En la Edad Media era habitual dormir dentro de armarios de madera. La gran pregunta es por qué dejamos de hacerlo

Quizás parezcan claustrofóbicos, pero también ofrecían la forma más inteligente y confortable de descansar

Hoy la idea quizás nos parezca claustrofóbica, extravagante e incluso un pelín incómoda, pero en su día, hace ya unos cuantos siglos, dormir encerrado en un armario era la mejor garantía de pasar una noche agradable. Agradable, relajada y confortable. Tantas buenas razones tenían nuestros ancestros para acurrucarse en una especie de roperos de madera con sábanas que lo curioso no es que ellos lo hicieron, sino que nosotros  —desde el XX— hayamos abandonado el hábito.

Hay de hecho quien plantea recuperar el concepto en pleno siglo XXI. Aunque, eso sí, con un punto tecnológico y apostando por una estética bastante más moderna que la que se estilaba en tiempos de nuestros tataratataratatarabuelos.

¿Camas en armarios? Exacto. Hoy quizás nos suene extraño. A nuestros ancestros, no tanto. Como recordaba hace poco la BBC, hubo un tiempo, uno bastante extenso, entre el Medievo y principios del siglo XX, en el que las camas armario fueron populares en toda Europa. En pleno XXI semejante pieza tal vez nos resulte curiosa, pero los nombres con los que designamos a estos muebles —"cama-caja" o "cama cerrada"— no pueden ser más descriptivos. Aunque había variaciones, con modelos más o menos elegantes y que podían variar los detalles, estos enseres eran ni más ni menos que eso: cajones con camas en su interior.

Populares... y extendidos. Las camas armario eran lo suficientemente populares como para que aún hoy podamos encontrarnos con algunas muestras o referencias importantes. Por ejemplo, en un museo de Wick, al norte de Escocia, conservan un curioso armario cama de pino que ayuda a ambientar, junto a otros muebles de época, una de las estancias en las que se alojaban los pescadores que llegaban a la región durante la temporada del arenque en el siglo XIX. 

Otros ejemplos igual de curiosos pueden verse en lugares tan dispares como Austria, Holanda o Francia. Allí, en tierras de la Bretaña, eran conocidas como lit-clos. Incluso en la Casa Museo de Rembrandt, en Ámsterdam, se puede ver hoy en día una "cama tipo cajón" como la que usaban el pintor y su esposa, Saskia.

La lista suma y sigue. De ellas nos han hablado los escritores Emily Brontë y Thomas Adolphus y Frances Eleanor Trollope e incluso nos las han mostrado con sus pinceles Pieter de Hooch o Jacob Vrel. Eso sin contar las múltiples referencias a este tipo de muebles, tanto en relatos como textos escritos. Las representaciones muestran que sus detalles podían variar, pero la filosofía era siempre la misma: armarios elevados, con patas y a menudo puertas o una pequeña ventana que podía cubrirse con cortinas. En ocasiones incluso disponían de dos niveles distintos. Y siempre contenían camas para descanso de sus propietarios.

"Es el lugar de descanso de la criada o de cualquier otro miembro de la familia. La abertura, que se deja como único medio de acceso al interior de este retiro, está provista de puertas correderas, generalmente (así como todo el frente de la cama) bellamente talladas. De modo que el ocupante pueda, si así lo desea, encerrarse completamente", relataban hacia 1840 Thomas y Frances Trollope.

Desde campesinos a arsitócratas. Si hoy resulta posible encontrar tantas referencias es porque, aclara la BBC, este tipo de estructuras fue bastante popular en los hogares de toda Europa, tanto en Gran Bretaña como en el continente, desde la época medieval y hasta inicios del XX. La cadena británica señala además que las utilizaron todo tipo de familias. Desde campesinos que querían descansar tras largas jornadas en el campo a pescadores o miembros distinguidos de la nobleza. 

Al fin y al cabo, su propósito podía siempre ser el mismo, pero entre las camas mueble —al igual ocurre con los muebles de hoy en día— también había diferencias relevantes. Las había sencillas. Y las había con grabados dignos de palacio.

Pero… ¿Por qué las usaban? La pregunta correcta podría ser otra: ¿Por qué dejamos de usarlas? Con el tiempo pasaron de moda y se convirtieron en rarezas, pero durante siglos garantizaron una forma cómoda de pasar la noche. ¿El motivo? Ofrecían privacidad, eran versátiles, permitían aprovechar bien el espacio y para rematar su hoja de servicio ayudaban a pasar las veladas caliente en unos hogares en los que, como recuerda el historiador Roger Ekircj, no era extraño que se congelase la savia de los leños en la chimenea o incluso los tinteros.

El profesor recuerda que entre los siglos XIV y XIX Europa y parte de Norteamérica sufrieron una Pequeña Edad del Hielo que llegó a congelar las aguas del río Támesis en casi una veintena de ocasiones. Con semejantes temperaturas la perspectiva de encerrarse por las noches en un cajón no parecía tan mala idea. Sobre todo si se tiene en cuenta que podía compartirse con otras personas.

Un diseño inteligente. Extravagantes quizás, a ojos de las familias del siglo XXI; pero las camas cajón eran también inteligentes. Las más elaboradas ofrecían un asiento y cajones en los que podían guardarse ropa, igual que en los canapés abatibles actuales. Eso sin contar con que eran una opción bárbara para convertir en dormitorios lugares que a priori se habían pensado para otras finalidades.

Por ejemplo, la Wick Society cuenta que en 1980, una familia de los Highlands de Escocia, instaló una de estas camas en el granero para que parte de sus miembros pudieran dormir allí. El cuarto pensado para el descanso de la familia se había quedado pequeño y el diseño de la cama armario les dio una solución genial.

Contra la helada. Tampoco era extraño que se ofreciesen a trabajadores temporeros e inmigrantes y que los compartieran entre varios familiares o compañeros de faena. Quizás así resultasen menos cómodas —sin hablar de la privacidad—, pero en una de las noches de la Pequeña Edad del Hielo que azotó Europa en el XVII con temperaturas gélidas esos sarcófagos de madera suponían una forma efectiva de esquivar el frío. O de que resultase al menos más llevadero.

Quizás por eso, incluso hoy, en 2024, hay quien mira con interés el concepto. No para que volvamos a dormir en armarios de pino con sábanas y un colchón, pero sí para replantearse si no habría otras formas de diseñar los lugares donde, al fin y al cabo, pasamos horas y más horas de descanso cada jornada. La cama inteligente de Hi-Interiors o los hoteles cápsula de Japón suponen dos buenos ejemplos.

Imágenes | Wolfgang Sauber (Wikipedia), Wikipedia 2 y NGA

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