Así es como Microsoft perdió la batalla (Linux en Azure, Office en iOs y Android) para ganar la guerra

Hubo un tiempo en que Microsoft no necesitaba a nadie. Aquel monopolio calificado (y multado) como tal por la Unión Europea hacía y deshacía a su antojo. Lo hizo, claro, hasta que pudo dejar de hacerlo.

La revolución de internet y los smartphones se le escaparon a una Microsoft que acabó perdiendo relevancia. No paraba de perder batallas, pero acabó ganando la guerra y recuperándose. Lo hizo traicionándose a sí misma y a sus orígenes. De repente Microsoft necesitaba a todo el mundo.

Microsoft perdía todas las batallas

Aquellas prácticas monopolísticas le costaron a Microsoft 860 millones de euros, y para entonces la empresa básicamente había aceptado ya su derrota en el segmento de las búsquedas de internet (Bing sobrevive, pero su cuota de mercado es baja) mientras planteaba la alternativa Windows Phone en móviles.

Aquello no salió bien. La desastrosa compra de Nokia y otras adquisiciones fallidas como aQuantive acabaron por condenar un proyecto que tenía algunas luces, pero también demasiadas sombras. La obsesión de Ballmer (nuestro particular Fredo en esta analogía con 'El Padrino') con Nokia acabó siendo una gran traición a la empresa que llevaba dirigiendo una década.

Todos parecían ganarle la partida en todos los ámbitos: internet era dominio de Google y de los nuevos gigantes de las redes sociales y los móviles se sometían al duopolio de iOS y Android.

Las derrotas se acumulaban, y el protagonismo de Windows y de Office parecían ser la única tabla de salvación de una empresa que veía como el PC había dejado de ser la solución que permitía a medio mundo trabajar y estar conectado. Los móviles tomaban el relevo, y Microsoft, que lo había apostado casi todo a su plataforma, se encontraba en un brete. Había otro camino, no obstante: uno que empezaba en las nubes.

La era Nadella

Aquella Microsoft estaba noqueada, pero precisamente uno de esos duros golpes fue probablemente lo que necesitaba la empresa para cambiar de rumbo. La compra de Nokia, dicen, provocó un cisma interno que desembocó en el traspaso de poderes: Ballmer se retiraba para dejar paso a un casi desconocido Satya Nadella.

Nadella se convirtió en todo un consegliere para la guerra que afrontaba Microsoft. Lo hacía con un as en la manga, el que le proporcionaba Azure. La plataforma de computación en la nube de Microsoft se había ido consolidando gradualmente como el producto más importante de Microsoft en la última década.

Resulta casi sorprendente que Azure lograse convirtiéndose en lo que es hoy: cuando comenzó su andadura en el PDC de 2008 lo hizo como una alternativa interesante a la casi omnipresente de los Amazon Web Services. Azure abrió sus puertas a desarrolladores en enero de 2010, y desde entonces fue ganando más y más prestaciones que la convirtieron en una opción cada vez más interesante a sus competidores, incluidos Amazon S3 o Amazon EC2.

Microsoft no podía igualar el stack de soluciones de Amazon en la nube, pero no parece que necesitara: sus resultados de rendimiento, escalabilidad y estabilidad frente a las soluciones de Amazon han sido positivos en el pasado, y además sus responsables de marketing siempre han destacado que el coste comparativo de Azure es inferior para los usuarios y clientes de la plataforma.

El camino iniciado por Microsoft con Azure se convertiría en piedra angular de un cambio radical. Uno en el que Microsoft pasaba de ignorar o despreciar a sus enemigos a acabar convirtiéndolos en sus mejores amigos. O casi.

Ten cerca a tus amigos, pero ten aún más cerca a tus enemigos

Azure estaba muy bien, pero tenía una limitación fundamental con respecto a Amazon: no ofrecía soporte para soluciones Linux, algo que suponía una barrera para muchos escenarios.

Los datos son claros: según W3Techs, la cuota de sistemas operativos en servidores web está repartida de forma muy favorable a soluciones Unix/Linux: de cada tres servidores, dos usan Unix/Linux. Esas cifras son aún más llamativas según SecuritySpace, cuyo estudio de 2014 indicaba que la presencia de Windows es casi testimonial en servidores Apache, donde solo un 4,20% están basados en máquinas (virtuales o no) con Windows.

