El 24 de junio de 2018, exactamente a las 21:13, envié este wasap: Anda que achuchón le vas a dar a Cthulhu. Norabuena por el Kelvin. El 25 de junio de 2018, exactamente a las 09:05, me llegaba un: NO ME JO DAS.
Jesús Cañadas al habla —amigo, maestro, camarada— expresaba gráficamente la ilusión que le hacía llevarse el premio mayor del festival Celsius 232. El que había ganado otro amigo común (y maestro y camarada) como Guillém López. Algo así como el Santo Grial para los escritores frikis. Porque eso somos: escritores frikis. Como diría (dice) Jesús: "¡A mucha honra, quillo!"
Jesús Cañadas es uno de los nuestros. Los nuestros son una generación que creció en los suburbios menos frecuentados de las letras en castellano: el género fantástico. Lo hicimos en una época (últimos 90, primeros 2000) en la que se vivía un momento frágil y dulce de autores friquis amateurs pululando en foros como Sedice.com u Ociojoven.com. Batallando en nuestras primeras escaramuzas literarias a navajazos _pulp_ que soñaban con llegar a las editoriales del fándom: Minotauro, Alamut, NGC Ficción!, AJEC, 23 Escalones, Dolmen…
Jesús debuto en AJEC, con una obra cuyo título aún hoy en día, con todo lo que ha caminado este gaditano, me sigue pareciendo magistral: 'El baile de los secretos'. Luego subió, subió y subió: Random House, Valdemar, Roca Editorial, Edebé. Coño, si hasta acabó de guionista en la segunda temporada de 'Vis a Vis';. El premio Kelvin que ganó por su indescriptible (para bien) 'Las tres muertes de Fermín Salvochea' se sintió, para muchos que lo conocemos, como el golpe en la mesa. Ahí, al fin, estaba el friki de Jesús. Donde merecía.
Pero el caso es que en toda historia de ascenso hay mucho más de lo que se cuenta en la solapa de un libro. Y el periodista común, el que no ha sido _uno de los nuestros_, puede rascar poco de esa historia. La suerte, en mi caso, es vivir entre dos aguas. Porque cuando me siento con un Jesús (o un Emilio o un Somoza o un Guillém) me siento con un amigo. Y entre amigos nos decimos verdades. Las que hacen reír; las que hacen llorar; las que habíamos olvidado; las que nunca olvidaremos.
Esta entrevista es un poco así. Una entrevista sobre verdades a una de las estrellas (no lo digo yo) que ha dado ese peleón fantástico en castellano que está harto ya de que lo miren por encima del hombro los _géneros literarios_. A este viaje que emprendes a continuación, xatakero, le puedes poner banda sonora. Yo te recomiendo una muy concreta: The Goonies 'R' Good Enough de Cindy Lauper. Va como anillo al dedo (hobbit).
Me apetece mucho empezar por Cádiz; por la magia de Cádiz. Más allá del tópico del duende. ¿De dónde viene esa magia?
Pues me viene de cuando me fui de Cádiz.
(Risas).
Sí, sí. A ver, es que la distancia te da esa perspectiva de poder acercarte a tu ciudad con la imaginación, porque no estás allí. Es que hay mucha tela que cortar en Cádiz. Esto lo he comentado mucho en las presentaciones. Cádiz es una de las ciudades más antiguas de Europa. Han pasado por allí los tartesos, los romanos, los árabes, los cristianos. Hay capa, sobre capa, sobre capa y cada cultura que llegaba dejaba sus cosas.
Yo de las historias de Cádiz que se cuentan en la novela las sabía porque me las contaba mi padre. Mi padre, en ese sentido, se parece un poquito al padre del protagonista. En lo de borracho y putero ya se parece un poco menos. Pero en lo de contar historias, sí. A mí de pequeño me contaba que un día en Cádiz se había encontrado con el hombre lobo, o a la Momia en un parque de atracciones de Madrid. Probablemente de ahí me viene el gusanillo que tengo por las historias del fantástico. De hecho, en 'Las tres muertes de Fermín Salvochea' hablo más de mi Cádiz personal que del real.
De hecho, esta novela fue un poco como volver a Ítaca. Porque tú empezaste en Cádiz con 'El baile de los secretos', tu primera novela. Luego te diste, por así decirlo, un paseo por distintas tierras. ¿Por qué volver?
