No saben quién es, aunque han oído hablar de él. Según cruza, por el norte, la Puerta de los Cordeleros de Wyzima, a pie y tirando de su fiel equino, los cuchicheos se arremolinan mientras las herraduras hincan sobre el barro de la capital del Reino de Temeria. Está aquí para cumplir un encargo imposible: liberar de su maldición a Adda, hija del rey Foltest, muerta al nacer y condenada a vagar, como una estrige pálida, buscando sangre mortal. Eso sí, primero hará noche en alguna posada.
A más de uno os habrá sonado este pasaje. Así comenzaban las crónicas de un tal Geralt de Rivia, antes siquiera del primer libro-volúmen, cuando la historia ‘El Brujo’ ("Wiedźmin" en polaco) fue publicada en un concurso literario para la revista Fantastyka. Es el año 1986 y su autor, Andrzej Sapkowski, apenas ha comenzado a esbozar una de las más grandes historias de la literatura fantástica.
Una historia que ahora, 33 años después, aspira a conquistar a toda una generación de espectadores. El 20 de diciembre se estrena en Netflix esta gran apuesta que lleva cociéndose desde 2017 y, con semejante bagaje —nueve novelas, alguna película fallida, cuatro videojuegos...—, las dudas están servidas: ¿cumplirá con las expectativas? El mismísimo autor dice que sí.
¿Qué es un “witcher”?
Antes de embarcarnos en los distintos dilemas internos de cada personaje, debemos remarcar quién es Geralt de Rivia y qué hace en su día a día. Geralt es un brujo. Uno que caza monstruos, al mejor postor. Solo sabe hacer eso, aunque desearía encontrar la piedra de toque que le haga cuestionarse todo su mundo.
El propio Sapkowski hablaría así de su brujo: «tenía que replantearme los cuentos de hadas, donde si sucedía algún problema con un dragón, el Rey estaba dispuesto a ofrecer al primero que pasara a su hija y la mitad del reino con tal de solucionarlo. Nadie se cree que un Rey pueda ser tan estúpido como para darle la mitad del reino y su hija a algún cretino. Yo reescribo esta historia: ya no es un pobre zapatero el que mata al dragón y salva al reino, sino un profesional, que trabaja por dinero».
Las novelas están ambientadas 500 años tras un terrible cataclismo, conocido como “Conjunción de las Esferas”. En la práctica, este desastre rajó la realidad tal y como la conocían los habitantes del Continente. Un umbral que aprovecharon distintas alimañas para campar a sus anchas. Tiempo después llegarían los humanos, durante el Primer Desembarco y, siglo tras siglo, irían conquistando los distintos territorios hasta hacerse con el gobierno total de la sociedad.
Geralt es, por tanto, un tipo al que llamar cuando las cosas se complican, capaz de convocar y controlar parte de este caos primordial. Un cazarrecompensas sometido a duro entrenamiento desde su más tierna infancia, expuesto a mutágenos tóxicos que, en un futuro, le ayudarán a ganarse la vida. A cambio de este proceso, Geralt y otros brujos pueden detectar los monstruos, son más fuertes y resistentes al dolor. Superhombres y mujeres al margen de la vida social y política, neutrales ante las emociones.
Algunos mueren, otros quedan gravemente afectados. Geralt, en cambio, medró. De ahí su pelo cano y sus ojos encendidos, casi felinos. En parte, gracias a la sangre que corre por sus venas —es hijo de una poderosa hechicera, Visenna—, hasta el punto de mostrar completa invulnerabilidad a enfermedades humanas.
Pero también, el Geralt adulto es un hombre apático, una especie de inquietante detective portando una espada de plata, cínico e incapaz ante muchas relaciones. Por esto mismo, la de los brujos es una organización despreciada. Un mal necesario.
Dualidad, todo el rato
Y un mal menor. Ante esto, el propio Geralt dice «si tengo que elegir entre un mal y otro, prefiero no elegir en absoluto». El problema es que siempre hay que elegir. Y cada elección conlleva una renuncia. Tomas una decisión tarde o temprano; eliges una opción, rechazas otra.
Esta es una de las brújulas, de los puntos cardinales de la gran saga. Encontrar un lugar en un mundo de arenas movedizas.
El Witcher de Netflix adapta los eventos de las antologías originales, más concretamente la primera trilogía de novelas, y en esta noble adaptación nos vamos a topar con todo tipo de dilemas morales: ¿debería salvar a un humano de una bestia más herida y torturada que solo caza por alimentar a sus criaturas, mientras ese humano maltrata hasta la muerte a su hija? ¿Es mejor un elfo que un gnomo por su simple condición? ¿Cuál es el precio de ayudar a un noble que vilipendia a sus vasallos?
