de 2025, lo que no deja de ser una ironía porque coincidiría con el 50 aniversario del abandono de las obras. Por lo pronto, el Ayuntamiento ya ha pedido "colaboración económica" a otras administraciones para poder afrontar el derribo. "una vez se ha procedido a adjudicar el contrato a Proyelim, los siguientes pasos que se están dando se centran en las expropiaciones, la ejecución subsidiaria y en pedir colaboración económica", comenta González.

Mucho más que estética. Con el derribo la localidad busca algo más que librarse de un mamotreto de 22 plantas que emborrona el litoral canario desde hace más de 40 años. Como reconocía en noviembre González, la infraestructura supone "un riesgo para los vecinos" y ya ha llevado al Consistorio ha plantearse medidas de seguridad, como la instalación de señales y una red perimetral de cuatro metros de alto para impedir que se pueda acceder al edificio.

En 2017 los vecinos denunciaban que en el inmueble ya habían muerto al menos cuatro personas, tres en accidentes y la cuarta en un presunto suicidio. "Tiene los huecos de los ascensores totalmente al descubierto y los que se meten, de forma inconsciente, pueden caer por ellos, pero también tropezar o caer desde cualquiera de los altos de este hotel", advertía el colectivo, que denunciaba cómo había gente que se colaba para saltar entre las plataformas o encaramarse a la azotea.

Imágenes: Albert Koch (Flickr), Mike Peel (Wikipedia) y Jose Mesa (Flickr)

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