La generación de padres que se siente culpable porque sus hijos se pasen mucho tiempo mirando pantallas

La generación de padres que se siente culpable porque sus hijos se pasen mucho tiempo mirando pantallas

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La generación de padres que se siente culpable porque sus hijos se pasen mucho tiempo mirando pantallas

Las costumbres de los niños van cambiando con el tiempo, y con ello los sentimientos de preocupación de los padres, que llevan décadas sufriendo por el uso de las pantallas. Era yo joven cuando los Reyes nos trajeron una Super Nintendo (probablemente en contra de la opinión de mi padre) y las broncas que nos llevamos por pasar "demasiado tiempo" con ella fueron de órdago.

Desde esa época hasta la actual algo ha cambiado. Ahora son los padres los que directamente ofrecen el ocio a los niños. Y no cuando son jóvenes, sino desde bien pequeños (niños de 1 año que aún no caminan pero saben desbloquear el iPad y abrir y cerrar aplicaciones): tablet, móvil, dibujos las 24 horas en Clan o Boing, y todo para luego sentirse mal: la generación de padres que se siente culpable porque sus hijos se pasen mucho tiempo mirando pantallas.

Todo empezó con... ¿Baby Einstein?

Vivimos en un momento en el que para trabajar de cualquier cosa necesitas que tu currículum esté lleno de títulos. Ya no es suficiente con tener el título que te da acceso al puesto de trabajo, sino que para ser competitivo necesitas una especialización, un valor añadido, que te diferencie de los demás. Esto lo saben muy bien los padres, porque lo han sufrido, y hace cosa de una década pensaron que era una gran idea empezar a formar y diferenciar ya a sus hijos para que fueran adultos brillantes.

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Disney vio un nicho de negocio tremendo ahí, con la promesa de que sus hijos se volverían más inteligentes, y lanzó Baby Einstein, una línea de productos llena de libros, juguetes, CDs y sobre todo vídeos que combinaban música clásica con imágenes simples que, prácticamente desde el nacimiento (con una hamaca y orientando al bebé hacia el televisor), prometía a los padres lograr lo imposible: Baby Mozart, Baby Beethoven, Baby Da Vinci, Baby Monet y otros títulos así hicieron pensar a los padres que con esos vídeos sus hijos serían futuras mentes brillantes.

A esto se añadió la opción de ver los dibujos en inglés gracias al DVD en varios idiomas, que no es mala idea (aunque tampoco es la panacea, porque para aprender un idioma necesitas de alguien que lo hable y de alguien con quien hablarlo, y la tele no responde), y con ello se consiguió que todos esos niños pasaran mucho, pero mucho tiempo, delante de la tele porque sus padres pensaban que se hacían más listos y en consecuencia sin ningún sentimiento de culpabilidad.

-Oye, ¿no crees que tu hijo pasa demasiado tiempo delante de la tele?

-Para nada, está aprendiendo.

Años después, cuando los niños ya se habían chupado todos los Baby Einstein, Disney tuvo que devolver el dinero a los padres (en EE.UU. por lo menos) porque se demostró que no aportaban ningún beneficio. Dichos niños demostraron no tener mayores habilidades comunicativas que aquellos que no los habían visto, porque al no haber interacción, no podía haber feedback en base a la respuesta del niño.

Y llegaron los smartphones y tablets

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Pasada esa fiebre de DVDs y libros llegaron los primeros iPads y luego las tablets con Android. Ya teníamos todos smartphones, pero eso de dejar al niño el móvil era para un rato, porque los dejaban sin batería y no dejaba de ser un pequeño aparato de gran valor en manos de niños con gran facilidad para dejar caer objetos. Los usaban, y los siguen usando, pero las tablets ofrecieron a los padres más independencia con sus móviles.

Juegos educativos, dibujos animados y todo lo que un niño pudiera anhelar en una pantalla táctil que no solo les ofrece ocio, y en cierto modo conocimientos y habilidades (los juegos sí ofrecen feedback y pueden ir progresando en dificultad a medida que el niño avanza), sino también calma y tranquilidad: un tiempo en el que no están comportándose como niños.

Porque los niños, cuando son niños, molestan

Qué queréis que os diga. Es así. No es un sentimiento mayoritario, pero sí es algo que está sucediendo: a mucha gente le molestan los niños. Ya hay bodas en las que te dicen en la invitación que no pueden ir niños, hay hoteles sin niños, viajes de avión sin niños, restaurantes sin niños... y todo porque ahora los niños no encuentran un lugar ni un tiempo para serlo.

