La robótica del placer: pasado, presente y futuro de los robots sexuales

Solemos decir que la tecnología debe estar al servicio de la humanidad, aunque a veces no queda del todo claro, sobre todo si en ese sentido hablamos de llegar con la robótica al máximo extremo, a la máxima frontera: cuando planteamos el contacto inmediato con ella, el encuentro sexual. Si los robots se crean para satisfacer nuestras necesidades habituales, ¿encajarían ahí también las sexuales?

No es algo nuevo

Para nada. Cuando nos planteamos inventos hoy en día hemos de ser especialmente precavidos y pensar que cuando nosotros vamos alguien (en plural) ya ha ido y ha vuelto. Y la creación de robots con la intención de satisfacer nuestros placeres de dos rombos no es ni mucho menos una excepción a esto.

Es por todos sabido que en la industria del sexo la tecnología per se lleva décadas existiendo, con gadgets exclusivos destinados a saciar lo que empezó siendo un recurso natural para perpetrar la especie y que antropológicamente hemos transformado en una necesidad individual y desligada a la procreación. Pero la incursión tecnológica va mucho más allá de sencillos dispositivos vibradores, los robots “enteros”, los humanoides propiamente dichos, también tienen ya su recorrido.

El germen del humanoide sexual viene, ni más ni menos, del nazismo, aunque no eran robots propiamente dichos. Al parecer, Heinrich Himmler, jefe de las SS, llevó a cabo el Borghild Field-Hygiene Project, que consistía en la construcción de unas “muñecas sexuales” con tal de frenar el número de casos de sífilis provenientes de los escarceos de los soldados con prostitutas francesas.

Este proyecto, considerado Geheime Reichssache (algo así como “más secreto que top secret”), consistía en la construcción de tres modelos de muñeca de distintas alturas y pechos “redondos y abundantes” a petición de las SS, según Arthur Rink, su escultor. Se le preguntó a la actriz coetánea Käthe von Nagy si podían tomar su imagen para estas particulares muñecas, a lo que ella se negó.

Los alocados años 70: algo más que un planteamiento

Así, no es hasta finales de los años 70 cuando aparece la primera aproximación a un robot sexual con 36C, la muñeca autómata que diseñó y construyó la extinta empresa británica Sex Objects Ltd., cuya ejecución no fue ni mucho menos tan buena como su idea inicial, quizás adelantada al nivel tecnológico del momento.

La C36 resultó la bancarrota de la empresa que la gestó, aunque no en vano. Aquella máquina cuyo cerebro se basaba en un microprocesador de 16 bits asentó las bases de un nuevo concepto de androide que uniría finalmente la robótica con la potente e imparable industria del sexo.

Tras una mayoría de robots con apariencia femenina, se acuñó entonces el término “ginoide” (es decir, robots antropomórficos con apariencia femenina) en contraposición a la palabra “androide” que estrictamente se refiere a un humanoide con apariencia masculina (aunque en la actualidad se use indistintamente). Una mayoría que se explica debido a que el contexto en los que estos humanoides nacieron era de igualdad de género aspiracional (aún más que ahora) y tras la resaca de tiempos discriminatorios.

Desde aquella C36 tendrían que pasar algunas décadas para que se consolidase una alternativa que cumpliese de manera modesta los términos de robot sexual idealizados tanto por los creadores, ya con la idea de que hubiese algún componente de inteligencia artificial, y los usuarios futuribles. ¿Las claves? Además de la evolución tecnológica y cada vez mejores materiales, había que cubrir otro aspecto: las sensaciones.

Siglo XX: la era de los sensores

Como buenos egocéntricos, a priori concebimos el uso de sensores de manera unidireccional. Es decir, de cara a que lo artificial actúe a tenor de lo que detecta, ya sea una huella dactilar o el patrón de un iris. Un estímulo es detectado por un sensor (presión, por ejemplo) y éste envía una señal a la máquina para que realice su función y podamos sentir, en este caso, placer.

Pero si el objetivo es un humanoide que además de aparentar responda, es decir, que haya una reciprocidad, habrá que plantear esto también a la inversa: habrá que provocar una “sensación” en el robot como consecuencia de un estímulo. ¿Cómo? Estableciendo otra respuesta espejo, para que sea el robot el que aparente sentir placer: el sensor al servicio de la máquina.

