Si no puedes derrotarla, únete a ella: viajar al espacio impulsados por la propia naturaleza

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«Las arañas manufacturan seda usando agua como disolvente al aire libre, a temperatura y presión ambientales, y pasan por estas etapas para convertirla en una red de gran resistencia, estable e hidrófuga. En cambio, para producir una fibra como el kevlar, es necesario utilizar ácido sulfúrico concentrado a alta presión. Tenemos mucho que aprender».

Estas palabras se convirtieron en un clásico. Las pronunció el Dr. Christopher Viney, de la Universidad de Washington, en 1993. Y aún con todo, la seda es unas 5 veces más resistente por unidad de masa que el acero y admite deformaciones hasta 10 veces superiores al kevlar. Así es la naturaleza. Y siempre tiene algo que enseñarnos.

Propulsando el sueño espacial

«El 75% del desarrollo y la operación de lanzamiento de un cohete convencional ocurre durante los primeros segundos del lanzamiento». No lo decimos nosotros, sino José Mariano López-Urdiales, fundador y CEO de Zero2Infinity. Esto es algo con lo que comulgaba Elon Musk para la creación de sus cohetes reutilizables (con Falcon 9 a la cabeza).

La naturaleza siempre ha resuelto los problemas a su manera. Y ha logrado un grado de eficacia abrumador.

Sólo hay que hacer un breve análisis de la cohetería tradicional —incluso de la amateur— para darse cuenta que este problema es real. Y sólo hay que mirar hacia esas máquinas verdes que se pasan el día entero absorbiendo CO2 —que ya han dado pie a versiones artificiales—, o hacia las teorías del equilibrio térmico, para llegar a una conclusión bastante reduccionista pero eficaz: la naturaleza ha resuelto los problemas a su manera. Y ha logrado un grado de eficacia abrumador.

Bajo este prisma observa Urdiales lo que entendemos por viajes espaciales. Durante los años 2000 y 2002 publicó dos artículos al respecto explicando que, si el turismo espacial crecía como industria, tarde o temprano tendría que pasar por este escenario: la simplificación.

Por aquel entonces el turismo espacial era una entelequia carísima: Dennis Tito pagó unos 20 millones de dólares a la Agencia Espacial Federal Rusa por el entrenamiento, viaje y estancia en la EEI; un capricho que se resolvió el 30 de abril de 2001.

El equipo de Urdiales siguió con su línea de trabajo: «en lugar de luchar contra la naturaleza, aliarse con ella». Construyó distintos prototipos para demostrar hasta qué punto su trabajo era factible, pero al mismo tiempo el mercado se centraba en otro escenario: el de la miniaturización electrónica. La carrera espacial se fue al garete en el mismo instante que las majors volcaron sus recursos en potenciar nuestros smartphones.

¿Y qué dice el mercado actual?

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En el modelo actual conviven no pocos actores interesados. Mientras Virgin Galactic y SpaceX retrasan una y otra vez sus lanzamientos, WorldView espera llenar el cielo de globos gigantes. De hecho, su prototipo, del tamaño de un estadio de fútbol y hecho de polietileno de alto rendimiento, cuenta con los británicos Priestmangoode entre sus filas, uno de los equipos de diseño implicados en Hyperloop.

Pero ni el magnate Richard Branson ni el adorado Elon Musk parecen haber dado con la fórmula perfecta. Desprenderse de la gravedad, superar la atmósfera, el rozamiento del aire… hay demasiados factores en juego y demasiadas prisas por entonar el do de pecho antes que la competencia. Claro, las arañas han tenido unos 400 millones de años para perfeccionar su fórmula.

Bloon es un recoleto globo estratosféricos para 4 pasajeros y 2 pilotos

Zero2Infinity ha seguido desarrollando su Bloon, su globo estratosférico para 4 pasajeros y 2 pilotos, priorizando dos máximas: las ventanas —para poder disfrutar del espacio— y los costes de lanzamiento: mientras la gravedad nos atrae y el aire nos frena, sus globos aprovechan estas condiciones para alcanzar la órbita.