Cuando éramos pequeños teníamos la calle y vivíamos en pisos que, de media, eran un poco más grandes que los que tenemos ahora. Eso era espacio para correr, jugar, saltar y, en definitiva, quemar la energía que los niños tienen, que no es poca.

Ahora ya no están en la calle. Sí, tienen los parques, pero en muchos casos son un auténtico rollo para ellos, que tienen ir turnándose y haciendo colas para subirse a los columpios. ¡Menuda diversión quedarse parado al lado del columpio a esperar a que el niño que está montado decida que ya es suficiente! Total, que llegan a casa y muchos siguen teniendo mucha energía. La misma que si te los llevas a comprar o intentas hacer un poco de vida social con ellos. Y como molestan, o los padres sienten que molestan (o les molestan a ellos), nada como una pantalla para apaciguarles. Mano de santo. Desaparecen del planeta, absortos en ella.

Y los padres, cada vez con más responsabilidades

Porque cuando éramos niños muchas de las madres no trabajaban, o nos quedábamos con los abuelos, o con la vecina que tenía hijos de nuestra edad, o solos en la calle. Era algo parecido a esa tribu que tanto se critica porque consideramos que es mejor el momento actual, en el que prácticamente todos los padres y madres trabajan y cuando llegan a casa tienen todo por hacer. El niño necesita ir a la calle, quemar energía, jugar, pero no puede ir solo porque ya nadie se fía de dejarlos solos, y no puede ir acompañado porque los padres tienen cosas que hacer.

Entonces se meten en el piso, relativamente pequeño, y que sea lo que Dios quiera. Que salte (o no) en el sofá, que corra por casa, pero "cuidado que no me rompas nada", "me lo estás manchando todo" y "ya vale, que te vas a hacer daño". Y así andan muchos padres, pensando que sus hijos son hiperactivos o que tienen algún problema, y muchos incluso acaban teniéndolo como consecuencia de no poder disfrutar de una infancia mínimamente normal en la que jugar con otros niños, hablar con ellos, negociar, hacer travesuras, etc.

Y para calmarles, para que estén tranquilos, les compran su primera tablet, que además supone un regalo increíble para el niño con el que aplacar un gran sentimiento de culpabilidad: el poco tiempo que pasan con ellos. Demostrar con un regalo valioso que le queremos mucho. Porque podrían demostrarlo con tiempo juntos, pero ¿qué pasa con los padres?

Con cada vez más responsabilidades y menos tiempo libre, arrastrando la mayoría una infancia de educación autoritaria en la que pocos pudieron hacer lo que querían hacer con sus vidas y pocos han llegado a la edad adulta con la autoestima intacta, son ahora responsables de sus hijos pero con carencias. Y se encuentran en un momento personal complicado en el que deben ser capaces de dar mucho amor y dedicación a sus hijos cuando ellos no acaban de encontrar la manera de amarse y dedicarse a sí mismos. Siguen tratando de repararse, de curar sus heridas, de llenar zonas vacías de sus vidas buscando la aprobación del resto con sus actos, a través de las redes sociales, con sus nuevos proyectos, viajes y escapadas, cuando tienen que lidiar con el trabajo, la casa, el niño, una conciliación lamentable y sólo 24 horas.

Demasiadas cosas para un momento en el que lo último que quieren es ser esclavos del sistema. Pero los niños son como son, totalmente dependientes, y es mucha la energía que requieren de los padres. Así que, como digo, las pantallas son mágicas en ese sentido: están quietos, no te desmontan la casa y no hace falta que te dediques demasiado a ser padre.

Pero no son inocuas

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Después de unos años de niños enganchados a las pantallas (más que de costumbre) los expertos han empezado a explicar cuáles son las consecuencias. La Asociación Americana de Pediatría lleva años avisando y establece en sus últimas recomendaciones evitar la exposición de los bebés de hasta 18 meses a las pantallas, y entre los 18 y los 24 meses solo introducir contenido de alta clidad y en compañía de los padres para ayudarles a entender lo que están viendo. Y hasta los cinco años, limitar el tiempo frente a pantallas a una hora por día con contenidos de alta calidad.

La televisión y otros medios (digitales) de entretenimiento deben ser evitados en bebés y niños menores de dos años. El cerebro del niño se desarrolla rápidamente durante estos primeros años, y los niños aprenden mejor de las interacciones con personas, no con pantallas.

