Todo lo que la ciencia puede explicarnos sobre los zombis que sí existen (ahora que se lanza Resident Evil 7)

Como seguro que habéis escuchado, ya está aquí Resident Evil 7. La nueva entrega de la famosa franquicia del videojuego de zombis por antonomasia. Y la verdad es que el asunto nos preocupa: algo debemos estar haciendo rematadamente mal cuando llevamos matando no-muertos desde hace dos décadas y no hemos conseguido erradicarlos del todo.

Ni los del videojuego, ni ningunos otros. Porque, aunque solemos pensar que los son pura ficción, no lo son. Los zombis existen y podemos encontrarlos por la naturaleza. No son como los de las películas, pero su estudio científico nos dice todo lo que necesitamos saber ante un (poco probable) holocausto zombi.

¿Existen los zombis?

Depende de lo que entendamos por zombis. Si por zombi entendemos cuerpos reanimados que deambulan buscando cerebros por las calles de cualquier ciudad del Medio Oeste americano, seguramente la respuesta sea no.

No descarto nada, pero sin un sistema respiratorio en marcha o sin el corazón bombeando sangre por el cuerpo, no se puede producir adenosín trifosfato, la "fuente de energía" básica para el metabolismo. O sea, que no podrían moverse, ni mucho menos salir a cazar cerebros con los colegas.

No obstante, eso no quiere decir que los zombis no existan. Si lo entendemos como el proceso por el que un parásito "toma el control" de su huésped, la zombificación es algo que se da en la naturaleza.

Los zombis que sí existen

Por ejemplo, el hongo Ophiocordyceps unilateralis es capaz de modificar la conducta de las hormigas que infecta. Los individuos infectados buscan zonas húmedas y poco soleadas, escalan árboles o plantas y se anclan al nervio central de una hoja.

Ahí permanecen, inmóviles, hasta que mueren entre cuatro y diez días después. Es entonces cuando el hongo crece y desarrolla sus esporas tras haberse asegurado una zona fértil y una distribución máxima de las mismas.

La Apocephalus borealis, una mosca autóctona de América del Norte, es menos espectacular, pero igual de inquietante. Las hembras depositan los huevos sobre el abdomen de las abejas, desde donde se desarrollan las larvas antes de comenzar a atacar sus sistemas neurológicos. Las abejas comienzan a desorientarse, a volar en círculos o a escaparse por la noche lejos de la colmena.

También hay un gusano plano (el Leucochloridium paradoxum) que además de deformar los ojos de los caracoles que infecta, los hace salir a plena luz del día donde son devorados por diversas especies de pájaros (sus huéspedes definitivos).

El parásito que mueve los hilos

Los mecanismos que usan estos parásitos son aún poco conocidos. Según David Hughes, experto en este tema de la Universidad Estatal de Pensilvania, "no sabemos cómo funciona, aunque es obviamente algo químico". Los parásitos convierten a los huéspedes en una especie de "fenotipo extendido".

"En cierta, cooptan comportamientos preexistentes", explica Hughes. Es decir, los parásitos no "inventan" patrones de comportamiento nuevos, sino que usan los preexistentes y los modelan para su propio beneficio. No obstante, esto ya lo sabíamos desde el siglo XIX, lo importante ahora es "ver cómo los parásitos cambian el comportamiento".

Los parásitos no inventan nuevos comportamientos, toman el control y usan los del huésped para su propio beneficio

Y es difícil porque el "organismo modificado" es más complejo de lo que pensaba. Hay muchos casos en los que el parásito llega a producir neurotransmisores o hormonas que simulan las del huésped. O algo aún más raro, "hay parásitos que se las apañan para modificar el comportamiento de los huéspedes sin estar técnicamente dentro de ellos", explica Federic Thomas, genetista de la Universidad de Montreal.

Efectivamente, hay avispas capaces de "llevar" cucarachas a su nido para que sirvan de alimento sólo con un picotazo en el cerebro. O arañas que son "obligadas" a tejer nidos con su seda por huevos de avispa situados fuera de su cuerpo.

