Coger el hábito de leer siempre me había costado. Hasta que comencé el reto de las diez páginas

  • Diez páginas al día como objetivo mínimo, asequible y fácil de cumplir

  • Un equivalente a catorce o quince libros anuales, como mínimo, en dosis accesibles

  • Y un hábito cruzado en nuestra mesilla de noche para ayudarnos a cumplirlo sin esfuerzo

Mi relación con la lectura siempre ha sido la del desencanto aspiracional. Quería leer más, quería adoptar el hábito de la lectura, pero coger un libro era lo primero a descartar si surgía cualquier imprevisto y tenía que revisar prioridades. En algunas épocas devoré libros, en otras leí menos, y en esas últimas me costaba a menudo enderezar el rumbo.

La lectura quedaba como un deseo pasajero, no como una constante. Los intentos esporádicos no funcionaban y la disciplina de la lectura era intermitente. El cambio no llegó cuando de repente me encontré con más tiempo libre —una vez se rebasa la treintena este se desploma—, sino por un ajuste en la percepción de lo que significa "tener tiempo para leer".

Un mínimo asequible y unos hábitos cruzados

En lugar de ver la lectura como una actividad que requiere bloques ininterrumpidos de mucho tiempo, adopté un enfoque más accesible: comprometerme a leer al menos diez páginas al día. Este objetivo, aparentemente modesto, se convirtió en el motor de un cambio significativo en mi relación con los libros.Diez páginas son el objetivo mínimo, nada impide ir a más si podemos y nos apetece. Tampoco pasa nada si un día ni siquiera llegamos a eso o tenemos que renunciar a ello, mientras no se convierta en un sacrificio constante.

Diez páginas diarias pueden sonar a objetivo poco ambicioso, pero creo que por eso me ha funcionado bien. Se digiere de forma simple, pero luego es muy eficaz: si asumimos un promedio de 250 páginas por libro, leer al menos diez al día implica acabar el año con catorce o quince libros. No es muchísimo, pero ya es bastante más que nuestro promedio, y seguramente mucho más que lo que podemos conseguir con un mero deseo pasajero.

Pensar en asumir la lectura de un libro suena a plan que requerirá una inversión temporal elevado, pero dividirlo en píldoras tan pequeñas lo hace mucho más llevadero.

Hay otro hábito cruzado que me ha ayudado con este propósito. Por un lado, dejar el Kindle siempre en la mesilla de noche. Y tan importante o más: no cargar el iPhone en esa misma mesilla de noche, sino en otra habitación.

Con esto mato varios pájaros de un tiro: no tengo nada más que hacer cuando voy a la cama que coger el Kindle que tengo al lado, no pierdo el tiempo haciendo repasos de última hora que acaban en ver chorradas y al día siguiente no pierdo otro rato en esas mismas chorradas.

En lugar de pensar en la lectura como en largas sesiones que cada vez son más difíciles de encajar en el día a día, ahora la afronto de una forma casi natural, automática, como cepillarme los dientes tras cada comida. Ni siquiera es un plan ni hay nada que pensar respecto a ello: llego a la cama y leo. Un compromiso conmigo mismo que se ha convertido en un automatismo.

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