Y sin embargo lo tienen. Acceden a ellas y además las manejan con total soltura. Y es que son tan hábiles aprendiendo que cualquier cosa que les pongas delante y les interese la manejarán fácilmente en poco tiempo. Ya lo dicen: "son como esponjas". Pero quizás es por eso que debemos ser especialmente cuidadosos, porque lo más lógico es pensar que son como esponjas, no para dominar las tablets, sino para aprender a vivir, a hablar, a relacionarse, a entender el mundo de las emociones, las interacciones entre humanos, la negociación que se establece continuamente para conseguir lo que uno considera que necesita, el modo de sobrevivir en una jungla de competencias e intereses comunes e individuales, la manera de resolver problemas con los que se encuentra, etc. (¿será por esto que Steve Jobs no quería que sus hijos utilizaran el iPad?).

Y es que es eso precisamente lo que se están perdiendo, gran parte de desarrollo social y emocional, porque no es tanto lo que una tablet ofrece, si el contenido es de mayor o menor calidad (mejor si es de calidad, claro), sino todo lo que deja de ofrecer.

El psicólogo Alberto Soler, quien habló de este tema en su blog, lo explica de este modo:

"El tiempo empleado con una tablet u otros medios digitales es tiempo que se resta de otras actividades: relación directa con iguales, ejercicio, juego libre y potenciación de la imaginación, contacto con la naturaleza, etc., que sí han probado tener un efecto claramente positivo en el desarrollo del niño. De entre todos estos efectos, limitar el tiempo de interacción con los padres y el intercambio verbal con ellos es el que tiene peores efectos a largo plazo, pudiendo llegar a producir retrasos en el desarrollo del lenguaje".

Pero esto no es todo. Tanta pantalla, tanta película y tantos dibujos les está sobre-estimulando y matando la capacidad de sorprenderse. Que les pones una película de esas que en tu infancia te dejaron pegado a la tele hora y media, y a los 15 minutos ya se han aburrido y se van. Y esto no es lo peor: es que luego van al colegio y prácticamente nada de lo que se les pueda explicar les va a llamar mínimamente la atención, y mucho menos si los profesores no se lo curran un poco y les motivan a aprender.

Y así llegamos a la generación de padres que saben todo esto y se sienten culpables

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Pero que no ven muy bien qué solución darle al asunto, porque los niños se vuelven adictos a las pantallas, y ellos esclavos de sus responsabilidades y rutinas: ¿Trabajo menos para pasar más tiempo con mis hijos, a costa de cobrar menos? ¿Paso las tardes con ellos en la calle o el parque, para luego llegar a casa y tenerlo todo por hacer? ¿Me los llevo a la montaña el fin de semana y sigo desconectado del mundo, sin poder hablar con los demás de las series o películas que ven, o los libros que leen? ¿Debo dedicar mi tiempo libre en ayudarles a crecer, cuando yo no he logrado todavía acabar de crecer?

Son preguntas que se hacen mientras los días pasan y poco cambia. Algún día deciden por fin esconder la tablet y "empujar" al niño al aburrimiento, para que desde ese punto ponga en marcha su cerebro, su creatividad, y empiece a jugar, a inventar, a ser niño otra vez. Y hasta juegan con ellos para provocar ese cambio.

Hasta que pasan los días, aparece algún problema, o están más cansados por lo que sea, los niños siguen necesitando su dosis de juego y de energía a quemar y se dicen "sí, pero yo ahora no puedo". Y sacan la tablet "solo para un rato, ¿eh? Que quiero que juegues a otras cosas", y en cierto modo todo vuelve a empezar.

Y así van alternando épocas en las que les dejan con las pantallas a todas horas y giran la cara cuando ven un artículo que explica el daño que pueden llegar a hacer (como si por no leerlo no fuera verdad), con otras en las que limitan considerablemente su uso y deciden dedicar parte de su energía y tiempo en recuperar lo que los niños no deberían haber perdido nunca: el juego, la calle, correr, ensuciarse, inventar, aburrirse, crear, enfadarse, reconciliarse,... todas esas cosas que un iPad no hace.

Y todo esto lo escribo, que conste, porque mis hijos me han permitido sentarme al ordenador por estar con sus tablets un rato y ahora juegan a fútbol en la terraza. Quizás han sabido encontrar el equilibrio después de varias épocas de "os lo dejo sin límite" y "os lo limito un montón", pero el sentimiento de culpabilidad, igualmente, no me lo quito. Más de una vez les he dicho: "Creo que cometí un error cuando os compré una tablet".

Fotos | iStockphoto y Brad Flickinger I
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