Seis horas de vuelo, dos de ellas dedicadas a la observación y una al descenso, desde unos 36 kilómetros de altitud —frente a los 10-12 km de los vuelos comerciales—; y una fecha tope: 2020.

Este globo aerostático nos saluda recordándonos ese principio de los fluidos de Arquímedes que estudiamos de infantes: todo cuerpo sumergido en un fluido experimenta un empuje vertical y hacia arriba igual al peso de fluido desalojado. Cuando se trata de gases, todo gas encerrado en un cuerpo sólido, con menor masa y densidad que el aire exterior, será impulsado (ejercerá presión) contra ese cuerpo sólido.

«En lugar de imponer nuestra ingeniería, nuestra realidad, intentamos entender la naturaleza, para conseguir nuestros objetivos de una forma más armoniosa», asevera López-Urdiales.

La naturaleza como hoja de ruta

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Cualquier arquitecto dirá que las hormigastermitas o abejas han hecho más por la eficacia térmica en nuestras construcciones que cualquier invento pasivo. En la naturaleza, el plagio descarado no se penaliza, sino que se premia. Y no hay mejor aliado para superar los escollos que nos propone que entendiéndola a magnitud molecular.

Hoy todos conocemos la palabra velcro. Sólo es una forma compuesta de otras dos: velours (terciopelo) y crochet (gancho). La inventó el ingeniero suizo Georges de Mestral. En 1941 salió a cazar con su perro y llegó a su casa con la ropa llena de semillas de bardana. 10 años más tarde había patentado un tejido que emulaba la capacidad adherente que esas plantas desarrollaron para asegurar su supervivencia.

La red de trenes de alta velocidad de Shinkansen basó sus diseños en el pico del martín pescador. Por su pico largo y dorso aerodinámico, el alcedo apenas encuentra resistencia cuando rompe la dureza del agua y penetra para pescar. De esta forma, el equipo de ingenieros liderados por el japonés Eiji Nakatsu lograron reducir el terrible ruido aerodinámico y, de paso, optimizar el gasto energético.

En la naturaleza, el plagio descarado no se penaliza, sino que se premia

Depurada durante siglos, los dientes de león o las semillas de arce cuentan con una forma aerodinámica que las convierte en perfectos rotores planeadores. La dispersión eólica ha sido imitada en el diseño de drones. Las microscópicas escamas en la piel del tiburón sirvieron de inspiración para desarrollar revestimientos reductores de fricción en cascos de barcos y bañadores profesionales. Hoy día son usados en miles de embarcaciones comerciales y deportivas.

Desde Euclides hasta Le Corbusier, los estudios sobre la razón áurea, esa «belleza de las matemáticas», le deben a la naturaleza su razón de ser: la relación entre las nervaduras de las hojas de los árboles, la distribución de hojas en los tallos, o entre ramas principales y secundarias,las espirales de las piñas o la distribución de los pétalos en algunas flores… podríamos seguir durante horas.

Tierra

El globo de Zero2Infinity no busca convertirse en una herramienta exclusiva, un capricho para excéntricos, sino una realidad a corto plazo viable económicamente y que provoque el mínimo impacto medioambiental. Nada de combustibles fósiles, nada de cohetería industrial, sino dejarse llevar por esas «fuerzas de la naturaleza», hasta poner al objeto en el borde suborbital.

Zero2Infinity no quiere viajar al espacio, sino tomar la suficiente perspectiva para mostrárnoslo y hacernos entender que ese planeta tan bonito merece ser cuidado, que es tan parte de nosotros como nosotros de él.

Un proyecto con medio siglo de progresos

Por supuesto, no estamos hablando de un globo convencional: para su descenso irá perdiendo lentamente helio, siguiendo una fórmula de control similar a los globos de aire caliente. Pero sí comparte con los viejos rockoons de los años 50, diseñados por el Dr. James Van Allen, esa mentalidad de reducir impacto y costes para acelerar la máxima efectividad.