Bueno, pues es un poco por la misma razón que no como tortilla de patatas todos los días. O la comida de mi madre. Me encanta la comida de mi madre; pero si tuviera que comerla todos los días, me agobiaría. La verdad es que tenía ganas porque había viajado ya [literariamente y en algunos casos también literalmente] a Providence, Londres, Damasco; luego me vine algo más cerca con 'Pronto será de noche'. Pero de pronto me apetecía hacer una novela sobre mi ciudad, mi Cádiz.
El caso es que investigando sobre el pasado de la ciudad me encontré con Fermín Salvochea. A primera vista, un alcalde gaditano. Pero que cuando empiezas a profundizar te das cuenta de la hondura que tenía como personaje; nada que envidiarle a Abraham Lincoln o George Washington. Me di cuenta de que tenía a mi personaje para enfrentarlo a los misterios de Cádiz en las coordenadas en las que quería moverme: que son las de acción, misterio, terror y aventura.
Bueno, claro. Y si Abraham Lincoln pudo cazar vampiros, por qué no va a poder cazarlos Fermín.
¡Claro coño!
[Risas]
Además, todas las leyendas que saco, salvo una, son leyendas reales de Cádiz.
Vamos a hacer un poco de flashback. ¿Cuándo te pusiste ese cuño, del que luego a veces nos arrepentimos, de soy escritor? En mi caso, fue en la época de los foros, los Sedice y Ociojoven. Fueron mi puerta de entrada a la escena literaria del fantástico español. ¿Cuál fue la tuya?
Yo qué va, qué va, qué va. Yo llegué tardísimo a todo eso. Estaba viajando con una beca; tenía 23 años. De hecho, empecé ese proceso de ir empalmando becas y estancias. Estaba totalmente aislado de ese movimiento.
A ver, hasta que terminé mi primera novela, que fue en 2007. No, en 2008. La vendí en 2009 a Ajec. Pues sí… Creo que hasta 2010, no conocía a nadie. Además, para mí escribir era una afición. Una afición que me apasionaba, eh, que yo desde siempre me escribía mis partiditas de rol. Todas las semanas, les traía a mis jugadores tres o cinco folios de lo que pasaba en la partida. Que no se leían ninguno, por cierto.
[Risas].
Pero bueno, es de ahí de donde viene el gusanillo. Consumes, consumes, consumes hasta que llega el día en que te dices: pues bueno, voy a echar a volar yo la imaginación. Así que lo mío era lúdico. Para algo más artístico ya me pillas super tarde. Que yo hasta los 18 años no escribo mi primer cuento.
¡Ostras!
Y era una buena mierda; como bien dice Bradbury, lo de tirar unos cuántos millones de palabras… Pero bueno, también con 28 me demostré que podía escribir una novela.
¿Y te acuerdas de qué iba ese primer cuento?
Sí, hombre. Creo que está publicado por un 'Visiones'. Un preso, que podría ser el diablo, y está en un sanatorio mental, porque le van a hacer una entrevista un sacerdote para evaluar si está loco o cuerdo para una especie de tribunal supremo eclesiástico. Y al final resulta que el diablo era el cura. O sea vamos, una porquería.
[Risas]. Bueno, todos tenemos nuestro oscuro pasado. Si Johnny Depp y Meryl Streep lo tienen, tú también tienes derecho. Háblame algo más de 'El baile de los secretos'. Especialmente, de esa primera aproximación a Cádiz y de cómo enfocaste tu debut. Porque una primera novela, aparte de ser normalmente un muestrario de los gustos del autor, suele jugar también en un terreno en el que este se siente cómodo.
Es que tu primera novela no sabes que es tu primera novela. Es algo que vas haciendo, cuando puedes, y de pronto sale. En mi caso, llevaba ya como siete años diciendo que quería escribir una novela, que algún día lo haría. Y cuadró en 2007 que estaba con una beca en Berlín y me vi que conocía a poca gente y que la cosa estaba bastante muerta [risas]. Así que era el momento para ponerse a escribir.
Es una novela que no tiene casi nada de documentación. Yo me sentaba, imbécil de mí, a demostrar que sabía escribir. Con esto quiero decir que era una novela superalambicada, llena de subordinadas y adjetivos, porque no sabía que no necesitas demostrar que sabes escribir bien. Si escribes bien, se ve. Por suerte, Ajec quiso apostar por ella.
