Acquetico es un pueblo de poco más de 100 habitantes que viven en una zona montañosa al oeste del país. De hecho, viven tan al oeste que ya se encuentran cerca de la frontera con Francia. Están más cerca de Niza que de Génova. Tienen una iglesia, un restaurante con unas fotos de platos de pasta que nos hacen salivar y... poco más.
Acquetico debe ser un pueblo tranquilo, donde pasan pocas cosas. Al menos, fuera de la carretera que parte en dos el pueblo. Porque la tranquilidad propia de un lugar así, la esperada para este tipo de pueblos, la estaban rompiendo regularmente algunos conductores. Muchos conductores. Tantos conductores que los vecinos se cansaron.
Y su alcalde tomó medidas.
58.000 denuncias en dos semanas
El problema empezó antes de 2018, cuando el alcalde del pueblo decidió proteger a sus vecinos. Como cuentan en diarios italianos como Corriere della Sera, Acquetico tenía una gran afluencia de tráfico. Cerca del Piamonte, muchos conductores utilizaban la carretera para disfrutar de una jornada o unos días por la montaña.
Pero poco a poco, el pueblo se fue haciendo popular entre los conductores y motoristas. Y no precisamente entre los más respetuosos. La carretera ganó en fama porque carecía de radares o cualquier otro tipo de obstáculos, como resaltos, que hicieran frenar a los coches. Los aficionados a la velocidad habían encontrado la carretera perfecta para disfrutar pisando el pedal derecho.
Disfrutando en exceso. Tantos coches pasaron y lo hacían a una velocidad tan alta que los propios vecinos empezaron a temer salir de casa. Si se observa el mapa, el pueblo está completamente dividido por la carretera, no es de extrañar que en un pequeño paseo por la localidad, los vecinos tuvieran que cruzar varias veces al día la travesía que rompe el pueblo en dos.
Ancianos y conductores embravecidos, dispuestos a exprimir sus coches al máximo. "Hay dos bares: uno en Imperia y el otro en Nava (localidades cercanas). ¿Qué hacen los pilotos en los bares? Cogen un ticket a la salida y uno a la llegada. Así pueden comprobar los tiempos y evitan la figura del cronometrador, que podría ser detectado por la policía", contaba el alcalde al periódico local.
En el artículo, el responsable local de la policía lo confirma: "pongo puestos de control, a veces hago todo tipo de controles. Pero ellos, conductores y motociclistas, se organizan. Se avisan de nuestra presencia. Se dan luces y se envían mensajes. En cuanto nos vamos, todo empieza de nuevo".
Cansado de la situación, Alessandro Alessandri (como para negar ser italiano), el entonces alcalde del pueblo, decidió que había llegado la hora de poner coto a la situación: puso un radar.
Y las cifras hablaron por sí solas. En diez días se registraron 58.568 infracciones de tráfico. Motoristas y conductores por poco no quemaron el radar. El alcalde quedó espantado cuando comprobó que uno de cada tres vehículos que pasaban por el pueblo se excedían en la máxima velocidad permitida. ¡Se registraba una infracción cada tres minutos!
El problema estaba claro, las carreteras cercanas habían convertido su asfalto en algo parecido al Mario Kart (resaltos, pasos de cebra, radares...) pero la carretera estatal 28 era un paraíso para los piamonteses que los fines de semana querían visitar la playa, quienes cruzaban la frontera sin pagar los duros peajes de las autopistas y para las autocaravanas que circulaban sin rumbo fijo.
Pero, sobre todo, era un paraíso para conductores y motoristas intrépidos que los fines de semana se jugaban ser el más rápido en este tramo de su carretera. Los vecinos del pueblo aseguraban que los motoristas pasaban limando sus casas. El récord: un conductor que fue "pillado" a 135 km/h a su paso por la localidad.
De hecho, como se puede comprobar en la fotografía superior, de los 20 primeros conductores y motoristas descubiertos a mayor velocidad, ninguno bajaba de los 100 km/h a su paso por el pueblo.
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Foto | Comune di Pieve di Teco
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