Esto es lo que planteó de manera más superficial en el caso de Aiko, un proyecto presentado en Canadá de un humanoide de aspecto femenino que vino con la controversia bajo el brazo al incluir sensores en los pechos y “ahí abajo”, tal y como se expresa el propio creador, el Dr.Te, en el fragmento donde intentó prevenir la polémica:

Es posible el uso de Aiko como acompañante. Aiko tiene sensores de sensibilidad en cara y cuerpo, incluyendo pechos e incluso ahí abajo. Puede diferenciar entre ser tocada de manera amable o ser estimulada. Sé que he causado controversia al colocar sensores en las zonas privadas de Aiko. Pero quiero dejar claro que no intento jugar a ser Dios, sólo soy un inventor, y creo que estoy contribuyendo al avance de la ciencia.

Aiko finalmente no salió de la fase de proyecto por falta de financiación, pero la robótica entorno al placer continuó yendo más allá de los sensores. En 2011 el Dr. Hooman Samani, director of AIART Lab (Taiwán) plantea la imitación del sistema endocrino humano, responsable de la excitación y de parte de las emociones, con su proyecto Lovotics, si bien tenía un planteamiento casi más de mascota, y no especificó a nivel técnico de qué manera se imitaría el sistema endocrino (cuya constitución y funcionamiento es muy complejo).

¿Existe el robot sexual en la actualidad?

No, aún no se han aunado estos dos conceptos; no existe el humanoide capaz de estimular al usuario y al mismo tiempo emular en respuesta las sensaciones y los posibles sentimientos que implica el acto sexual en nuestra especie. Pero sí exisen opciones y proyectos de cara a construir este concepto de androide sexual, partiendo de ejemplos como las Fembot japonesas (que pueden alquilarse), con inteligencia artificial y un logrado aspecto humanoide.

Aún no existe el humanoide capaz de estimular al usuario y al mismo tiempo emular en respuesta las sensaciones y los posibles sentimientos que implica el acto sexual en nuestra especie

Quizás la aproximación más cercana al compañero sexual robotizado (en su versión femenina) son las RealDoll, con las que su creador Matt McMullen logra una aproximación lo más cercana posible al coito real atendiendo a los puntos erógenos y trasladando en la medida de lo posible la manera de estimularlos a la maquinaria de estos robots, que además son altamente personalizables (como alto es su precio, entre 5.000 y 10.000 dólares).

El propio McMullen declaraba hace dos años al New York Times que está en sus planes llegar más allá con sus RealDolls con miras a la inteligencia artificial para conseguir acercarse más a un realismo tan temido como deseado en este campo de la robótica.

Sobre esto, lo último que supimos es la preparación de Realbotix, la versión robótica de una de sus muñecas más vendidas. ¿Qué tiene de distinto esta versión? Que tal y como nos destriparon en Magnet, McMullen parece cumplir su promesa de dotar a sus robots sexuales de inteligencia artificial, con el fin de que puedan entablar conversiones y reaccionar con distintas expresiones faciales.

Lo que no sabemos aún es cuándo saldrá a la venta este producto ni tampoco su precio final, el cual probablemente será considerable teniendo en cuenta que se tratará de un robot de tamaño considerable con tecnología avanzada. Aunque aún así se rumoreó que ya había 10.000 pedidos, así que sea cual sea ese precio parece que vaya a compensar.

La delgada línea entre la pasión y el miedo

McMullen, como todos aquellos que buscan el humanoide ideal, ha de lidiar con lo que planteó el experto en robótica Masahiro Mori en 1970 y que hace poco os contábamos en Xataka: los robots sexuales tendrían que superar el test del valle inquietante y en este caso los alumnos corren el riesgo de suspender por pasarse de humanos.

El debate y el miedo van mucho más allá de la sublimación de la empatía que supone la relación sexual con un robot. Se trata de un reto para el experto en robótica y un nuevo rol para la sociedad

Pero aquí el debate y el miedo van mucho más allá de la sublimación de la empatía que supone la relación sexual con un robot. Lo que representa un reto para el experto en robótica (o el ávido empresario) se traduce en un nuevo rol en la sociedad si se llega a producir en cadena. Algo que llegaría cuando aún seguimos digiriendo los nuevos niveles de relación que han surgido con la normalización de las redes sociales, apps de mensajería y específicas para entablar relaciones.

De hecho, como ya vimos existe un Congreso sobre el Amor y el Sexo con Robots. Aunque las conclusiones a las que vimos que llegaban no eran demasiado alentadoras para un futuro de relaciones "interespecíficas" (o algo así), manteniendo el tono de precaución de los debates precedentes.

