La productividad es el objetivo que se persigue en última instancia cuando pensamos en un equipo portátil. Pero, como casi siempre en tecnología, cuando se maximiza una variable, se minimiza otra u otras. Sin ir más lejos, un ordenador portátil persigue trasladar a escenarios de movilidad las mismas posibilidades que se tienen cuando se trabaja con un ordenador en casa. Pero, al reducir tamaño y peso, se complica el uso de procesadores con un elevado rendimiento como los que caracterizan a los PC de sobremesa.
Si reducimos el consumo de los procesadores, se reduce el rendimiento. Aumenta la autonomía, eso sí, pero a costa de la productividad en su variante de autoría multimedia o creación de contenidos. Si aumentamos el rendimiento, aumenta el consumo, lo cual exige sistemas de refrigeración más ambiciosos e implica un mayor grosor o tamaño del equipo o nivel de ruido de los ventiladores o todo a la vez.
Al mismo tiempo, si queremos más autonomía en el portátil, es preciso una batería de más capacidad que supone también más tamaño y más peso. Una mayor pantalla mejora la visualización, pero complica el uso como tableta o el transporte. Elementos de conectividad comos los puertos de red Ethernet son útiles, aunque condicionan, de nuevo, el grosor...
Soluciones de compromiso
Este tipo de dilemas tecnológicos son tan antiguos como la historia del PC. El IBM PC 5140 nació como primer portátil convertible de la historia allá por el año 1986, y trataba de resolver la ecuación del equilibrio entre rendimiento, productividad y movilidad. Antes, en 1981, se presentó el Osborne 1, y en 1984 el IBM PC 5155, que es el precursor, en cierto modo, de diseños recientes como el Surface Pro de Microsoft, pero con 34 años de diferencia.
Tradicionalmente, los fabricantes han tratado de encontrar el punto de equilibrio óptimo entre productividad y movilidad desarrollando soluciones a la medida de las posibilidades tecnológicas de cada momento. Intel, con los procesadores Intel Core, consiguió ofrecer componentes aptos para diseñar equipos ultraportátiles, pero eran muy caros en sus inicios.
Las tabletas, por su parte, usaban procesadores ARM como los de los móviles, para conseguir diseños ligeros y delgados, pero a costa de usar sistemas operativos como iOS de Apple o Android de Google, pensados para el consumo de contenidos en vez de para la creación de los mismos.
En formatos, hemos visto todo tipo de máquinas: desde los antiguos netbooks pasando por ultrabooks hasta llegar a los modernos convertibles 2 en 1.
Resolviendo la ecuación
En 2013, Microsoft presentó un innovador equipo portátil: el Surface Pro de primera generación. Se trataba de un portátil que, además, podía funcionar como tableta gracias a su diseño con pantalla táctil de 10,6" y teclado desacoplable. Integraba igualmente el llamado Surface Pen para escritura en pantalla con precisión a nivel de píxel.
En aquel momento, nació un nuevo tipo de máquina que combinaba algo imposible hasta la fecha: un rendimiento de portátil junto con una ergonomía de tableta sin más que quitar el teclado o abatirlo sobre la parte posterior.
Es cierto que ya había equipos con ergonomía de portátil y teclados desacoplables o de tipo funda-teclado, pero con un rendimiento de tableta únicamente, sin que pareciese posible añadir a la ecuación la variable de un rendimiento igual al de equipos portátiles.
El mérito del Surface Pro estaba en la elección e integración de los componentes de hardware, así como en el diseño industrial, donde tanto los materiales técnicos empleados en su fabricación como la refrigeración del micro Intel Core, la memoria o el disco SSD estaban enfocados a la obtención de un grosor y peso muy reducidos frente a los portátiles de entonces. En la tercera generación, Microsoft hizo crecer la pantalla hasta las 12,3", al tiempo que aumentaba su resolución e iba integrando las nuevas generaciones de procesadores Intel Core para portátiles.
El SO, decisivo para poder crear contenido
Tomando como base un ecosistema de productividad, los equipos Surface se diseñaron para ser el escaparate perfecto del sistema operativo Windows, primero Windows 8 y después Windows 10. De la misma manera, se han ido sumando tecnologías como Windows Hello, para la autenticación biométrica mediante reconocimiento facial o huella dactilar o la escritura en pantalla Windows Ink para el uso del pen digital.
En efecto, el éxito de Microsoft es haber sido capaz de llevar Windows a equipos portátiles con apariencia de tableta sin que haya que hacer cambios en la interfaz de usuario de programas como Photoshop, Office o Premiere por poner algunos ejemplos.
Y es que la diferencia más relevante desde el punto de vista práctico entre las tabletas y los portátiles es la productividad que se consigue con unas y con otros. En las tabletas se centra en el consumo de contenidos, mientras que en los portátiles se tiene una productividad orientada a la autoría de contenidos. En todo caso, depende tanto del hardware como del sistema operativo.
Las aplicaciones, el eslabón perdido de la productividad
Cuando nos referimos a crear contenidos, hablamos del uso de aplicaciones que van desde la suite ofimática MS Office hasta la edición de imágenes e incluso vídeos. Los escenarios más comunes donde la movilidad es un debe pasan por viajes de trabajo, visitas a clientes o desplazamientos frecuentes en los que necesitamos llevar siempre con nosotros un equipo polivalente que no suponga un engorro en cuanto a peso o dimensiones.
Dentro de la familia Surface, se ofrece niveles de productividad progresivamente más exigentes atendiendo al tipo de componentes que encontramos en las diferentes configuraciones. Para necesidades más modestas, Microsoft brinda configuraciones más comedidas, mientras que para power users existen otras configuraciones más “cargadas”.
En todos los casos, la prioridad es mantener la movilidad sin sacrificar un rendimiento apto para la productividad en su variante de autoría de contenidos. Una autoría más o menos exigente dependiendo del perfil de cada usuario, pero autoría, alrededor del sistema operativo Microsoft Windows y las aplicaciones para escritorio, que también pueden usarse en modo tableta en un momento dado.
Un Surface para cada tipo de usuario
Con la introducción de los Surface Book, Surface Laptop y Surface Go, la granularidad de la familia Surface ha aumentado también. Permite que la elección del equipo sea mucho más a la medida de cada necesidad, aunque a cambio requiere por parte del usuario que defina con antelación qué usos va a dar al equipo y qué necesidades de productividad tiene.
Ahora puede ser un buen momento para abordar esta tarea, a la vista de las ofertas que Microsoft ha diseñado en las últimas semanas para la familia Surface. Concretamente, si nuestras necesidades de productividad pasan por escenarios en los que hagamos un uso moderado de la multitarea y demos prioridad a la faceta como portátil, el Surface Laptop de 128 GB de almacenamiento, con 4 GB de RAM y CPU Intel Core i5 tiene un descuento de 450 €.
Para una productividad sin concesiones, en un formato que conjugue rendimiento como portátil para autoría de contenidos y como tableta para el consumo de contenidos, los Surface Pro con procesador Intel Core i7 RAM de 8 GB o almacenamiento SSD de alta capacidad presentan un descuento del 25%. Se trata de equipos en los que se puede trabajar con múltiples programas a la vez. Y con programas con necesidades de rendimiento por encima de la media, pero en un formato que cabe en prácticamente cualquier mochila.
Imágenes | Microsoft, Intel Free Press, IBM PC Convertible, Captura Photoshop de Adobe
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