El James Webb acaba de encontrar uno de los "ladrillos" necesarios para la vida en el espacio: el catión metilo

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A unos 1.350 años luz de nuestro sistema solar, en el disco de polvo del que algún día surgirá un sistema solar no muy distinto al nuestro, un equipo de astrónomos acaba de observar la existencia una pequeña molécula de gran valor. Se trata de un catión metilo (CH3+), una molécula que por su reactividad, constituye uno de los “ladrillos” sobre los que se construyen las moléculas más complejas.

El disco d203-506. Un equipo internacional de astrónomos acaba de detectar una molécula de gran importancia en el disco protoplanetario (también llamado disco de formación planetaria) d203-506. Se trata de un disco de materia que orbita una estrella joven del que previsiblemente surgirá un sistema solar en el futuro. El hallazgo ha sido posible gracias al trabajo del Telescopio Espacial James Webb.

Disco y estrella se encuentran en nuestra galaxia, a una distancia de cerca de 1.350 años luz de nuestro propio sistema solar, en la nebulosa de Orión. De la estrella conocemos algunos detalles, como que se trata de una enana roja con una masa de aproximadamente una décima parte la de nuestro Sol.

También sabemos que el disco ha estado recibiendo gran cantidad de radiación ultravioleta de su entorno. Según los investigadores, este factor habría sido determinante en la aparición de la molécula en el disco estudiado. Es más, algo parecido podría haber ocurrido miles de millones de años atrás en nuestro propio sistema solar.

Pequeña molécula, gran peso. El  catión metilo no se encuentra entre los llamados “ingredientes básicos” de la vida. Se trata sin embargo de una molécula que los científicos creen funtamental para la aparición de ésta.

El motivo es que el CH3+ es un catión muy reactivo, con facilidad para unirse con numerosos elementos y moléculas para formar compuestos orgánicos (esto es, moléculas basadas en el carbono) complejos. También resulta muy relevante que entre todos los elementos con los que se junta esta molécula no se encuentra el más presente en el universo: el hidrógeno.

“Esta detección no sólo valida la increíble sensibilidad del Webb, sino que también confirma la importancia central postulada del CH3+ en la química interestelar” explicaba en una nota de prensa Marie-Aline Martin-Drumel, una de las autoras del estudio.

Orion Disco 2 La Barra de Orión, parte de la nebulosa del mismo nombre. En sucesivas ampliaciones, el disco protoplanetario d203-506 y su estrella. ESA/Webb, NASA, CSA, M. Zamani (ESA/Webb), y equipo PDRs4All ERS.

La mirada del JWST. Las características del Webb lo han convertido en la herramienta ideal para la detección de esta molécula. El motivo es que detectarla es más fácil en el espectro infrarrojo que en el de las ondas de radio habitualmente utilizado para identificar moléculas en el espacio exterior.

Sin embargo realizar detecciones infrarrojas desde nuestro planeta resulta más complicado por la presencia de la atmósfera. Por tanto, un telescopio espacial con sensibilidad en el espectro infrarrojo era la opción ideal para esta observación.

En este sentido, los instrumentos NIRSpec (Espectrógrafo de infrarrojo cercano) y MIRI (Instrumento de Infrarrojos Medios), fueron  determinantes. Los detalles del trabajo realizado fueron publicados recientemente en un artículo en la revista Nature.

Los orígenes de la vida, según el JWST. Hasta ahora la interacción entre radiación ultravioleta (UV) y la aparición de moléculas complejas resultaba un tanto incierta, puesto que este tipo de radiación podía degradar estas cadenas de átomos.

Este descubrimiento sin embargo valida otra posibilidad: que esta radiación, acontecida en los primeros eones de vida de las estrellas y sus sistemas solares, puede favorecer la aparición del CH3+, y este a su vez es después el responsable de la aparición de moléculas orgánicas complejas. Esta progresión de los acontecimientos viene dada por el hecho de que las estrellas que más radiación UV emiten son las más efímeras, estrellas masivas cuyo ciclo de vida dura apenas unos millones de años.

Aún son muchas las incógnitas que quedan sobre el rol del CH3+ en la aparición de la vida, Pero ahora sabemos que, al menos a unos pocos miles de años luz de nosotros, una masa de gas puede acabar generando algún día vida no muy distinta de la nuestra propia. Solo es una posibilidad, pero es una ilusionante.

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Imagen | ESA/Webb, NASA, CSA, M. Zamani (ESA/Webb), y equipo  PDRs4All ERS

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