Es la campaña del día: #savemarinajoyce se ha convertido en un viral instantáneo. La receta que ha dominado la escena mediática digital durante las últimas horas: una youtuber de notable popularidad, sospechas sobre maltratos físicos y violencia machista, y centenares de teorías esparcidas sobre la red tratando de entrever pistas que confirmen lo que, hasta el momento, tan sólo es una asunción, una creencia, nada probado. Las redes sociales se han lanzado al rescate de Marina Joyce y a la caza de su verdugo, ¿pero por qué queremos salvar a Marina si ni siquiera sabemos de qué queremos salvarla en realidad?
La de Marina Joyce y la extraordinaria respuesta de las redes sociales a vídeos escamoteados y supuestas pruebas, negadas repetidamente tanto por la propia protagonista como por sus familiares y la policía, personada en el domicilio de la youtuber de la discordia, es también la historia de cómo el ser humano es capaz de empatizar con seres a miles de kilómetros de su radio vital. De cómo, en el fondo, somos capaces de desarrollar un comportamiento gregario en la compasión, el altruismo y la aversión al peligro, aunque nada eso sea (aún) cierto.
¿Por qué ha sucedido esto? Ahí van cinco motivos:
1. Somos malos diferenciando la verdad de la mentira
Enfrentado a una realidad cualquiera, con pocas herramientas a la hora de discernir entre lo cierto y lo incierto, el ser humano es por lo general bastante pésimo distinguiendo la verdad de la mentira. En este trabajo de Charles F. Bond Jr. y Bella M. DePaulo, realizado sobre una muestra de más de 20.000 participantes y 206 estudios, los investigadores descubrieron que el porcentaje de acierto frente engaños, nuestra capacidad de saber si están diciendo la verdad o no, es de aproximadamente el 54%. Poco más de la mitad.
O lo que es lo mismo, por norma general, nuestra efectividad discerniendo entre lo falso y lo real es la misma que la de lanzar una moneda al aire.
2. Tendemos a favorecer nuestras ideas de base
También conocido como "sesgo de confirmación". Significa que una vez que desarrollamos o hacemos propia una idea cualquiera, tendemos a obviar la evidencia y los datos que la suprimen y favorecemos aquellos que sí ratifican lo que ya sabemos. Es un proceso que repetimos en todos los aspectos de la vida. Para el caso de Joyce, significa que, por más que ella, sus padres o la policía nieguen el maltrato, todos aquellos que desde un principio lo creyeron tenderán a dar prioridad a las partes del relato que sí favorecen su versión de los hechos.
Por eso la bola del viral se ha hecho grande. Porque nadie quiere estar equivocado.
3. A veces, somos altruistas para con los demás
Ayudar a los demás nos es tan natural, desde el punto de vista psicológico, como hacerlo con un sesgo de confirmación detrás. Hay diversos motivos por los que en determinados contextos decidimos ser altruistas. Se explica aquí de forma detallada: ponernos en el lugar de otras personas nos ayuda a entender mejor el mundo, nos despierta dudas y deberes morales, y aunque puede tener diversas direcciones y manifestarse a distintos niveles en función de la persona en cuestión, estamos dispuestos a ayudar a cambio de nada.
En el caso de Joyce, gran parte de sus seguidores han desarrollado aprecio por ella. Otros, sensibilizados con cuestiones como la violencia machista y el maltrato, han podido difundir y denunciar el caso por cuestión de principios.
4. Hay eco de tribu: nos preocupan los nuestros
Lo explica aquí de forma profunda y excelente Iria Reguera en Rasgo Latente: tendemos, de forma natural, a ser más altruistas y empáticos con las personas de las que nos rodeamos socialmente. Dicho de otro modo: seguir una cuenta de YouTube, generar una identificación grupal con esa persona y con los miles de seguidores que diariamente ven sus vídeos, es crear una identidad colectiva que, en muchos sentidos, complemente a la individual (el proceso de creación de las identidades nacionales va por ahí). Al sentirte parte de un grupo, de una tribu, te preocupa más lo que le suceda a los miembros de ella.
Son los seguidores de Joyce quienes han creado el hashtag y el viral, y es perfectamente normal que a cualquier persona ajena al círculo la historia le preocupe, emocionalmente, mucho menos.
5. Sorpresa: los famosos nos importan bastante
De ahí que aplaudamos a Isabel Pantoja cuando entra a la cárcel, pese a su demostrado saqueo de las arcas públicas, o que nos consternemos de forma particular cuando nuestros ídolos musicales, como Bowie o Prince, mueren. El efecto es más fuerte en los adolescentes, que pasan del abrigo paterno a abrazar nuevas identidades y role models definidos por sus gustos o estéticas. Está relacionado con todo lo anterior. En esencia, si alguien tiene cierto impacto en tu vida, llámese deportista, músico o youtuber, generas vínculos emocionales.
De forma resumida, la mezcla de una historia de turbio carácter emocional y físico, potencialmente mediática, sumada a la natural afición del ser humano a verse propulsado por sus sesgos de confirmación y por su relativa incapacidad para discernir una verdad de una mentira, da como resultado a miles de personas generando altruismo hacia una celebridad que, además, arrastra a miles de seguidores detrás. El efecto amplificador de las redes sociales ha hecho el resto. Y de ahí que, pese a la carencia de más pruebas, medio Internet trate de salvar a Marina Joyce de algo que, en realidad, no sabemos si necesita ser salvada.