Los teléfonos plegables suponen un desafío extraordinario para los fabricantes, que han tenido que enfrentarse a retos difíciles de superar en varios frentes. Por un lado, están las propias pantallas, que tienen que ser capaces de doblarse sin que su integridad se vea comprometida. Por otro lado, está el diseño de la bisagra propiamente dicha, que afecta tanto al plano del diseño industrial de la misma, como al espacio ocupado, que compite con el usado por los propios componentes internos de los smartphones.
En un tercer frente se sitúa la impermeabilización de los dispositivos, que se complica con la introducción de elementos como la bisagra, que expone ante los agentes externos a los componentes electrónicos y a la estructura de un modo muy diferente a como sucede con los terminales clásicos no plegables. En un terminal prémium se espera que tenga resistencia al agua.
Un cuarto reto está en la interfaz de usuario. Y es que tiene que contemplar aspectos como el tamaño de pantalla, tanto en los móviles plegables que se doblan para hacerla más grande, como en los plegables que lo hacen buscando que el tamaño del smartphone sea más pequeño. También tenemos nuevas formas de uso de las cámaras, entre otras extensiones de funcionalidad.