Y oye, te voy a contar una cosa que no sé si querrás meter en la entrevista; pero yo te la voy a contar. El mismo día que me llegó la carta de Ajec me llegó la carta de una de estas editoriales de coedición.
Ay, ay, ay [risas].
Y bueno, la carta, te la imaginas, ¿no? La de los de esa editorial: que iba a ser un pelotazo mundial, que si era el nuevo Neil Gaiman, el nuevo García Márquez, que si era un genio… Y luego me llegó la carta de Raúl de Ajec. Que decía a las claras: hay cosas que me gustan y cosas que no, pero creo que con esfuerzo podemos sacar una novela de aquí. Y yo me dije, mira, este es el que no te quiere engañar [risas].
Y bueno, las sacamos y de alguna manera se habló mucho de ella en el fándom. Todos los que ahora tenéis algo que decir en la literatura fantástica de este país hablasteis bien de ella y se recibió como un buen debut. Así que, aunque ahora no la defendería con uñas y dientes como hace diez años, pero mira, estoy orgulloso de ella.
Bueno, pronto nos ponemos a hablar de los nombres muertos, porque hablando en plata, pero muy en plata, yo sigo pillado pensando una cosa: hay que tener unos huevos que no caben en un pantalón para mezclar a Spielberg con Lovecraft y que encima te salga bien. Pero antes, vamos a hablar de esa cosa que tanto nos gusta: el fándom. ¿Qué me dices del fándom, Jesús? ¿Cómo fue esa primera Hispacon?
[Risas; duran un rato]. A ver… Hubo cosas como tíos que me sentaban al lado y al ver que yo no era nadie y que no conocía ni dios, se levantaban sin más. Luego ya conocí a Juanmi (Aguilera), Rafa Marín y la cosa mejoró. Pero pronto empecé a intuir todo el drama. Quién estaba enfadado con quién, quién le había hecho una putada a quién.
A ver, yo profesionalmente vengo del mundo de la gestión cultural, así que lo que me encontré allí era muy similar.
Intrigas palaciegas.
Exacto. Era otro mundillo con sus intrigas. La sensación me parece que la describe genial Sarah Andersen en esa viñeta del fándom. Te mola una cosa, vas a mirar cómo son los otros fans de eso que te mola y… ¡¡Ufffff!! [risas].
[risas].
¿Qué pasa? Que aunque hay mucho malo, también te encuentras a gente que vale la pena. Te conocí a ti. Conocí a Guillém [Lopez], que al margen de lo literario, puedo decir que es un amigo cercano. Hay mucha gente que he conocido en este mundo a la que puedo llamar amigos.
Y además, es algo que se ve en los primeros diez minutos. Te sientas con un desconocido, en un evento cualquiera, a tomar una cerveza. Si lo primero que te suelta es sobre el mundillo editorial, malo. Si te habla de estos personajes, de esta estructura narrativa, de literatura, vaya, entonces bien.
Y si te habla de fútbol o de la vida, seguramente también.
¡Seguramente! El caso, por volver a la pregunta, es que la primera mía fue la de Huesca. Y fue digamos un tema de conocer el ambiente. Mi novela estaba a punto de salir y con un sello que se movía en ese mundo. Así que me apetecía conocer el fándom por dentro.
Vamos a hablar de un aspecto muy curioso contigo, porque eres una rara avis en el fándom. Rara avis, rara avis. Tú, muy pronto, cogiste una agente y eso es algo que en el fándom ninguno nos planteábamos porque… [risas] Porque dábamos por hecho que los editores y autores ya nos conocíamos los unos a los otros. Pero tú conseguiste agente y colocaste ya tu segunda novela en Random House. ¿Cómo fue esto?
Pues fue realmente un encuentro casual con Mámen de Zulueta. Hablamos, le conté de qué iba 'Los nombres muertos' y salió de ella decirme que si en algún momento quería agente, que ella tenía ciertos contactos en el mundo literario y que estaba con una agencia de gente joven y con ganas. Cuando terminé la novela se la leyó y decidió moverla.
Ahí entra la parte peor para mí de todo este tema, que es la espera. El estar todos los días dejándote la huella dactilar en el F5 para ver si tienes un mail de tu agente diciendo que hay una editorial interesada.
Y a la vez, mantener el perfil profesional, que en eso también has sido ejemplo en este mundillo, para que no se te note.
