Siempre he tenido curiosidad por lo qué hacían con los contenedores amarillos: así que he seguido a uno

  • Casi un tercio de lo que descargan los camiones en las plantas de reciclaje no es plástico

  • El proceso de transformar el plástico usado en algo para un nuevo uso es hipnótico

En el plan inicial de este reportaje, tenía pensado perseguir literalmente a un camión desde el contenedor amarillo de mi casa hasta la planta donde lo "procesan". Ya tenía la parte más difícil: el acceso a la planta; así que, unas horas antes de la visita, aparcaría el coche cerca de la zona de contenedores y, armado con un termo de café y una revista de sudokus, esperaría al camión.

Con un poco de suerte y como quien no quiere la cosa, iría tras de ellos hasta que descargaran el contenido del camión en la misma planta que yo iba a ver (con suerte) pocas horas después. Está feo que lo diga yo mismo, pero era una idea fantástica que no solo me iba a dar una visión de conjunto de todo el proceso... me iba a dar una forma redondísima de empezar el texto.

Si tras leer esos dos párrafos, has llegado a la conclusión de que he visto demasiadas películas de periodistas de serie B, tranquilo, no estás solo. Mi mujer está contigo. Mi mujer, mi jefe y los tres operarios de camión de la basura que, tras diez minutos de persecución, me dijeron que qué carajo pasaba conmigo. Afortunadamente, el karma me ha dado una imagen mejor. Hola, soy Javi Jiménez y estoy suspendido encima de cientos de toneladas de envases reciclables.

Sí, la cosa se me ha ido de las manos.

Tú, yo y cientos de toneladas de basura

— Que sí, Javier, que sí.

— ¿Cómo?

— Que ya puede pasar.

Estoy en Gavà, provincia de Barcelona. A las puertas de una de las plantas que SEMERSA (Selectives Metropolitanes, S.A.) tiene en el área metropolitana de Barcelona. Es una empresa pública que se dedica a la selección de envases ligeros y al tratamiento de otros residuos voluminosos.

En este caso concreto, la planta es una de las dos que reciben el contenido de todos contenedores amarillos del Área Metropolitana de Barcelona. Es decir, los envases de casi seis millones de personas. Un poco más de la mitad, para ser precisos.

Dicho así, no obstante, no se entiende bien de qué estamos hablando. La planta de Gavà son unas naves al sur de la ciudad condal. Allí, durante las 24 horas del día, contenedores cargados de envases sueltan todo lo que llevan dentro. En el suelo. Sin más: llegan y descargan. Allí mismo, un grupo de excavadoras se encargan de mantener  en orden las montañas de basura.

Y enfatizo el hecho de que los camiones descargan "todo lo que llevan dentro" porque, como me explican los técnicos de la planta, casi un tercio de lo que entra por las puertas no son envases. A veces es comida, otras veces residuos más complejos. Troncos de madera, baterías de coches y, al menos en una ocasión, un frigorífico envuelto en plástico de burbujas.

Así que lo primero que hacen los técnicos de la planta es separar el grano de la paja. Y lo hacen, efectivamente, a paladas: las excavadoras cogen paladas de basura y alimentan con ella una cinta mecánica que (maravillas de la tecnología moderna) tiene automatizado la separación de prácticamente todos los elementos aprovechables. En esa fábrica son cuatro: PVC, PET, aluminio y otros elementos férricos.

¿Y todo esto para qué?

En 1996, mientras se tramitaba la Ley de Envases,  las principales empresas del sector de alimentación del país se unieron  para dar "una respuesta empresarial" a los retos que presentaba esa ley  (y la legislación europea sobre reciclaje que trataba de transponer): resumiendo mucho, los retos eran que dichas empresas debían hacerse responsables del plástico que ponían en el mercado.

El resultado fue Ecoembes, una empresa sin ánimo de lucro, que gestiona 22 millones de toneladas de residuos, da cobertura a 46  millones de personas y mantiene casi un centenar de convenios con  distintas administraciones públicas. El sistema, por lo demás, es muy sencillo: esas administraciones recogen los envases usados y Ecoembes paga por ellos.

Como se trata de una empresa sin ánimo de lucro: Ecoembes tiene dos formas básicas de financiarse a través de los fondos que aportan las empresas que venden productos envasados y subastando los materiales que salen de los envases recuperados.

En este sentido, a las administraciones públicas les interesa ser capaces de recuperar todos y cada uno de los envases que se tiran en el país: envase que se cuela por las rendijas del sistema de recogida de residuos, dinero que acaban perdiendo. Hay informes (como este de Greenpeace) que señalan que ese dinero que ese pierde es mucho. No obstante, a medida que los sistemas de recogida se vuelven más eficaces las cifras van convergiendo progresivamente.

No viene mal recordar que mientras, según Eurostat, España solo se recicla un 36,4% de la basura municipal; cuando hablamos de envases ligeros (de los que se encarga en último término Ecoembes) esa cifra se dispara al 69,6%. Falta, claro; pero la nueva Ley de residuos (que obliga a separar la materia orgánica) tiene mucho que decir en los próximos años.

Hablemos del proceso

Todo esto es muy interesante, pero el proceso (en sí mismo) es muy curioso. Al fin y al cabo, si las administraciones pueden procesar tal cantidad de basura es porque han automatizado el proceso hasta casi sus últimas consecuencias. Como decía, las excavadoras depositan la basura en una cinta mecánica que echa los residuos en el trommel: un tambor gigante que va separando los objetos por tamaños. El proceso, como se puede ver arriba (neumático de automóvil incluido) es casi hipnótico.

El resto del proceso se confía a unos sensores ópticos, a los que tengo pensado dedicarle un artículo con detalle. Estos sensores identifican cada material y lo sacan de las cintas transportadoras para enviarlo a la zona de prensado y empaquetado.

El material seleccionado va a procesarse y subastarse. El resto, que a veces llega a ser el 40% de lo que ingresa en planta, sigue el proceso de cribado: va a otros procesadores que tratan de aprovechar cada gramo. Y no es para menos: durante los últimos años hemos hablado mucho de "minería urbana".

Sin embargo, centrados en las tierras raras y los dispositivos tecnológicos, solemos olvidar que esto (reciclar todo lo que tiramos a la basura) también es un tipo de esa "minería urbana". Una que movió  494,1 millones de euros en 2016 y de 529 millones en 2017; una que es clave para el futuro de un planeta en el que nadie quiere convertirse en el vertedero global; una que, en esencia, deberíamos mirar más de cerca. No es tan desagradable como puede parecer.

Imagen | Xataka / Daniel Lobo

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*Una versión anterior de este artículo se publicó en febrero de 2023

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