La cápsula de despegue se asemeja a un cohete multimotor alimentado por combustible líquido reutilizable. Cada etapa cuenta con su propio toroide (circuito cerrado). Mientras que la última etapa (la cápsula presurizada) se mantendrá conectada a un parafoil, las demás llegarán a tierra, donde serán recuperadas y reutilizadas.

Una de las claves para ahorrar combustible se basa en la masa del propio globo: las paredes se componen de arti-lage, espuma de uretano capaz de absorber la energía de los impactos disipándose en forma de calor —no lo olvidemos, ahí arriba hace frío—. Las butacas son de láminas de fibra tejidas de vidrio, carbono y cerámica, recubiertas de termogel para distribuir la fuerza de la presión del cuerpo a lo largo de la superficie.

Bloon no produce contaminación acústica porque no hay una explosión de combustible durante el despegue

De esta forma se logra que a gran altitud, con menor gravedad y en zona donde la atmósfera es menos densa y, por tanto, con menos resistencia aerodinámica, el gasto sea mínimo: la iluminación se compone de hojas flexibles de diodos de leds; también se ha cuidado que toda la sensórica sea de bajo consumo.

Como es obvio, Bloon no produce contaminación acústica porque no hay una explosión de combustible durante el despegue, ni cambios drásticos de velocidad que supongan soportar una gran presión atmosférica, evitando los mareos o la formación de habituamiento específico.

¿Estás deseando viajar al espacio?

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La pregunta clave es, ¿hasta dónde llega la demanda por estos millonarios viajes? Si aumenta la demanda también debe hacerlo el calibre de la iniciativa. Como decíamos, muchos son los interesados: Sierra Nevada Corporation, trabajando en el mercado militar, también se postula como alternativa favorita entre los contratos de la NASA para construir transbordadores comerciales, a la par que Boeing y la citada SpaceX.

Virgin aseguraba en 2016 contar con más de 800 candidatos, quienes habían pagado religiosamente 250.000 dólares cada uno. El proyecto catalán garantiza haber reservado unos cuantos viajes. Blue Origin, la aeroespacial estadounidense fundada por Jeff Bezos, es más celosa confirmando su lista de espera, pero garantiza una dura competencia.

Y no ignoremos las casi 5.000 personas que mostraron interés en decir adiós al planeta azul y saludar al planeta rojo hasta el fin de sus días.

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Pero, como ya apuntaba el experto Janez Mekinc, de la Facultad de Estudios Turísticos en la University of Primorska, no contamos con un precedente formal sobre seguridad en aeronaves turísticas extraorbitales, porque apenas existen precedentes.

Y antes debemos formular un sustrato legal. Tal vez nuestro fin está en el cosmos, pero en esa sopa estelar a la que deseamos dirigirnos cabe preguntarse hasta qué punto sólo anhelamos satisfacer deseos personales —bueno, los del 1% de la población mundial— y hasta qué punto estamos sacrificando nuestra integridad y la seguridad del propio planeta.

Zero2Infinity ya consiguió el permiso para volar alto con su proyecto 100% sostenible, basado en helio, tan querido en la industria de la criogenización y refrigeración. Deudor de su propio pasado, López-Urdiales, antiguo estudiante del MIT e hijo de astrofísico, asegura seguir los planes de Emilio Herrera, el ingeniero militar granadino que se topó demasiado pronto con una Guerra Civil que truncó sus proyectos en aeronáutica.

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Desde aquí abajo vemos un mundo fragmentado, fronterizo, donde no pocas veces el mapa es el territorio. El trabajo de López-Urdiales toma perspectiva, es más que un simple «subir y echar un ojo», intenta recordarnos que la ciencia nació para entender la naturaleza, no para domeñarla.

En esta imparable promesa de turismo “extraterrestre”, ante este motor económico emergente, ya se sueñan con pilotajes autónomos y cruceros interestelares. Pero será la naturaleza quien tenga la última palabra: si vencemos o no vendrá marcado por el entendimiento de sus caprichosas reglas.

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