Los problemas que se plantearon: el sobreesfuerzo del robot por realizar bien su tarea (en este caso, dar placer a un ser humano, puede que causarle el orgasmo), una posible brecha digital (entre quienes se los pudiesen permitir y los que no) o que lo hiciesen tan bien que nos alejasen de practicar el sexo de nuevo con nuestros semejantes.

Las ventajas y las desventajas del compañero sexual de silicio

¿Qué podría representar el hecho de poder sustituir el componente humano por completo en el 50% de un encuentro sexual? Esto, de momento, es un planteamiento que per se es utópico. Pero dado el estado actual de este concepto de relación y su aparente evolución en sinergia al avance tecnológico que lo permita, cabe plantear las consecuencias que derivan de la posibilidad actual de las relaciones robot-humano, es decir, la satisfacción física puntual y voluntaria del componente humano.

Se recupera entonces aquella idea primigenia de Himmler con las Borghild para las SS, ya que una de las ventajas de las que se habla es la reducción de la prostitución y por ende una bajada de la incidencia de enfermedades de transmisión sexual. Planteamientos que no se sostienen demasiado si se tienen en cuenta los altísimos precios que estos humanoides pueden alcanzar, y el hecho de que, como toda máquina, requieran un mantenimiento, lo cual sería a su vez clave para frenar el contagio de estas enfermedades.

También se contemplan en el plano terapéutico e incluso didáctico, porque qué mejor solución a la ausencia de compañía o a la inexperiencia que un compañero hecho a la carta. Un robot con inteligencia para conversar (una extrapolación a los actuales chascarrillos de Siri o Cortana) y que además esté preparado mecánicamente para suplir al compañero sexual. Es entonces cuando se abre la veda a las implicaciones psicológicas y a esa costumbre tan humana de rebasar los límites.

Ante la predicción de que aproximadamente en 2025 las relaciones robot-humano sean una realidad que se está generalizando en el gremio de la robótica, surgen los planteamientos éticos como el hecho de que puedan alimentarse conductas patológicas como la pedofilia, como apunta en unas declaraciones Ronald Arkin, experto en robótica del Instituto de Tecnología de Georgia en Atlanta. Y algo más reciente: la posibilidad de que sean hackeados y que se nos acaben volviendo en contra.

¿Todos los caminos conducen a Eva?

La intersección entre tecnología, evolución y humanidad es un objetivo de consecución teórica, y el humanoide que tenemos idealizado es una buena representación de ese punto de aspiración eterna. Siempre montados en la constante ironía de ser los únicos seres con uso de razón y nuestro aprendizaje a costa de tropiezos, la tecnología avanza desbloqueando logros y nuestra mente divisando nuevos horizontes, y parece que el sexo con robots es uno de éstos.

La intersección entre tecnología, evolución y humanidad es un objetivo de consecución teórica, y el humanoide que tenemos idealizado es una buena representación de ese punto de aspiración eterna

El cine, ese maravilloso método de representar sueños, es un referente de robots con género y sentimientos propios, desde Priss Stratton en Blade Runner hasta las Fembots de Austin Powers, pasando por Jim Gigoloe en A.I. Inteligencia Artificial. Representaciones humanoides de los cánones de belleza que responden y se mueven como un ser humano y, en algunos casos, incluso reproducen la sensación de placer. ¿Vamos camino de ese tú a tú con final feliz y tamiz de sentimientos?

Tanto en el cine como en la literatura de ciencia-ficción han idealizado a esa "Eva" artificial. Vemos la de Wall-E, tenemos a Ava de la reciente película Ex Machina e incluso los planteados androides japoneses ADAM y EVA en la obra Silicon Valley of the dolls de R. Forsyth. Una "Eva", la de la robótica, que es a la vez la materialización de la compañera a la carta y el origen de una nueva "especie" y de un nuevo nivel de relación.

No obstante, ante estos planteamientos de robots con una inteligencia artificial avanzada se da una contrariedad. Con una inteligencia artificial avanzada el androide tendría una toma de decisiones intrínseca que podría afectar al cumplimiento de su función que, en esencia, es puramente mecánica.

De momento no sabemos si McMullen logrará el robot sexual ideal si logra cumplir sus objetivos en cuanto a aplicar la inteligencia artificial, y si entonces habrá como consecuencia una demanda de "adanes", que de momento parece no ser relevante para la industria. Y, lo principal, veremos si con el paso de los años el sexo con robots, como el sexo por internet, llegará a sustituir al natural y a cambiar aún más el paradigma de las relaciones.

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