El fan de largo recorrido de la ciencia-ficción, ese guardián de las esencias que exige que se trate con la seriedad debida a iconos del género como Predator, puede toparse con malas noticias de cara a esta nueva secuela: aquí hay tanta comedia como acción o ciencia-ficción. Y si encima piensa que la primera entrega de la saga -culturistas en la jungla enfrentándose a un enemigo invisible- es la plantilla que debería emplearse casi sin variaciones en las continuaciones, la cosa se pone ciertamente fea.
Ese fan que ya ha hecho las cruces a la película antes de verla corre el riesgo de permitir que pase bajo su radar lo que en definitiva es una estupenda película de acción y humor en la que la personalidad de sus responsables está muy patente: el director Shane Black y su coguionista Fred Dekker. Ambos han recuperado un mito de sus adolescencias y lo han reconvertido en una película nostálgica de la acción de los ochenta, pero inteligente e irónica a la vez. En efecto: ese tipo de nostalgia que no abunda.
'Predator' es, por encima de todo, una buddy movie. Dicho así puede sonar a sacrilegio, pero no es una novedad del todo: lo cierto es que en las tres entregas previas ha sido importantísima la química entre los protagonistas. La camaradería típicamente militar de la primera parte, que aquí se replica con acierto. La disparidad de caracteres de los sudorosos policías de la reivindicable segunda entrega (que por cierto, ya presentaba a un Predator en la jungla de asfalto). Y la peligrosidad pero, en último término, compañerismo de los criminales forzados a colaborar en 'Predators'.
La trama arranca cuando un francotirador del ejército, Quinn (Boyd Holbrook), se topa por accidente con un Predator que cae a la Tierra. El ejército, que ya está al tanto de la situación, quiere silenciarle, y lo retiene junto a un grupo de militares poco habituales, entre los que hay un soldado lobotomizado, un fanático religioso y otro que sufre de agudas crisis de Síndrome de Touette. Pronto se ve implicada en la caza de un Predator -que no viene solo- la familia de Quinn: su ex-mujer y un hijo autista.
Doce del patíbulo vs. Predator
Shane Black se toma de forma personal eso de que lo importante de la serie es quiénes se enfrentan al monstruo, y acentúa los caracteres extremos de los soldados, convirtiéndolos en militares tronados, con enfermedades mentales, estrés post-traumático o, simplemente, personalidad conflictiva. Black reconoció que su modelo era 'Doce del patíbulo' y el resultado es que la fuerza anti-Predator es tan sugestiva como la propia némesis, algo que siempre ha sido un punto fuerte de la serie.
A Black y Dekker se le dan de maravilla los diálogos ágiles, faltones, llenos de desafíos verbales bajo los que subyace una camaradería muy particular y algo pasada de moda en estos tiempos de héroes torturaditos y traumatizados. Recordemos que Black ha escrito 'Arma letal', 'El último Boy Scout', 'Memoria letal', 'Kiss Kiss Bang Bang', 'Dos buenos tipos'... películas que, dentro de los márgenes de la serie negra y la literatura barata presentaban a antihéroes encantadores y sugestivos, perdedores cuya personalidad estaba por encima del argumento de la película.
Y Black también ha escrito y dirigido 'Iron Man 3', una de las películas más discutidas del Universo Marvel. Un cómic en imágenes coloristas de tono ligerísimo, que arroja por la borda el dramatismo impostado de las películas de la casa, y le mete un niño, Navidad y, cómo no, diálogos chispeantes marca de la casa. El resultado no gustó a los fans, como no podía ser de otra manera, pero da una de las claves para entender este 'Predator': es una película de acción explosiva, pero también una comedia.
La combinación de todo ello no solo es puro Black, y va más allá de una secuela al uso de una franquicia con décadas de historia a su espalda (hay que sumarle todo el batiburrillo de comics y videojuegos), sino que sirve para hacerse una idea de qué esperar de la película: dinamitación de los tópicos de la serie (no toda ella se dearrolla en la jungla), introducción de elementos inesperados (una familia con problemas), violencia gore y salvaje (al más puro estilo serie B de los años ochenta) y humor (que no parodia a la franquicia, sino que define a los personajes y sus relaciones).
Por otra parte: ¿se nos ofrece luego esa atractiva macedonia de forma tan eficaz y equilibrada como sería deseable? Lo cierto es que no, y la culpa no es de Black, que lleva definiendo un estilo conciso y personal desde los ochenta: los abundantísimos recortes que la película ha sufrido en la sala de montaje (de más de dos horas originales se ha quedado en unos magros cien minutos) afectan al ritmo y a determinadas transiciones y cambios de escenario.
Desequilibrios en la sala de montaje
Los recortes fueron tan desproporcionados que desapareció por completo un personaje de un general del ejército interpretado por Edward James Olmos, aunque Black le homenajea con un pequeño guiño a uno de sus papeles más icónicos. El resultado, no podía ser de otra manera, queda algo deslavazado y el clímax con el enfrentamiento final (en el trailer se ve algún plano que luego no aparece en la película) se siente breve e insuficiente. Además, hubo reshoots: la conclusión originariamente transcurría de día y hubo que rodar todo de nuevo con atmósfera nocturna para adecuarse al estilo de la serie. Paradójicamente, todo ello redunda en que el nuevo enemigo de la serie, el nuevo Predator, no resulta lo suficiente amenazador al no tener suficiente tiempo de pantalla. El principal atractivo de la película, sobre el papel, cojea.
El resultado, sin embargo, no es nada desdeñable: el arrollador humor de Black y el acierto con el que retrata a este hatajo de perdedores se sobrepone a las deficiencias de ritmo. Los diálogos acelerados, con esa sensación de frescura casi improvisada tan propia de su cine, diferencia a esta entrega no ya del resto de la franquicia, sino del anquilosado y rígido cine de acción actual. Es cierto que quien busque mucho Predator, visión nocturna a tutiplén, artilugios con idiomas imposibles y caza mayor puede verse decepcionado: Black incluso parece que se burla de los fans integristas haciendo que los humanos dispongan de buena parte del armamento Predator, como diciendo "no son más que juguetitos para niños".
Una declaración irreverente de principios que, sin embargo, no tiene nada de descuidado: la planificación clásica, nada frenética, de las secuencias de acción, entronca (¡sorpresa!) con el estilo también claro y nada confuso de Joh McTiernan, director de la primera entrega, que rodaba la jungla como en una película bélica solemne. Algo de eso hay en el pulso narrativo de Black, aderezado con un uso festivo y no únicamente brutal del gore, lo que nos proporciona imágenes icónicas (¡y al servicio de la narración!) como la del Predator haciéndose visible con sangre o las tripas de un cuerpo mutilado chorreando mientras cuelgan de un árbol.
Los fans desprejuiciados de la serie tienen mucho que celebrar: una inyección de adrenalina, violencia y un sentido del humor refrescante. Es cierto: no es la entrega perfecta que habría podido ser con un Black genuínamente desmelenado (entrega que, por cierto, habría gustado aún menos a esos guardianes de las esencias que decíamos al principio), pero con esto ya nos vale. Predator sigue, en 2018, arrancando cabezas como nunca.
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