Bueno, es que eso hay que hacerlo. No te puedes ir a Facebook o a Twitter a frustrarte o fliparte. Tampoco creo mucho en lo de ponerte negativo, porque si no lo más fácil es echarte a llorar pensando que nadie va a querer leerte nunca. Lo que tienes que hacer, si eres escritor, es escribir.
Sobre todo hay que tener presente una cosa, que casi nadie tiene presente: nadie está en contra de ti. No hay una conspiración para que no publiques. Si no triunfaste, sería por lo que fuere, pero no porque nadie moviera los hilos para frustrarte.
Me llama mucho la atención el tiempo que pasa entre 'Los nombres muertos' y 'El baile de los secretos'. En eso también fuiste un caso anómalo, porque tu primera novela sonó y no publicaste inmediatamente otra, como se suele ver muy a menudo. Esperaste.
Pues sí, dos años y pico. Es que yo iba a hacer carrera y carrera no la haces en un año. Es más, te vas a pasar haciéndola toda la vida. Si quieres tener producto que vender, y no eres un genio, más te vale trabajarlo. Yo no sé cuántas versiones habría de 'Los nombres muertos'; pero veinte o veintialgo, seguro.
Mi madre…
También me ayudó que no dependía de eso para vivir. Así que, de qué me valía hacer una novela peor para salir rápidamente si tampoco iba a vivir de ella. Era mejor cuidarla y trabajarla.
Y volvamos a lo que te decía antes. A ese coraje o huevos o como quieras llamarle de mezclarte una de aventuras a lo Spielberg con una de Lovecraft. ¿De donde sale?
A ver, lo de Spielberg no es algo que eligiría a sí de primeras como referente porque me daría vergüenza reconocerlo. Mi referente literario fue lo que hizo Felix J. Palma con 'El mapa del tiempo'. Así que me propuse hacer con Lovecraft algo así como lo que había hecho Félix con Wells. Así que me tenía que empollar en serio a Lovecraft.
Y entonces, me encontré la oferta de vuelo de mi puta vida: Berlín-Boston, 120 euros.
¿120 euros? Jesús, tú además de todo, tienes suerte, ¿eh?
Pues sí. El caso es que lo compré y me pude pasar dos semanas en Boston y patearme Providence a fondo. Así lo hice. Así lo hice.
Cuenta un poquito más de esas dos semanas.
Hubo una parte como muy mitómana: ver la tumba de Lovecraft; ver la casa de la calle Barnes; intentar ver la de la calle Angel. Esto no sé si te lo conté una vez, pero me llevé un chasco con el 454 de la calle Angel [la casa donde nació]. Yo fui de turista total a Providence, eh.
Ibas de guiri [risas].
Sí. Total, que llegué a la calle y empiezo a contar. 451 (casa), 452 (casa), 453 (Starbucks), 455 (casa)… Y no había 454.
Justo enfrente del Starbucks había una librería, especializada en H.P. Lovecraft. Así que le pregunté por el misterio del 454. Y me dijo que lo tenía enfrente, que era ese Starbucks; que la casa natal de Lovecraft la habían demolido. Evidentemente, me empecé a cagar en la puta y el librero de la puta librería especializada de Lovecraft de la puta Providence me dijo: "A Lovecraft le hubiera dado igual." O sea, que, según este tío, a H.P. Lovecraft no le hubiera importado que tiraran su casa para poner un Starbucks.
Me encanta.
Lo que sí me sirvió fue pasarme dos semanas encerrado en la biblioteca John Hay que tiene prácticamente todo lo que ha escrito Lovecraft y todo lo que se ha escrito sobre Lovecraft.
Creo que esto es un dato interesante para el lego. ¿Cuánto se puede llegar a leer en un solo día cuando estás encerrado a tope en la fase de documentación?
¿En un solo día? Es difícil de cuantificar, porque estás un poco como haciendo una tesis. Vas a menú, consultando las partes específicas que te interesan. Pero mucho. Muchísimo.
Tuve la suerte de caerle en gracia al bibliotecario. Me puso una mesita, me puso mi carrito con los libros y de pronto ya estábamos hablando de qué hacía allí, que me iba a tirar dos semanas ahí de investigación para mi novela sobre Lovecraft. Yo por supuesto, le vendí la moto de que era un autor de éxito en España.
[Risas].
