Oda a Mipod. Aquél Gadget

Oda a Mipod. Aquél Gadget
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Continuamos con la sección Aquél Gadget, en la que hoy nos encontramos con un reproductor nada antiguo, pero ya un pequeño clásico de la mano de Fernando Polo. Fernando Polo es socio y director de marketing de DiceLaRed, una start up española que nació de la idea de medir la conversación en Internet. Fernando ha hecho del Cluetrain Manifesto su biblia, y está empeñado en propagar la buena nueva "los mercados son conversaciones" a las empresas españolas. Escribió su primer "post" hará dos años en el blog corporativo de su empresa, y ahora dedica mucha energía a Abladías, su blog personal, en el que mezcla intereses profesionales, con su pasión por el blogging, la política y otros temas inmiscibles. También dirige eTc, un blog corporativo especializado en marketing que edita colectivamente la agencia Territorio creativo. Aunque Fernando no se define como "gadgetero", su iPod le ha hecho dudar más de una vez.

Por Fernando Polo.

Les presento a MiPod. No sé lo que es un Pod ni me importa. Pero éste es muy mío. Llegó a mí hará dos años y medio, cuando mis hermanos decidieron hacer de mi regalo de cumpleaños, una gran fiesta. Ellos quizá no sospechaban que este trastito de almibarado diseño hospitalario cambiaría mi vida. MiPod está mayor, el hombre; cual mariposa de día, un par de años es una eternidad para un gadget. No sé lo que es un Pod ni me importa

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Quizá no debiera darle de comer pasada la media noche. Lo que sí sé es que este cacharro me está inyectando en las venas algunos de los momentos más irracionales de mi vida. Y yo ahora es que valoro mucho los momentos irracionales de mi vida. Sí, ya sé: no es el cacharrito sino la savia que fluye dentro; pero es que soy ingeniero, y siempre he sentido cierta admiración por las herramientas. Tanto o más que por la energía que les da vida. También tiemblo por la poesía, pero eso es una historia que será contada en otro post.

¿Sabían ustedes que MiPod lee a Sartre? No sé lo que es un Pod, ni me ipodta. Y no sé si mis hermanos lo sabían cuando me lo regalaron, pero este iPod le ha puesto banda sonora a mi vida. Al deslizarme por la calle (traseúnte flotador) la gente ni sospecha que veo la vida con otro color. Que el momento que parezco compartir con ellos no tiene nada que ver con el suyo. Que cuando levito en el metro, y canto o silbo; cuando me empeño en domar los pelillos que se me erizan en el cuello, cuando les miro a través, como si sus espectros no fueran otra cosa que personajes demasiado maquillados de un vídeo musical underground, en ese mismo momento, yo no habito el mismo mundo que el suyo. Ellos se encuentran detrás de la pantalla, y yo habito la realidad que ellos sólo pueden limitarse a aliñar.

Alguien me podrá tachar de banal, de superfluo, de consumista. No sé lo que es el consumismo, ni me importa. Y llegaría a declarar ante un juez que la banalidad es ahora una de mis preocupaciones menores. No es que esté de vuelta; no. Es que he vuelto a ir. Marcho con mis reconocibles casquitos blancos incrustados en mis orejas, como queriendo defender orgullosamente mi unicidad, como gritando al mundo que mi historia es distinta. Esas tonterías en las que nos empeñamos todos a partir de los 12 meses de vida, y que tan bien saben explotar los profesionales del marketing. ¡Oh, dios mío! Si mi madre me leyera, aquí, loando a un gadget, a un nuevo totem de la imbecilidad post-industrial, a un nuevo dispensador de soma barata. Sí, mamá, y qué.

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