Las manzanas son una de las frutas más comunes y corrientes. Pero hay algo las hace brillar: la función prebiótica

La pectina es una fibra que no nuestro estómago no aprovecha, pero nuestras bacterias sí

Dicen en inglés que una manzana al día mantiene a raya a los médicos. Las manzanas son una de las frutas más comunes en las casa: baratas, versátiles culinariamente y prácticas para consumir a lo largo del día. Pero este alimento tan anodino tiene algo que lo hace destacar.

Si asociamos los plátanos al potasio y los cítricos a la vitamina C (ácido ascórbico), lo que podríamos destacar de la manzana es su fibra. Y más concretamente la capacidad prebiótica de esta.

Los alimentos prebióticos son aquellos que sirven de nutrientes a la microbiota humana, las bacterias que conviven con nosotros, una parte importante de las cuales contribuye al desarrollo de funciones fisiológicas en nuestro organismo. No deben confundirse con los probióticos, que son aquellos alimentos o sustancias que aportan bacterias “buenas” en sí mismas.

Por el riesgo que suponen, tendemos a asociar la palabra “bacterias” con las enfermedades infecciosas que algunas de ellas causan. Sin embargo estos seres unicelulares habitan nuestro cuerpo en cantidades inconcebibles (se estima que, en número, los microorganismos que nos habitan superan a la cantidad de células de nuestro cuerpo), y salvo cuando enfermamos, su presencia es positiva o, cuanto menos, neutra.

El ejemplo más evidente es el de la digestión. El sistema digestivo es uno de los lugares de nuestro cuerpo con más microorganismos. Estos nos ayudan a digerir algunos alimentos cuando las enzimas sintetizadas por nuestras propias células no son capaces. Los microorganismos con los que convivimos también pueden protegernos de los patógenos que intentan entrar en nuestro cuerpo.

Los prebióticos contienen compuestos que resisten la acidez estomacal y la digestión a través de las enzimas creadas por nuestro propio cuerpo, y trascurren por nuestro sistema digestivo sin ser absorbidas. Hasta que alcanzan a nuestra microbiota.

Muy a menudo las cualidades prebióticas de un alimento vienen en relación con su contenido en fibra, ya que algunas fibras cumplen con estos requisitos. Es el caso de la manzana. Más concretamente, de la pectina.

Esta fibra suele encontrarse en la pared celular de estas frutas, y en mayor concentración en la piel. Las manzanas destacan por su concentración, pero entre las frutas con cantidad importante de esta fibra también podemos encontrar cítricos como naranjas y mandarinas, los arándanos o las uvas, entre otros.

Esto repercute en nuestra salud, aunque aún tenemos mucho que aprender sobre los detalles de esta relación. Por ejemplo, un estudio realizado en 2016 en ratas observó que las pectinas derivadas de las manzanas regulaba la endoxemia (la presencia de endotosxinas, un tipo de toxinas bacterianas, en el torrente sanguíneo) y la inflamación. También reducía el incremento de peso en las ratas a las que se inducía la obesidad a través de la dieta.

Algunos estudios han relacionado los efectos beneficiosos de la pectina con otro compuesto, el butirato, un compuesto producido a través de la intervención bacteriana y que sirve de nutriente para otras células.

Aportarnos pectinas puede ser una de las tareas más importantes de la manzana, pero hay que recordar que no es la única. La manzana nos aporta también potasio y vitamina C, y su consumo se ha relacionado, por ejemplo con una mejor salud cardiaca.

La manzana está muy presente en nuestros hogares a lo largo del año. Si bien su temporada trascurre entre los meses de agosto y octubre, se trata de una fruta fácil de conservar, por lo que podemos contar con ella fuera de temporada sin que esto afecte a su calidad.

Además de esto, la posibilidad de consumirla en crudo o en infinidad de preparaciones y la facilidad con la que podemos llevárnosla con nosotros para servirnos de tentempié son los factores clave que justifican su ubicuidad. Lo que aportan a nuestra salud también puede serlo.

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Imagen | Priscilla Du Preez

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