El caso es que el tío había estudiado en Granada. Vi el cielo abierto. Le dije que yo también y además lo mismo que él, biblioteconomía. El caso es que le caí tan bien que me llevó a la parte de los investigadores a poder ver los originales de las cartas de Lovecraft. Y a ver, para lo novela no me sirvieron para nada. Pero para el friki fue un momento glorioso.
¿Y por qué no te sirvieron?
Porque no se leían apenas, que la letra era un desastre [risas]. Aunque hubo algo que sí me sirvió. Me enteré de que se pasó seis meses sin escribir porque un editor de 'Weird Tales' le rechazó publicar una colección de relatos que él mismo le había pedido. Lovecraft se cogió una de sus depresiones y lo dejó por seis meses.
Así que ahí tenía mi oportunidad de jugar a lo mismo que juega Félix en la trilogía victoriana. Contar cosas reales pero moverlas un poquito para darle la vuelta y sacar esa historia secreta de un personaje biográfico.
Bueno, eso y mezclarlo con tu amor incondicional e inconfesable con Spielberg.
Sí.
[Risas]. Vamos a darnos otro viaje, este a la World Fantasy Convention. Estábamos tú, Toni Hill, Eva y yo. Y nos lo pasamos genial en Brighton. Pero también vivimos un momento jodido y hasta cierto punto humillante en la mesa redonda en la que hablaste de Lovecraft.
No. No en la que hablé. En la que escuché.
[Risas].
Breve inciso aclaratorio al lector. Por intermediación del presidente de la World Fantasy Convention de 2013, Stephen Jones, que me tenía aprecio por motivos que no vienen al caso, logré que Jesús y yo figuráramos en dos mesas redondas de postín. La de Jesús, sobre Lovecraft, tenía de sumo prócer ni más ni menos que a S.T. Joshi, la _auctoritas_ en cuanto a Lovecraft se refiere a nivel mundial. Todo pintaba la mar de bien para Jesús hasta que ocurrió lo que él mismo relata.
Conviene aclarar lo que significa para dos frikis españoles estar de panelistas en la World Fantasy Convention. Yo me llegué a tomar una copa con Neil Gaiman, de colegueo. Patrick Rothfuss te saludaba efusivamente como si te conociera de algo. Terry Pratchett dio su última charla allí mismo. También andaban por allí gente como Gene Wolfe. Aquello era, para frikis como nosotros, el Edén. Pero recordemos que el Edén tiene manzanas envenenadas.
Situémonos. Llevaba año y medio estudiando profundamente a Lovecraft. Estaba en una mesa con los mayores expertos de no ficción y de ficción del mundo sobre H.P. Lovecraft. Yo venía con la idea de ya veréis; os voy a tratar de igual a igual y veréis cuanto sé. Y no pude ni abrir la boca.
La primera nota que yo tenía en mi cuaderno se pasó en los dos primeros minutos de charla. Así que lo cerré y dije: "Bueno, improvisamos y a meter baza". Y no se pudo meter baza. Ellos se pasaban la pelota entre sí y yo era… el español. Al que nunca se la pasaban. Era el que estaba de relleno. Me dio mucha pena. Pero volvemos a lo mismo: ¿para qué sirve la pena? Al día siguiente, ya estaba hablando con la gente e integrándome. Y acuérdate que me acerqué a Jo Fletcher [una editora de máximo renombre en el género] para hablar con ella.
Y le diste tu novela.
De hecho le di tu novela. La que te había traído a ti de regalo [risas].
Es verdad [risas]. Menos mal que aún no estaba dedicada.
Es que me acuerdo perfectamente, porque solo me había traído esa. Fui corriendo a buscarte y te dije: "Ya te la regalaré en otro momento".
Y me la birlaste. [risas].
A ver, que cuántas novelas no le darán a Jo Fletcher en una convención. Pero yo, tocotó, le puse mis quinientas sesenta y seis páginas en la mano. Seguramente, cinco minutos después estaba en algún contenedor. Pero había que hacerlo, que nadie iba a invitarme a tomar el té con ella otro día. Lo dicho: te puedes enfadar, te puedes hundir en la conmiseración; pero eso no te va ayudar; eso no te va ayudar. Lo que te va a ayudar es seguir escribiendo.
Y de ahí a que alguien de Mediaset se lea 'Los nombres muertos' y deduzca que ahí hay un guionista cojonudo para 'Vis a Vis'. De una novela friki de Lovecraft. A mí eso me parece como sacar un repóquer cinco veces seguidas.
