Betamax: 30 años de la sentencia que cambió la industria (y no mató el cine)

Hay momentos en la historia de la tecnología reciente que son mucho más de lo que parece. Si os hablo a secas de Betamax, la mayoría solo asociaréis ese nombre con una de las tecnologías derrotadas más famosas de la historia de la electrónica de consumo. Sin embargo, la batalla legal en la que Sony insistió para tratar de salvar a su querido Betamax nos ha permitido estar donde nos encontramos ahora.

El llamado caso Betamax, de cuya sentencia final se cumplen ahora treinta años, supuso una victoria de Sony sobre los creadores que temían que la posibilidad de grabar contenidos con derechos de autor acabara con el cine para siempre. ¿Os suena la historia?

Sony Corp. of America v. Universal City Studios, Inc, el inicio de todo esto

Nos remontamos a 1984, momento en que la Corte Suprema de EEUU acaba dando la razón a Sony en su batalla de varios años contra Universal. Cinco años antes, Universal y Disney habían presentado una denuncia contra Sony por sus equipos Betamax, que llevaban apenas unos años en el mercado.

La Corte Suprema consideró en 1984 que no se podía prohibir una tecnología si existen usos legítimos para la misma ni puede considerarse culpable a una empresa por el uso ilegal que los usuarios le den a esa tecnología

Para Universal, Sony era culpable de que sus equipos sirvieran para violar el copyright de producciones de televisión y cine, y que ello supondría el final de la industria. Tras varias apelaciones, fue el 17 de enero de 1984 cuando finalmente se produjo la histórica sentencia de la Corte Suprema.

Para los jueces, los fabricantes como Sony no eran responsables del uso que sus clientes hacían de sus productos siempre y cuando esos aparatos tuvieran suficientes usos dentro de la legalidad (TimeShift, por ejemplo), como así pasaba con los videograbadores Betamax. Además, las grabaciones de contenidos emitidos para su posterior visualización de forma privada fueron considerados como dentro del uso adecuado que permitía la ley de protección de los derechos de autor de entonces, y no correspondía a ellos ampliar las limitaciones que ya establecía dicha ley.

El eterno cuento del lobo

Curiosamente, esta sentencia de la Corte Suprema de 1984 a favor de Sony no supuso el éxito del Betamax, condenado por otros motivos diferentes, pero sí que permitió el desarrollo de la tecnología en un ámbito en el que habría sido casi imposible avanzar de habérsele dado la razón a Universal. Pero es que además, para la industria, la popularización de reproductores y grabadores de cinta conllevó una nueva fuente de ingresos que solo al año siguiente, en 1985, llegó a suponer la mitad de las ganancias de la industria.

Dos años después, en 1987, el vídeo casero fue el culpable para los analistas de que el interés del público por el cine aumentara de nuevo y creciera el número de espectadores en la gran pantalla. Y ya en 1995, frente al 25% de ingresos que la taquilla suponía para los creadores, el mercado del vídeo doméstico se ocupaba de la mitad de sus beneficios. No parece que aquella sentencia desfavorable en el Caso Betamax les hubiera hecho desaparecer. Más bien apuntaba a salvación.

Pese a esta lección dada por Betamax, la historia no ha parado de repetirse cada vez que un desarrollo tecnológico ha mejorado la forma en que consumimos contenido. O mejor dicho, ha supuesto una amenaza para el negocio clasicista y perenne de la industria.

Los casos de Napster o Grokster retomaron ese pulso entre los avances tecnológicos y la industria, con victorias parciales, derrotas completas, pero siempre un ganador común en ambos casos, la tecnología, por mucho que algunos afirmen que son capaces de ver el futuro y determinar que, para este 2014, la música ya tendría que haber desaparecido.

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