En 2013 el bólido de Cheliábinsk se estrelló en Siberia. Hoy hemos descubierto que trajo unos cristales nunca vistos

En 2013 el bólido de Cheliábinsk se estrelló en Siberia. Hoy hemos descubierto que trajo unos cristales nunca vistos
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El 15 de febrero de 2013, a las 09:20 hora local, un meteroide entró en la atmósfera liberando la energía equivalente a 30 bombas de Hiroshima, atravesó varias provincias rusas y se estrelló con sus 6.000 kilos de material a 80 kilómetros de la ciudad de Cheliábinsk, al sur de los Urales. Lo que no sabíamos es que ese bólido iba a estar lleno de sorpresas.

El primer golpe de suerte. Son muchas cosas las que se pierden cuando un meteorito entra en la atmósfera: entre ellas el "polvo de meteorito" que se forma en la superficie cuando este se expone a altas temperaturas y presiones intensas. Si no desaparece poco después de la entrada o cae en el mar, el polvo en suspensión suele mezclarse con la atmósfera circundante y, sometido a las dinámicas meteorológicas habituales, se dispersa sin que podamos localizarlo.

En Cheliábinsk tuvimos suerte y la estabilidad atmosférica (¡Y la nieve!) que hubo tras el impacto permitió que el polvo se asentara en la zona. Es algo tan raro que está siendo estudiado exhaustivamente y, de hecho, las sorpresas están siendo mayúsculas: la European Physics Review Plus acaba de publicar un trabajo según el cual se acaban de descubrir unos microcristales de carbono con una forma extremadamente inusual.

El segundo golpe de suerte. Porque los investigadores estaban analizando el polvo con microscopio sin tener la tecnología necesaria para localizar este tipo de cristales. Fue por casualidad que, en plena manipulación, uno de esos cristales se ubicó exactamente en el centro de uno de los portaobjetos que estaban utilizando. Si no llega a ocurrir esa casualidad, no los habría encontrado. Eso sí, una vez identificado, ese "algo raro" tiraron del hilo que finalmente les llevó a encontrar unas piezas con "peculiaridades morfológicas únicas".

Según se explican, al mirarlos por el microscopio electrónico, vieron cristales formando capas cerradas cuasi esféricas y varillas hexagonales, algo muy inusual. Un análisis posterior utilizando espectroscopia y cristalografía de rayos X mostró que los cristales de carbono eran, en realidad, estructuras de grafito con formas exóticas.

Cristales rarísimos y una promesa. Probablemente, estas estructuras son el producto de añadir repetidamente capas de grafeno a núcleos de carbono cerrados. Los investigadores creen que estos 'núcleos cerrados' solo pueden ser dos: o el buckminsterfullereno (una molécula esférica en forma de jaula que contiene 60 átomos de carbono) o el polihexaciclooctadecano (C18H12), una molécula compuesta de hidrógeno y carbono. Lo cierto, no obstante, es que poco importa.

El descubrimiento de estos cristales nunca vistos en el bólido de Cheliábinsk nos recuerda que el espacio exterior está lleno de materiales, estructuras y posibilidades que aún no hemos sido capaces ni siquiera de imaginar. Cada vez se habla más de minería espacial y del impacto singular de la exploración aeronaútica. No obstante, solemos hablar de lo que conocemos, de lo que sabemos identificar. El bólido de Cheliábinsk nos señala, claramente, que cuando abramos la puerta del espacio... puede entrar cualquier cosa.

Imagen | Tasos Mansour

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