En realidad, es más complicado que eso. El showrunner de la serie se leyó un libro que se llama 'Hombres fuera de serie';. Es un libro que va sobre 'The Wire', 'Breaking bad', etcétera. Hay un capítulo en el que se habla de que los _showrunners_ decidieron sumar a novelistas a la mesa de guionistas. Fue lo que permitió entrar en el sistema a gente como Dennis Lehane o John Connolly.
Así que este tío leyó esto y quiso hacer lo mismo. Así que habló con su productora y le dijo: "Dame novelas. ¡Dame novelas!".
Dame novelas [risas].
40 ebooks en su Kindle; y ahí se quedaron. Y el tío que iba un día con su mujer (también guionista) de viaje en el coche y que ella estaba bicheando entre esos libros. Y de pronto le dice: Me estoy leyendo aquí una cosa que no me está importando una mierda lo que me está contando, pero que me gusta mucho cómo lo está contando. Él le pidió: "Léemelo en voz alta". La mujer lo hizo y lo tuvo claro: "Este tío. Vamos a llamarle". Y era un párrafo de 'Los nombres muertos'.
[Risas].
Fue, como tú dices, una carambola del destino. Además, había coincidido que acababa de terminar mi contrato con la feria de Frankfurt. Los simpáticos señores me habían ofrecido renovar el contrato por dos años en las siguientes condiciones: trabajas 40 horas y cobras 20. Esto fue en 2015; desde entonces, solo vivo de la literatura. A veces muy bien, como el tiempo que pasé en 'Vis a Vis' y a veces menos bien. Pero vivo. No me puedo comprar una casa con jacuzzi; pero tampoco podía antes.
Cuéntame un poco de esas aventuras de escritor en la corte de Antena 3. Porque tú siempre dices que es más hablar que escribir.
Un poco como en esa mesa de la World Fantasy Convention.
Pero aquí te dejaban hablar.
Aquí me dejaban hablar, sí.
A ver, una serie de televisión depende enteramente del showrunner; él decide. A mí no me gusta nada, porque me parece una falta de respeto, la expresión juntaletras para definir a un escritor. Pero este es el trabajo en el que me he sentido precisamente así: juntaletras. Se trata de escribir ideas para el producto de otro.
Pero es verdad que es un proceso muy colaborativo. Hablabas un 80% del tiempo y escribías un 20%. Es también el trabajo en el que he vivido verdaderamente el concepto de sinergia: alguien tiene una idea y esa idea le provoca a otro una idea y así sucesivamente. Es un trabajo muy estimulante, muy estresante, muy frustrante a veces, porque las cosas cambian con una velocidad pasmosa, pero vamos, es un trabajo que volvería hacer sin ningún problema.
Desde entonces, he vuelto a hacer alguna cosa para audiovisual, pero ya yo solo. Pequeños guiones. Un piloto de comedia para Telecinco, que ahí está, dando vueltas. He hecho un par de cortos. Ahora estoy con otra cosa audiovisual; lo que va saliendo.
Sin embargo, yo escribo novela. Para mí lo literario es irrenunciable. Entonces claro, está muy guay tener un trabajo que te pague las facturas y que te sobre tiempo después para ponerte a escribir tus novelas; pero está mucho más guay que ese trabajo sea escribir series o pelis. Así que yo me lo tomo como un trabajo más.
Pero lo mío, donde está el ego y la pasión, son mis novelas.
Evidentemente.
Estoy sonando como un gilipollas, me parece.
[Risas] ¡Qué va! No sé si lo comparte conmigo, pero yo tengo la sensación con 'Las tres muertes de Fermín Salvochea' de que es tu madurez definitiva como autor. Hablo de cómo está escrita pero también de los objetivos que persigue; de la pasión que se nota por Cádiz y por los temas que trata; de tu amor del fantástico. De esto último tenemos que hablar largo y tendido porque no me esperaba para nada que desparramaras la novela como la desparramaste en el final.
[Risas].
Me quedé boquiabierto. Sé que esto es muy jodido de preguntar, porque es hablar de uno como el César, en mayestático. Pero quiero saber cuál fue la sensación de Jesús con Jesús al ver que te salía esto.