Ante este brete, ¿dónde termina el monstruo y dónde empieza la persona? O mejor, ¿dónde acaba la persona y emerge la bestia irracional? Los lectores recordarán la relación cordial del brujo con los humanos, paciente hasta cierto punto. Hasta el punto donde sus ojos se tornan negros, estalla y convierte una taberna en una sala de despiece. Una crueldad, casi siempre, espejo de un gran dolor.
En cambio, entre nido y nido de monstruos, también asistimos a las apasionantes diatribas filosóficas de Regis en ‘Bautismo de Fuego’, alguien sobre quien no desvelaremos nada porque estamos ansiosos de ver transliterado a la pequeña pantalla.
Ya hemos podido ver su mirada intensa y porte regio en manos de Henry Cavill (‘Superman’), fan absoluto de la saga: «ni siquiera tuve que prepararme para el papel, porque respiraba y vivía ese universo cada día. Mi preparación para el papel estaba hecha antes incluso de que comenzara el casting».
Pero no somos nadie sin nuestra familia y él no es nadie sin los dos elementos claves en este tríptico: la princesa Cirilla de Cintra, interpretada por Freya Allan y la gran Yennefer de Vengerberg, en la piel de Anya Chalotra.
Cirilla Fiona Ellen Ryannon, o Ciri para los amigos, es hija adoptiva de Geralt. Y lo que a primera vista sugiere una elitista frágil, es en realidad una gran guerrera. Yennefer es una temperamental hechicera, eterno amor de Geralt y una figura clave para evitar el caos que se cierne ante el mundo, una perpetua era glacial vaticinada en una antigua profecía élfica que ríete tú del “Winter is coming” de Poniente. Ellas dos, junto a otros tantos como el taimado Jaskier, fiel amigo de Geralt, o el enano Zoltan Chivay, componen el plantel principal.
Nada de magia infantil
Es algo de saber popular. Cuando Andrzej Sapkowski creó su saga no existía nada igual en Polonia. Nada con esa fuerza política, esa discursiva contestataria y esa fantasía pletórica de imágenes herencia del folklore eslavo y celta, fruto de sus mil lecturas e investigaciones. A lo que debemos sumar un humor sardónico que siempre está presente. No a la manera de Terry Pratchett, aunque no muy lejos de su constante sátira sobre el poder.
The Witcher sirve, por tanto, de marco para relatar problemas dolorosamente perennes: racismo, clasismo, violencia y las distintas desigualdades que marcan la tiranía de unos u otros. Pese al tono medieval, The Witcher no transcurre en ningún tiempo histórico específico. Una ventaja que permitía al propio autor usar un lenguaje coloquial, casi sucio.
Por otra parte, ya podemos olvidarnos de pociones para mantener la estamina ni puntos de guardado. Nada de magia infantil. Sí hay magia, por contra, pero está revestida de una mística concreta, donde cada runa actúa como llamada a lo arcano. Tampoco podemos hablar de héroes y villanos, sino de una gradación de grises ante diferentes situaciones. Ya lo dice el tagline de la serie: los peores monstruos son aquellos que nosotros mismos construimos.
El marco de la serie muestra una eterna pugna de poder entre humanos, elfos, brujos, gnomos y monstruos: todos luchan por sobrevivir y prosperar. Además, cuenta con una virtud añadida: la figura de Geralt ha ido evolucionando novela a novela. Y esta es una perspectiva que la serie ya domina desde su punto de partida.
Si en los primeros relatos cortos del brujo apenas atisbas a un irreverente cazapremios presumiendo de lo poco que le sube el alcohol, en ‘La Espada del Destino’ y, más concretamente, en ‘La Sangre de los Elfos’ asistimos a un asedio constante, una huida hacia adelante que le lleva a establecer alianza con el enano Zoltan Chivay, con la bruja Triss Merigold y otros habitantes de los bosques.
Un crecimiento constante en matices y calidades que permiten explorar las distintas profundidades de este mar de contradicciones. No en vano, Netflix ya ha confirmado una segunda temporada tras los primeros ocho episodios. De la primera, algunos afortunados, ya han podido ver el primer capítulo, pero proyecta hasta siete temporadas para narrar todo lo que tienen en mente.
Aún es pronto para mirar tan lejos. Aunque Lauren Schmidt Hisrich, showrunner y guionista, ya supo adaptar con enorme acierto la poliédrica moralidad del Daredevil de Frank Miller y Klaus Janson. El Lobo Blanco está en buenas manos, y a lomos de Sardinilla, siempre que pueda.
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