Franco introdujo una oveja exótica en el Teide para contentar a los cazadores. Ahora está acabando con su ecosistema

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El papel todo lo aguanta. Los ecosistemas, no. Durante los coletazos finales del franquismo a las autoridades canarias les pareció una idea magnífica soltar en el Teide ejemplares de muflón, una especie de oveja que suele localizarse en las islas de Córcega, Cerdeña o Chipre y que, gracias a su tamaño y la elegante ornamenta de sus machos, podría hacer las delicias de los cazadores. Como explicaban en los años 60, se trataba de "dotar al paisaje isleño de elementos decorativos del reino animal y especies de caza mayor". Quedaba genial sobre el papel, pero la realidad es que décadas después aquella decisión le está pasando factura al ecosistema tinerfeño, amenazando incluso especies autóctonas.

Ahora el reto es otro: cómo eliminarlo de la isla.

Para empezar, un poco de memoria. Si queremos entender la polémica hay que remontarse a mediados del siglo XX, a 1953, cuando se liberaron los primeros muflones que pudieron campar a sus anchas por tierras españolas. Al menos que se sepa de forma oficial. El lugar escogido para la prueba con aquellas ovejas exóticas, robustas y de enorme cornamenta, fue la Sierra de Cazorla.

La experiencia, con dos machos y tres hembras traídas de Chambord (Francia) no fue mal del todo y a lo largo de las décadas siguientes los muflones (Ovis orientalis musimon) se expandieron a sus anchas por el territorio español. Eso sí, con algún empujoncito ocasional entre 1970 y 1975, lustro durante el que se liberaron varios ejemplares traídos de Alemania y Austria. Hoy el Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras lo sitúa en Extremadura, Toledo, Ciudad Real, Córdoba, la Serranía de Cuenca y Cazorla, algunos puntos de Valencia y… Tenerife.

Europaischer Mufflon Ovis Orientalis Musimon Wildpark Poing 06

"Elementos decorativos". Hoy quizás nos sorprenda, pero si el muflón dio el salto a Canarias fue para eso, como parte de una iniciativa que pretendía "dotar al paisaje isleño de algunos elementos decorativos del reino animal y especies de caza mayor". Así lo detalla una publicación de 2004 editada por el Cabildo y en la que se señala que la especie se introdujo en la isla a finales de los años 60, promovida por la Federación Tinerfeña de Caza y con el visto bueno de las autoridades.

Tras analizar las cumbres y montes tinerfeños, a comienzos de los años 70 se consideró que era buena idea soltar a un puñado de ejemplares de muflón en el Teide. ¿Cuándo exactamente? Hay diferentes versiones. Algunas apuntan a marzo de 1970, otras a febrero de 1971. En lo que coinciden es en que en aquel momento se trasladaron a la isla en avión 11 ejemplares  —cuatro machos y siete hembras— que acabaron campando alegremente por las Cañadas. La especie gustaba a los cazadores y en los 70 lo de la conciencia medioambiental o equilibrio ecológico eran conceptos menos arraigados de lo que puedan estar ahora.

Como en su propia casa. El desembarco (o aterrizaje) del muflón fue todo un éxito. Al menos en lo que a adaptación de la nueva especie se refiere. En 2001 los responsables del Parque Nacional del Teide y el Cabildo Insular de Tenerife encargaron un estudio sobre la distribución del animal en la isla que concluyó que el parque acogía a 176 ejemplares, un número nada desdeñable de animales que sentían una predilección especial por las cotas de más de 1.500 m y parecían avanzar hacia zonas en las que antes estaban ausentes o eran escasos.

¿Y cuántos quedan? Desde entonces su población ha menguado, pero sigue superando con creces a aquel pequeño grupo que se liberó en los 70. El Cabildo de Tenerife detalla en su web que a día de hoy su población total se estima en entre 70 y 125 ejemplares que suponen "el único representante de la caza mayor en la isla de Tenerife". Algunos medios van más allá y hablan de varios centenares.

En 2021 el diario El Día calculaba que desde su introducción se habían abatido más de 1.700 ejemplares, un millar de ellos en los límites del parque y el resto en la Corona Forestal. Los datos que recogía mostraban que de un censo otoñal de 323 ejemplares en 1994 se había pasado a entre 60 y 70 en el conteo de 2020.

¿Por qué son un problema? Por su dieta. En la década de los 70 los responsables de introducir al muflón en Tenerife acertaron de lleno al valorar su capacidad para adaptarse, pero no calcularon el impacto de ese proceso en la isla. En su "menú" habitual se incluyen 14 especies endémicas de la isla, 12 exclusivas del Teide. Y si se tiene en cuenta que cada ejemplar invierte buena parte de su día en alimentarse y puede llegar a ingerir alrededor de 3,5 kilogramos de biomasa en una sola jornada, eso supone un auténtico problema de conservación.

Un estudio de la Dirección General de Medio Ambiente realizó de hecho un análisis de 24 estómagos de muflón e identificaron 23 especies vegetales, la inmensa mayoría endémicas de Canarias. Los peor parados de esa voracidad son plantas amenazadas, como el cardo de plata, el canutillo del Teide, la jarilla de las Cañadas o la rilla. Hay estudios que alertan que un solo ejemplar de muflón puede acabar con la producción anual de cardo de plata en no mucho tiempo.

De reclamo a problemón. Así es. De reclamo para los aficionados a la caza mayor a desafío para la conservación medioambiental. En apenas cinco décadas la voracidad del muflón le ha dado un protagonismo delicado en Tenerife. Tanto, que figura en el Catálogo de Especies Exóticas Invasoras y las autoridades locales lo identifican como una "gran amenaza para la flora de la cumbre de Tenerife".

En 2022 elDiario.es recogía que el plan de uso del Parque Nacional del Teide contemplaba su erradicación en cinco años, plazo que colectivos como ACBC o ATAN, piden reducir a tres. “Su propagación en el interior del Parque Nacional es una amenaza potencial para la conservación de ciertas comunidades vegetales, por lo que se estima procedente la erradicación de dicha especie", recoge el plan rector publicado en diciembre. A día de hoy se realizan dos campañas para la caza del muflón en Tenerife, la primera en primavera y la segunda en otoño. Cada año el colectivo calcula que abate más de cien ejemplares. El proceso no está tampoco libre de polémica y ha sido denunciado por colectivos como PACMA.

Imágenes: Ivan PC (Flickr) y Wikimedia

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