A ver, voy a sonar como un gilipollas otra vez, pero es que no hay otra. Mientras escribes el borrador de tu novela tienes que pensar: esto es la polla y le va a volar la cabeza a todo el mundo. Luego, en las correcciones, ya te bajas a la tierra: esto es mejorable, esto no funciona, este personaje hace una cosa que no tenía que hacer. Ahí se empieza a construir de verdad la novela.
¿Pero en el borrador? Ahí hay que vomitarlo todo. Yo la sensación que tengo es la misma que la que describía Ray Bradbury en 'El arte zen de escribir': "Voy en bicicleta, sin frenos y cuestabajo". Y más vale disfrutar del viaje, porque al llegar al final te espera siempre una buena hostia.
[Risas].
A ver, es que durante la escritura de 'Las tres muertes…' [risas] Yo trabajo mucho en casa, evidentemente. Así que para airearme un poco, tengo la rutina de ir a una cafetería que me queda muy cerca de casa y echar allí al menos parte de la mañana. Así que allá me ves en el fondo, tecleando y murmurando por lo bajo: "Toma, cabrón. ¡Dale, dale, dale!". Y la gente flipando, claro.
[Risas]. Eres como Robert E. Howard. Hacía lo mismo cuando escribía Conan. De hecho declamaba las distintas voces del reparto de personajes.
Pero es que eso no es lo peor. Por lo menos, en la cafetería estoy escribiendo. Pero es que me pasa caminando. Voy con mi chica por la calle y empiezo a mascullar cosas incomprensibles. Ella me dice: "Yo sé que no estás loco, porque al año me vienes con un taco de folios y entiendo que ahí es donde estabas mientras gesticulabas como un demente en mitad del supermercado".
A mí me pasa también, pero en silencio. Hubo una vez que me metí una hostia descomunal contra una farola por este rollo.
[Carcajadas].
Pero descomunal, de casi abrirme la cabeza. Y era porque yo no estaba en la calle, estaba caminando por un bosque.
[Risas].
Era una idea que había tenido años antes que de pronto me asaltó con tal intensidad, un momento concreto de esa historia, que desapareció todo lo demás.
¡Me cago en la puta! Es que somos lo peor, pero mola un montón. Esto es lo que me maravilla a mí de escribir. Esa idea que tuviste una noche y que era, sin más, una idea y de pronto te pones a escribirla, o ves algo por la calle, y aparece de la nada la escena completa, funcionando perfectamente, porque algo ha hecho clic en tu cerebro.
Cormac McCarthy lo describe como una asamblea de tíos que están deliberando eternamente bajo la misma premisa: "¿Está preparado para que le contemos esto? No, todavía no está preparado. Contémosle otra cosa".
[Risas]. Me mola mucho esa imagen. Me la voy a quedar.
Lo último que te quiero preguntar sobre tu novela más laureada, es el desparrame. Porque la cosa empieza muy piano, piano. Hasta desde el título: 'Las tres muertes de Fermín Salvochea'; suena a misterio, a gancho para atraer al lector más generalista. Comienzas leyendo una novela histórica, con un misterio y tal, algún elemento que podría ser sobrenatural. Y de repente aquello… Explota. ¡Explota! Pero de una manera tan friki y bestial que uno se queda ojiplático. ¿Es algo así como una declaración de intenciones, un: miren, yo soy así?
Es una respuesta a 'Los nombres muertos'. Si me apuras, 'Los nombres muertos tenía un 0,2% de fantástico. Todo se puede explicar de manera realista. Y en esta, no quería repetirme; una amiga me llegó a decir que ella se esperaba lo otro; pero es que lo otro ya lo había hecho. Lo tenía claro: la novela iba a parecer una cosa y de pronto se iba a transformar en una fiesta friki, una celebración del fantástico por todo lo alto. En lo que yo sentía cuando mi padre me decía que se había encontrado al hombre lobo en el estadio del Cádiz.
Pero claro, no lo puedes hacer desde el principio, porque pierdes muchos lectores. El fantástico ha conquistado todas las facetas de nuestra vida y entretenimiento. Salvo la literatura. El camarero de la esquina, tu peluquero, todo el mundo que ves por la calle consume fantástico. En serie, en cómic, en pelis, en videojuegos… Todo el mundo ve 'Juego de tronos', todo el mundo ve 'Stranger Things' y todo el mundo ha ido a 'Los vengadores'.