¿Y en seres humanos?

Una vez comprobamos que, efectivamente, los zombis existen, la siguiente pregunta es si eso nos puede pasar a nosotros. ¿Sería posible que algún tipo de parásito se infiltre en nuestro cuerpo y nos "quite" el control sobre él?

En cierta forma sí: de hecho, ya ocurre. El mejor ejemplo es el virus de la rabia que produce hiperactividad, ansiedad, delirios y agresividad. Como la enfermedad se transmite por la saliva, esa agresividad y tendencia a escupir y a morder es una forma realmente buena de propagarse. Por eso, también, los murciélagos y los perros (especies "muy bucales") son los grandes vectores de trasmisión de la enfermedad.

En humanos también se dan algunos casos, aunque no con ese alzance

Hay más ejemplos de bajo nivel. En 2005, un estudio publicado por decía que la infección por malaria incrementaba el atractivo de los humanos ante otros mosquitos no infectados. Previsiblemente, la malaria incrementa la producción de alguna hormona que atrae a mosquitos sanos de forma que el ciclo del protozoo Plasmodium falciparum, el causante de la enfermedad.

Además, en psiquiatría hay muchísima investigación que trata de explicar diversas enfermedades mentales como producidas por algún tipo de infección vírica o bacteriana. Pero por ahora, no hemos encontrado ningún parásito que provoque en humanos lo mismo que el hongo zombi provoca en las hormigas.

No seamos aguafiestas

No obstante, no seamos aguafiestas, es posible. No es probable teniendo en cuenta nuestro entramado cultural, pero hay que tener en cuenta que, a veces, es más fácil cambiar la biología que la sociedad. Lo que no es tan probable es que esos teóricos zombis tengan la pinta que tienen en las películas.

Steven Schlozman, profesor en la Facultad de Medicina de Harvard, se ha convertido en la referencia médica en el tema de los no muertos. Dr. Zombi lo llaman. Todo empezó como una forma divertida de entrenar la habilidad diagnóstica de los estudiantes.

Por lo demás, el resto de síntomas zombis son cosas mucho más normales y explicables

Los síntomas son ficticios, pero está claro que el cliché cinematográfico se presta a al diagnóstico. Por ejemplo, suelen ser torpes, no caminan bien, arrastran los pies y tienen un equilibrio dudoso. Esos problemas indican un problema en el cerebelo, la parte del cerebro que se encarga de las habilidades motoras y de la coordinación.

Su atontamiento puede indicar un daño en el lóbulo frontal y su agresividad y sobreexcitación nos hace mirar a la amígdala. También podríamos encontrar explicaciones para ese hambre voraz e irresistible que van desde una lesión en el hipotálamo ventromedial, una falta de expresión del cromosoma 15 o una infección por algún virus nuevo (los adenovirus se han relacionado con la obesidad, por ejemplo). La conclusión médica más evidente es que los zombis están muy perjudicados.

Cómo repartir un holocausto

Por otro lado, también ofrecen claves epidemiológicas. Quiero decir, ¿Cómo se transmitiría la epidemia? Esta es la parte más débil de las teorías zombis. Por un lado, lo de un montón de muertos saliendo del suelo, hay que descartarlo. Resucitar seres vivos es demasiado difícil como para que sea viable.

Así que será una enfermedad. De hecho, según Schlozman, la única opción viable es que el patógeno se transmitiera por el aire. Otras enfermedades son más controlables y sería muy difícil que la pandemia alcanzara el tamaño de un holocausto zombi.

Para tranquilizar a todos, nunca hemos visto un caso de enfermedad de transmisión aérea que zombifique a sus huéspedes. Y, en el caso de que aparezca una, no es probable que deje a su huésped en un estado tan poco decoroso como el zombi al que estamos acostumbrado. No obstante, si algo tiene la evolución es que es impredecible.

Imágenes | danhollisterduck

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