Ese dato no tiene en cuenta que hay otras opciones en servidores web (Nginx y Microsoft-IIS se reparten el pastel con Apache), desde luego, pero es una buena referencia para entender que Azure necesitaba a Linux. Microsoft supo verlo, y en junio de 2012 anunciaba máquinas virtuales tanto para Windows como para Linux.

El éxito de la medida ha sido evidente: Microsoft confesaba en octubre de 2017 que el 40% de las máquinas virtuales presentes en Azure hacen uso de Linux. Con ese anuncio Microsoft lograba abrir las puertas a toda una gran comunidad de desarrolladores y empresas que ya confiaban en Microsoft y que solo necesitaban contar con ese soporte Linux.

No eran los únicos, y de hechoese amor por Linux y el Open Source ha trascendido la plataforma en la nube de Microsoft y ha acabado llegando al escritorio.

La locura: Linux dentro de Windows

El soporte de Linux en Azure ya fue toda una sorpresa, pero seguramente lo que nadie se imaginaba hace unos años es que uno pudiera tener una distribución Linux funcionando de forma nativa en Windows.

Eso es lo que ocurrió con el Window Subsystem for Linux (WSL), un componente que ha permitido que Windows 10 casi bese la mano (como en la escena de 'El Padrino' con Bonasera) a estas distribuciones Linux.

El cambio de actitud tiene un objetivo claro: tratar de arrastrar a la inmensa comunidad de desarrolladores Linux a Windows 10 para que sepan que pueden trabajar directamente con la plataforma de Microsoft.

El movimiento ha generado una oleada de interés por parte de usuarios de una y otra alternativa, y el compromiso de Microsoft es patente: a la disponibilidad de distribuciones como Ubuntu, Fedora u openSUSE se le han sumado estos días dos alternativas singulares. En primer lugar Kali Linux, una distribución dirigida a temas de seguridad informática, y en segundo, la legendaria Debian.

Ese cambio de actitud ha ido más allá de Linux, por supuesto: Microsoft ahora quiere a todo el mundo, incluidos, claro está, Android e iOS.

Si no puedes con tu enemigo, únete a él

Convertir a Linux en un aliado fundamental ha sido solo parte de ese esfuerzo de Microsoft por cambiar la mentalidad. Aquella empresa encerrada en sí misma y que apenas abría sus puertas a otras plataformas se ha dado cuenta de que la situación actual imponía medidas extraordinarias.

El fracaso en móviles —puede que no tan definitivo como pensamos— hizo que Microsoft buscara otros caminos para no perder del todo la batalla en el segmento tecnológico más relevante para los usuarios a día de hoy. No podrá ganar la guerra —al menos, no lo parece— con esos rivales que parecen invencibles actualmente, pero lo que sí puede es ganar batallas.

Esas batallas representan el otro cambio de actitud de Microsoft, que ha pasado de ignorar Android e iOS a dedicar una gran cantidad de esfuerzos a esas plataformas.

Lo vimos al repasar ese ecosistema brutal que Microsoft está montando alrededor de Android e iOS. La suite ofimática Office es el mejor ejemplo de esa estrategia que antes estaba centrada en Windows y ahora pide a gritos estar en los móviles y tablets basados en iOS y Android.

Es tan solo un ejemplo, porque en los últimos tiempos hemos visto como otros productos y servicios de Microsoft han querido desembarcar en esos dos sistemas operativos móviles. Cortana y las soluciones que compró en el terreno de la productividad personal (Acompli, Sunrise, Wunderlist, Talko) han mostrado el camino a seguir.

En Microsoft quieren integrarse en tu día a día con tu móvil con las aplicaciones (ya que no pueden hacerlo con el sistema operativo), y aunque esta es una batalla especialmente complicada de ganar, es la última demostración de un cambio de discurso sorprendente. Uno que a pesar de todo podría hacer que Microsoft acabara ganando la guerra casi por sorpresa.

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