Y sin embargo, ese mismo público te dice: "Uy, es que la literatura fantástica…" Mi reacción a eso es: "Me cago en tu puta madre". Y luego, darles mi novela, claro. Yo lo que quería conseguir es hacer a unos personajes de los que te enamoraras (y con esto quiero decir que me enamorara yo de eso) hasta tal punto que llegado un momento ya te diera igual que se subieran a un carruaje a luchar con vampiros.
Pues perdóname por sacarte a la bicha otra vez, pero esto vuelve a ser Spielberg. Seguro que conoces esa famosa anécdota: cuando Peter Benchley, el autor de 'Tiburón', le dice a Spielberg que el final que ha escrito (lo del escualo mordiendo la botella de oxígeno) es completamente absurdo e intragable. Spielberg le replica: es que a esas alturas de la película, el público ya cree lo que yo quiero que crea.
Exacto. Si tú te has enamorado de El Cani, Candela, Sebastián y Julieta, te tiene que dar igual. Y es que, bueno, me vas a permitir que lo diga; es que la gente se lo cree. Hace poco, el círculo de lectores me organizó por Cádiz un paseo con aficionados. Y eran dos señoras mayores las que me acompañaron: una de cincuenta-y y una de setenta-y. Les había encantado. Yo estaba fascinado. Les di una vuelta por el Cádiz Negro, el de la novela, y no dejaron de preguntarme cosas. Encantadas estaban. ¿Por qué? Porque, perdóname: está bien hecha.
[Carcajadas].
Funciona, funciona. Ahora bien: ¿Por qué funciona? No tengo ni puta idea.
Y es que en lo que dices me parece que hay una lección crucial; una que contradice algo a lo que contó Emilio aquí el año pasado, lo de que si el fantástico volaba demasiado alto, hay gente que ya no entra. Igual es que el foco deben ser siempre los personajes para que el lector se enamore y le puedas colar luego cualquier locura.
No lo sé; realmente, no lo sé. Lo que sé es que hay gente como Sofía Rhei, como Elia Barceló, como tú, haciendo cosas increíbles que aún no han tenido la visibilidad que merecían. Pero creo que estamos en ello. Que pasa lo mismo que pasaba en los 90 con el cómic, que se consideraba de marginados sociales. Si veías por aquella época a un tío de 30 con un cómic en el metro, te reías de él.
¿Cómo ha cambiado eso? Con una serie de autoras y autores que han creado una serie de obras como mínimo excelentes. Y eso bajó la barrera y logró a largo plazo lo que tenemos hoy: una sección en FNAC petada de tebeos y gente comprándolos. ¿Va a pasar lo mismo con el fantástico español? Yo creo que sí; y esperamos que pase pronto. Pero para ello, tenemos que seguir en lo que decía: escribir obras como mínimo excelentes.
Estoy muy de acuerdo.
Y sí, habrá sellos que desaparezcan y proyectos que no funcionen. Pero si seguimos en ello…
Estoy de acuerdo contigo. Es una cuestión de aguantar. Y, también, de no publicar de cualquier manera.
Exactamente. No hay que cegarse por publicar.
Nos has hablado de dos Jesús. El que escribe para las facturas y el que escribe para sí mismo. ¿Qué podemos esperar del Jesús que escribe para Jesús?
[Risas] Pues del Jesús que escribe para Jesús hay dos cosas. Una novela de terror para adultos. Y también mi primer proyecto de saga juvenil del que he publicado su primera entrega con Edebé. Me dio por probar a ver qué tal; un poco como cuando escribí 'El baile de los secretos'; por probarme a mí mismo. Es una novela que bebe muchísimo de lo que yo consumía a esa edad: 'El club de los cinco', 'La patrulla X', a ese fantástico desparramado que tú dices, otra vez [risas] a Spielberg (es que no puedo escapar de él), a 'El secreto de la pirámide' a este tipo de cosas.
Y el Jesús que murmura y gesticula solo por la calle está a eso, al terror. Un terror mucho más descarnado y menos soñador.
Vamos a describir esas dos novelas brevemente. Y ya no con una frase. Te voy a poner en un aprieto, cabrón. Con una palabra.
[Risas]. Vamos allá.
La palabra clave de la juvenil, 'Athenea y los elementos. El ojo de Nefertiti', es: intrépido; mejor dicho: intrépida.
La palabra clave de la de terror, mucho más críptica, es: reina.
Foto de portada: Fernando Monge