"Si puedes ir a un restaurante, puedes venir a la oficina": vuelve la guerra contra el teletrabajo

La pandemia puso en práctica una de las grandes hipótesis del siglo XXI: ¿qué pasaría si todos trabajáramos desde casa? No todos, sino aquellos que pudieran hacerlo. Durante los últimos meses hemos leído y escrito mucho sobre las consecuencias del teletrabajo. Sabemos que se ha producido más, en parte porque los límites del ocio y del trabajo se han suprimido; también hemos sido más felices, en parte porque hemos podido conciliar mejor nuestro horario laboral con placer personal o tareas del hogar.

Ahora sabemos otra cosa: se va a acabar.

La frase. La firma el CEO de Morgan Stanley, James Gorman, uno de los bancos de inversión más importantes del mundo:

No se equivoquen. Nuestro trabajo se realiza dentro de las oficinas de Morgan Stanley (...) Si puedes ir a un restaurante en Nueva York [sede de la empresa] también puedes venir a la oficina (...) Si quieres tener un salario de Nueva York tienes que trabajar en Nueva York. Nada de "vivo en Colorado y trabajo en Nueva York pero me siguen pagando como si estuviera en Nueva York". Lo siento, esto no funciona así.

Cobrar menos. Gorman zanjaba así cualquier posibilidad de extender el teletrabajo más allá del verano. A la altura del Día del Trabajo (6 de septiembre) todo el mundo debería haber regresado a su escritorio. Quienes no estuvieran de acuerdo tendrían que aceptar un recorte salarial acorde a su nueva residencia. Es algo anticipado por Facebook meses atrás. Durante los próximos diez años, sus trabajadores podrán optar al teletrabajo. Eso sí, su salario se reajustará al sitio en el que residan.

Siguiente fase. Nada que pueda sorprendernos. El coronavirus y los confinamientos hicieron de los espacios de trabajo lugares poco recomendables. El teletrabajo siempre fue una imposición, no una elección de las empresas. Hoy los países desarrollados han vacunado ya al 50% de sus poblaciones, lo que ha reducido la urgencia de distanciarnos socialmente. El Gran Experimento del Teletrabajo ha durado año y medio. Entramos ahora en la siguiente fase: la Guerra Santa contra el Teletrabajo.

Amazon y Google. No debemos imaginar la reacción pro-oficina como un asunto privativo de las empresas tradicionales. Las grandes tecnológicas son las primeras impulsoras de la tendencia. En abril hablábamos sobre los planes de Amazon y de Google para regresar al trabajo presencial: Amazon fijó junio como fecha de regreso a una cultura corporativa "centrada en la oficina"; Google, por su parte, constriñó al teletrabajo un máximo de doce meses y bajo "las circunstancias más excepcionales".

Ambos tienen pendiente la inauguración de nuevos edificios para sus empleados. Amazon está construyendo sus segundas oficinas centrales en un gigantesco y futurista edificio con forma de hélice. Google quiere gastarse unos €6.000 millones en construir un complejo tecnológico para más de 20.000 empleados en San José. Uno invierte para rentabilizar.

¿Por qué? No es por la productividad. Sabemos que ha aumentado. Lo han ilustrado análisis independientes y los informes internos de las propias compañías. La pandemia nos ha encerrado en las cuatro paredes de nuestras casas y en el camino hemos trabajado más que antes por diversos motivos: horarios muy diluidos; mayor disponibilidad para resolver problemas o atender a urgencias; fin del trabajo como una tarea consagrada a un espacio concreto; etcétera. También ha salido barato: Google se ahorró €1.000 millones anuales entre facturas de la luz y el fin de los viajes.

Es la cultura. Los motivos tienen que ver menos con el rendimiento económico de las empresas que con la forma mediante la que hemos conceptualizado el trabajo durante el último siglo: como una tautología. La oficina es útil porque siempre nos hemos dicho que es útil. Este artículo de opinión de Ed Zitron, empresario y analista de medios, ofrece una interpretación psicológica de este marco de pensamiento:

El motivo por el que el teletrabajo es tan amenazante para la ideología corporativa es que devalúa las capas de gestión intermedia sobre las que la sociedad empresarial se ha construido. Cuando estás en persona, un mánager intermedio puede caminar por la oficina, "echar un ojo a la gente" y, en las reuniones, "hablar por el grupo" [sus subordinados]. Aunque esto también puede suceder en Zoom o en Slack, ahí es más evidente quién ha hecho en realidad el trabajo, dado que puedes evaluar digitalmente dónde se ha producido.

Las empresas se han construido sobre capas y capas de cargos intermedios cuya "gestión" no es sino una forma de ejercer un control directo sobre los trabajadores. La oficina permite a los directivos y superiores disponer del tiempo de sus empleados de forma ilimitada. No sólo de lo que producen o de lo que idean, sino de su tiempo, de su existencia. Según Zitron, se trata de un ejercicio de poder mucho más esquivo en plataformas como Slack o Trello, donde la monitorización del trabajo es más exhaustiva (pero la libertad personal del empleado más amplia).

Las rendijas. Desde esta perspectiva es más fácil comprender el alarmismo con el que las empresas han interpretado encuestas como esta: durante la pandemia el 60% de los empleados han sesteado en horario laboral en alguna ocasión; el 41% ha practicado sexo; el 77% ha comprado algo por Internet. ¿Significa esto que hemos trabajado menos? No, ya lo hemos visto. Significa que hemos aplicado la Ley de Parkinson: completamos las tareas que nos corresponden en función de cuánto tiempo tenemos por delante. En la oficina ese tiempo es fijo. En casa, lo que tardes.

Esta relatividad del trabajo ha permitido a los trabajadores dedicar más horas a sus placeres o a sus tareas del hogar, disparando su satisfacción personal. Pero en el camino ha planteado una amenaza a un pilar de la cultura laboral: el "tiempo" entendido como una presencia fija en la oficina y monitorizada por tus superiores. Necesaria o no, la cultura corporativa no parece dispuesta a desprenderse de ella. Toca volver.

Imagen: Eduardo Alexandre

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