¿Qué es esta montaña? ¿Pertenece a otro tiempo? ¿Hemos viajado a otro planeta? Dentro del canon de la ficción científica especulativa, ‘Ascensión’ es dinamita. Es una lectura como pocas. La curiosidad científica no pocas veces se entremezcla con la fe. Pasión que puede conducirnos a la redención, o a la corrupción y la culpa. Como fuera, la búsqueda de la verdad es algo que no podemos evitar: somos el homo sapiens, el animal que quiere saber.
Y este es el punto de partida de la nueva novela de Nicholas Binge, una obra maestra que recién se estrena en Minotauro, recomendada por escritores como Stephen King, y que se permite el lujo de saltar del horror cósmico al suspense canónico. La primera gran virtud de ‘Ascensión’ reside en su prosa nítida, accesible a cualquier lector.
Porque cualquier lector avezado sabe que no es difícil construir un mundo atractivo y narrarlo con ritmo rápido. Sin embargo, pocos autores logran equilibrar esa mezcla sutil de ciencia ficción, misterio, aventura y terror y, esta es la clave, lograr que cada episodio te absorba más que el anterior en un perfecto in crescendo hasta su resolución final. Así bien, arranquemos con la lectura.
El genio latente
Harold Tunmore es un genio. El rarito de la familia, siempre resolviendo los puzles de la vida que nadie más puede leer. A su vez, Harry es el rompecabezas de su hermano, Benjamin. Durante años han mantenido una relación distante. Harry escribía cartas a su querida sobrina Harriet, Hattie. Apenas tres, en realidad. Cartas ininteligibles, de narrativa alucinada. Tras la última misiva desapareció todo contacto y todo rastro de Harold. Hasta que, un buen día, Ben recibe una llamada de un viejo conocido: Harry está vivo y lleva años internado en un sanatorio mental.
Ben viaja, tembloroso, sin saber qué esperar. Al llegar se topa con alguien atormentado, de mirada vacía. En efecto, es su hermano, pero está cambiado. A la noche, Ben descubre en su habitación un maletín lleno de cartas similares a aquellos viejos legajos imposibles de descifrar. Esa misma noche, Harold se escapa y se prende fuego. Una atrocidad inexplicable que responde a una búsqueda de preguntas sin respuesta.
A partir de aquí, Ben comienza a tirar de la madeja e intentar comprender qué pasó a partir de esas cartas relatadas en primera persona y dirigidas, todas ellas, a esa sobrina suya tan querida. Harry se había embarcado en una expedición sin sentido: escalar, unido a un grupo de investigadores y expertos, una gigantesca montaña que ha aparecido en medio del Pacífico. No es una montaña cualquiera: se estima que posee una altura por encima del nivel del mar de entre 11.000 y 13.000 metros. La cumbre del Everest tiene 8.849 metros.
«¿Cómo es posible que yo no lo supiera?», replica Harold. «Eh, bueno, ese es el tema. Hace dos meses, aquí no había nada», le señala con sonrisa lobuna el comandante que lo recluta. Harold entonces se embarca espoleado por dos claves: el enigma científico que implica todo esto, por un lado, y el vínculo personal, por otro. La única superviviente de la anterior expedición es su exmujer, la brillante doctora Naoko Tanaka. Persuadido por un misterio tan insondable, Harold comienza la mañana siguiente a escalar esa montaña.
La montaña, sin embargo, se revela como una entidad donde las reglas nominales del tiempo y el espacio importan bien poco. Y lo mismo podría decirse del lenguaje. Pronto descubren un bioma propio, microbios que desafían las reglas de la biología, criaturas propias del relato más oscuro de Lovecraft, días que parecen semanas, semanas que se estiran como si fueran años. ¿Es algo bíblico? Los recuerdos se derriten mientras el equipo sigue intentando escalar azotados por un frío letal, una severa ausencia de oxígeno y una violencia latente.
‘En las montañas de la locura’ para una nueva generación
Ya lo lees: esta es una de esas novelas que, una vez deslizas las dos primeras páginas, no puedes detenerte. «Una lectura imposible de abandonar», decía Richard Swan. Los fans de ‘Interstellar’ y su teseracto, los bosques inexpugnables de ‘Annihilation’, los lenguajes ininteligibles de ‘Arrival’ hallarán aquí un nuevo tótem para devorar y recomendar. Hasta el mismísimo Stephen King la ha recomendado en más de una ocasión:
‘Ascensión’ conecta también con esa tradición de montañas místicas, de lugares donde la experiencia cambia al sujeto: desde el videojuego ‘Journey’, a ‘La montaña mágica’, con ese sanatorio de los Alpes suizos donde Thomas Mann construye su universo alternativo. Montañas como símbolo de objetivo vital: en la prestigiosa ‘En el camino’, de Jack Kerouac, la montaña Desolation Peak es el corazón de la iluminación, a la manera de otras novelas como ‘Al filo de la navaja’, de W. Somerset Maugham, ambientada en pleno Himalaya.
Incluso ‘El señor de los Anillo’ hace referencia al aprendizaje, ambición, amistad y obstinación a través de referencias como la Montaña Solitaria y el propio monte de Mordor. Héroes y villanos, atraídos por la cima, por la coronación, se enfrentan también a una caída letal, una derrota que implica volver al punto de retorno. ‘Ascensión’, de hecho, también coquetea con la idea de Sísifo, el primer gran escalador. ¿Por qué sigue repitiendo ese trayecto circular? ¿Por fe? ¿Por supervivencia? Como fuera, está condenado a repetirlo.
Pero si hay una obra capital de la que Nicholas Binge bebe, ese es el breve relato ‘En las montañas de la locura, la expedición científica a la Antártida, donde un equipo de exploradores descubre por accidente una antigua ciudad alienígena oculta entre las montañas. Más aún, ‘Ascensión’ sabe bascular entre la acción más palomitera, con volantazos de guion y tiroteos al filo del abismo, junto a pura ficción especulativa enclavada en hallazgos reales sobre el ADN, la gravedad y la metafísica contemporánea para rematarlo todo con un lazo de horror cósmico. Al fin y al cabo, esa montaña es el punto del planeta Tierra más cercano a las estrellas, al más allá. A Dios.
Esa conexión desconectada, esa incomprensión atenta sobre lo incognoscible que podemos rastrear en obras maestras como ‘Solaris’ o ‘Stalker’, ambas de Andréi Tarkovski, están aquí situadas, con las mismas coordenadas de grandes escritores como Jeff VanderMeer y Ted Chiang. El nuevo premio Hugo y Nébula se cierne sobre este escritor recién traducido al español de manera excepcional por Gemma Benavent.
Nicholas Binge, un premio Hugo en ciernes
De hecho, profundizar en Binge es profundizar en un autor relativamente novel. Ya ha escrito algunos thrillers especulativos, de ciencia ficción literaria y terror, y ha tenido presencia en medios como el The New York Times, The Wall Street Journal, Entertainment Weekly o The Washington Post.
Nacido en Singapur, criado entre Suiza y Hong Kong y residente en Edimburgo —donde imparte clases de literatura—, Binge apenas cuenta con un puñado de cuentos para rastrear su oficio. Su talento parece, sin embargo, innato. Premio The Proverse Prize for Literature con su primera novela, ‘Professor Everywhere’, ‘Ascensión’ es su consagración autoral. Y lo es por algo que sus anteriores cuentos no tenían: un robusto núcleo emocional.
Dicen que el corazón de las grandes historias late en sus personajes. Y aquí podemos sentir esa travesía vital de Harold por los ojos de Ben, entender qué significa creer en algo y perseguirlo, anhelar algo que nunca fue o temblar ante la eterna dicotomía de ciencia versus religión. Binge arriesga y gana por la vía del amor. Mientras pujan por hacerse con sus derechos para adaptarla al cine, podemos concluir que ‘Ascensión’ es un tanto que Planeta se apunta y que vigoriza y fortalece el ya granado de hitos catálogo de Minotauro. Un imprescindible en la biblioteca de cualquier amante de la buena ciencia ficción.
Imágenes | Planeta de Libros, Pexels (1)
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